Los palestinos y otros árabes durante mucho tiempo han empleado la violencia para tratar de recuperar las tierras arrebatadas por los israelíes. El enfoque siempre ha sido un fracaso, pues la ira ha suplantado largamente a la racionalidad conduciendo así a violentos espasmos periódicos en Palestina durante casi un siglo. Ahora, un arma potencialmente más eficaz está siendo esgrimida: acciones pacíficas para socavar la ocupación israelí.
Los palestinos están haciendo campaña a favor de un boicot voluntario a los bienes y la cultura procedentes de Israel y los asentamientos de Cisjordania y de la desinversión en esa zona. Por ejemplo, artistas y celebridades tanto internacionales como locales se están negando a ofrecer espectáculos en esos lugares. Al mismo tiempo, la Autoridad Palestina está procurando el reconocimiento de un Estado palestino en las Naciones Unidas. Israel se encuentra muy preocupado por ambas iniciativas. Y debería estarlo.
En gran medida, protestas pacíficas derribaron a gobiernos autocráticos en Egipto y Túnez. Si la disidencia pacífica puede funcionar contra los matones autoritarios en esos países, tiene una oportunidad aun mejor de funcionar en un Israel democrático. Las democracias—o al menos una parte significativa de sus poblaciones—pueden ser más fácilmente avergonzadas para cambiar que lo que pueden serlo las dictaduras. Por ejemplo, al final, el apartheid en la democrática (para los blancos) Sudáfrica terminó debido a la vergüenza inducida por la oposición pacífica antes que por el éxito de la rebelión armada. Celebridades israelíes uniéndose al boicot palestino y las actividades de los grupos pacifistas israelíes han corroborado la premisa en Palestina.
No obstante, los Estados Unidos regularmente condenan la violencia en Palestina pero luego no son solidarios con los medios pacíficos de la protesta palestina. Por ejemplo, se da por sentado que este otoño (boreal), los Estados Unidos vetarán en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cualquier resolución a favor de la existencia de un Estado palestino.
Esta postura estadounidense—junto con su tibio y tardío respaldo de la oposición egipcia y tunecina y su apoyo al derrocamiento violento de líderes opresivos, como Saddam Hussein en Irak y Muammar Gadafi en Libia—envía el mensaje equivocado a aquellos que buscan la libertad en todo el mundo. Mediante su apoyo a los resultados violentos, la política de los EE.UU. alienta más revueltas sangrientas alrededor del mundo, y la consiguiente pérdida de vidas y bienes, sin por ello aumentar necesariamente las oportunidades para la democracia.
En cambio, los Estados Unidos deberían dejar de interferir en las revueltas internas de otras naciones—especialmente evitando el suministro de armas y experiencia militar a los movimientos que se oponen violentamente a los gobiernos hostiles a los Estados Unidos—y en su lugar deberían declarar con firmeza un apoyo retórico a las transiciones pacíficas hacia la democracia y el respeto por los derechos individuales.
Lo último no significa que los Estados Unidos deberían “promover” activamente la democracia y los derechos humanos en otros países empleando personal, contratistas o fondos del gobierno estadounidense. Tales esfuerzos de los EE.UU. son por lo general un ineficaz pozo negro para los dólares de los contribuyentes y pueden muy bien ser contraproducentes si la superpotencia estadounidense es vista como entrometiéndose en su propio provecho—como a menudo es la percepción.
En conclusión, las actuales autoridades estadounidenses deberían seguir el largamente olvidado consejo de John Quincy Adams, rechazando la tentación de la intervención estadounidense para promover la democracia en el extranjero en favor del apoyo retórico y el hecho de predicar con el ejemplo:
[Los Estados Unidos] se han abstenido de intervenir en los desasosiegos de los demás, aún cuando el conflicto haya sido por principios a los que se aferra, como hasta la última gota vital que visita el corazón….
Dondequiera que el estandarte de la libertad y la independencia haya sido o será desplegado, estarán su corazón, sus bendiciones y sus oraciones.
Pero no van al extranjero, en busca de monstruos que destruir.
Son el bienqueriente de la libertad y la independencia de todos.
Son el campeón y el vindicador sólo de su propia libertad.
Alabarán la causa general por el semblante de su voz y la benévola simpatía de su ejemplo.
Saben muy bien que un vez que se alisten bajo otras banderas que las suyas, aunque fuesen las banderas de la independencia externa, se involucrarán más allá del poder de liberación, en todas las guerras de interés e intriga, de la avaricia individual, la envidia y la ambición, que asumen los colores y usurpan el estandarte de la libertad.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos fallan en respaldar los cambios pacíficos
Los palestinos y otros árabes durante mucho tiempo han empleado la violencia para tratar de recuperar las tierras arrebatadas por los israelíes. El enfoque siempre ha sido un fracaso, pues la ira ha suplantado largamente a la racionalidad conduciendo así a violentos espasmos periódicos en Palestina durante casi un siglo. Ahora, un arma potencialmente más eficaz está siendo esgrimida: acciones pacíficas para socavar la ocupación israelí.
Los palestinos están haciendo campaña a favor de un boicot voluntario a los bienes y la cultura procedentes de Israel y los asentamientos de Cisjordania y de la desinversión en esa zona. Por ejemplo, artistas y celebridades tanto internacionales como locales se están negando a ofrecer espectáculos en esos lugares. Al mismo tiempo, la Autoridad Palestina está procurando el reconocimiento de un Estado palestino en las Naciones Unidas. Israel se encuentra muy preocupado por ambas iniciativas. Y debería estarlo.
En gran medida, protestas pacíficas derribaron a gobiernos autocráticos en Egipto y Túnez. Si la disidencia pacífica puede funcionar contra los matones autoritarios en esos países, tiene una oportunidad aun mejor de funcionar en un Israel democrático. Las democracias—o al menos una parte significativa de sus poblaciones—pueden ser más fácilmente avergonzadas para cambiar que lo que pueden serlo las dictaduras. Por ejemplo, al final, el apartheid en la democrática (para los blancos) Sudáfrica terminó debido a la vergüenza inducida por la oposición pacífica antes que por el éxito de la rebelión armada. Celebridades israelíes uniéndose al boicot palestino y las actividades de los grupos pacifistas israelíes han corroborado la premisa en Palestina.
No obstante, los Estados Unidos regularmente condenan la violencia en Palestina pero luego no son solidarios con los medios pacíficos de la protesta palestina. Por ejemplo, se da por sentado que este otoño (boreal), los Estados Unidos vetarán en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cualquier resolución a favor de la existencia de un Estado palestino.
Esta postura estadounidense—junto con su tibio y tardío respaldo de la oposición egipcia y tunecina y su apoyo al derrocamiento violento de líderes opresivos, como Saddam Hussein en Irak y Muammar Gadafi en Libia—envía el mensaje equivocado a aquellos que buscan la libertad en todo el mundo. Mediante su apoyo a los resultados violentos, la política de los EE.UU. alienta más revueltas sangrientas alrededor del mundo, y la consiguiente pérdida de vidas y bienes, sin por ello aumentar necesariamente las oportunidades para la democracia.
En cambio, los Estados Unidos deberían dejar de interferir en las revueltas internas de otras naciones—especialmente evitando el suministro de armas y experiencia militar a los movimientos que se oponen violentamente a los gobiernos hostiles a los Estados Unidos—y en su lugar deberían declarar con firmeza un apoyo retórico a las transiciones pacíficas hacia la democracia y el respeto por los derechos individuales.
Lo último no significa que los Estados Unidos deberían “promover” activamente la democracia y los derechos humanos en otros países empleando personal, contratistas o fondos del gobierno estadounidense. Tales esfuerzos de los EE.UU. son por lo general un ineficaz pozo negro para los dólares de los contribuyentes y pueden muy bien ser contraproducentes si la superpotencia estadounidense es vista como entrometiéndose en su propio provecho—como a menudo es la percepción.
En conclusión, las actuales autoridades estadounidenses deberían seguir el largamente olvidado consejo de John Quincy Adams, rechazando la tentación de la intervención estadounidense para promover la democracia en el extranjero en favor del apoyo retórico y el hecho de predicar con el ejemplo:
[Los Estados Unidos] se han abstenido de intervenir en los desasosiegos de los demás, aún cuando el conflicto haya sido por principios a los que se aferra, como hasta la última gota vital que visita el corazón….
Dondequiera que el estandarte de la libertad y la independencia haya sido o será desplegado, estarán su corazón, sus bendiciones y sus oraciones.
Pero no van al extranjero, en busca de monstruos que destruir.
Son el bienqueriente de la libertad y la independencia de todos.
Son el campeón y el vindicador sólo de su propia libertad.
Alabarán la causa general por el semblante de su voz y la benévola simpatía de su ejemplo.
Saben muy bien que un vez que se alisten bajo otras banderas que las suyas, aunque fuesen las banderas de la independencia externa, se involucrarán más allá del poder de liberación, en todas las guerras de interés e intriga, de la avaricia individual, la envidia y la ambición, que asumen los colores y usurpan el estandarte de la libertad.
Traducido por Gabriel Gasave
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