Procurando hacer realidad su promesa de reducir el papel de las armas nucleares en las posiciones defensivas de los EE.UU. y otras naciones, y eventualmente eliminarlas, el presidente Barack Obama parece estar a punto de alcanzar un nuevo acuerdo de reducción de armas estratégicas con Rusia. Si tal acuerdo se lograse, Obama sería digno de elogio. Pero aún resta mucho más por hacerse.
Después de finalizada la Guerra Fría, el público mayormente se olvidó de la única “amenaza existencial”—una amenaza para la existencia misma de la nación—a la que los Estados Unidos jamás han enfrentado en su historia. Ni siquiera una victoria de los nazis en Europa y/o del Japón imperial en Asia durante la Segunda Guerra Mundial hubiese amenazado a unos Estados Unidos protegidos de los principales focos de conflicto del mundo por dos grandes fosas oceánicas. Y aunque los jóvenes y débiles Estados Unidos, bajo la presidencia de James Madison, neciamente declararon la guerra a la superpotencia naval británica y provocaron que su ciudad capital fuese incendiada, los Estados Unidos probablemente hubiesen sobrevivido incluso ante la pérdida de esta guerra sin sentido. Después de todo, Washington no era tan importante para un país por entonces descentralizado como si lo es actualmente, y los británicos carecían de fuerzas suficientes para ocupar y controlar a todo el vasto territorio de los EE.UU..
Hoy en día, los gobiernos estadounidenses se preocupan de que países pobres y hostiles—como Irán y Corea del Norte—obtengan unas pocas armas nucleares. Incluso si estas naciones tuviesen sistemas misilísticos eficaces que pudiesen transportar un pequeño número de ojivas nucleares hasta los lejanos Estados Unidos y de un modo u otro no fuesen disuadidas de lanzar un ataque así por el abrumadoramente superior arsenal nuclear de los EE.UU., los resultados serían terribles para los objetivos estadounidenses que fuesen impactados, pero ello no implicaría una amenaza para la propia existencia de los Estados Unidos. Igualmente, si esos países entregasen o vendiesen un dispositivo nuclear a una agrupación terrorista, o si los terroristas fuesen capaces de sustraerlos o confeccionar uno, la utilización del mismo en cualquiera de estos escenarios no resultaría en una destrucción existencial.
A pesar de su recesión de la que dan cuenta los titulares de los periódicos, la Unión Soviética y ahora Rusia ha sido y sigue siendo el único país que posee las suficientes ojivas nucleares como para plantear una amenaza así de catastrófica para el territorio de los EE.UU.. A su favor se encuentra el hecho de que, pese a existir una mínima chance de sacar rédito político del hecho de estar resolviendo un problema al que los Estados Unidos y la opinión pública mundial creen ya resuelto, Obama está a punto de suscribir un reemplazo para el recientemente expirado Tratado de Reducción de Armas Estratégicas de 1991 (Strategic Arms Reduction Treaty o START en inglés) que reduciría los arsenales nucleares estratégicos estadounidenses y rusos desplegados en aproximadamente una cuarta parte, de 2.200 a 1.600 ojivas nucleares para cada uno. El nuevo tratado también limitaría los bombarderos estratégicos de cada nación y los misiles basados en tierra y mar a 800, una reducción del actual límite máximo de 1.600.
Y en caso de poder concretar este acuerdo, Obama desea intentar reducir el número total de ojivas a 1.000 en cada bando. Por supuesto, si Rusia y los Estados Unidos pudiesen negociar con éxito una reducción a este nivel, entonces tendrían que lograr sumar a las otras potencias nucleares menores como Gran Bretaña, Francia y China para seguir avanzando
Arsenales estratégicos más pequeños serían más fáciles de proteger y por lo tanto generarían menos oportunidades para que los grupos terroristas pudiesen robar las ojivas—haciendo que un incidente de baja probabilidad se torne aún menos probable. Un arsenal reducido de ojivas nucleares estadounidenses evitaría también la necesidad de construir una nueva generación de ojivas nucleares. En su lugar, los actuales diseños de ojivas podrían ser reformados y reutilizados. Por último, los Estados Unidos podrían desmantelar al menos una de las patas de la “tríada” de bombarderos y misiles basados en aire y mar, la cual ha constituido durante mucho tiempo una fuerza nuclear superior a la necesaria después de que la Guerra Fría concluyó. Los EE.UU. podrían empezar por eliminar los siempre vulnerables misiles balísticos intercontinentales basados en tierra y las ojivas nucleares en los silos terrestres. Por último, todas esas reducciones de ojivas y sistemas de traslado disminuirían el costo de almacenamiento, personal, operaciones y mantenimiento—dinero que podría ser utilizado para reducir el déficit de 1 billón dólares (trillón en inglés) que las administraciones Bush y Obama nos ha dado.
En resumen, si se alcanza un nuevo acuerdo START, a Obama debería reconocérsele el merito de bregar en las sombras por una cuestión que ya no resulta glamorosa, pero que aún tiene el potencial de afectar de manera catastrófica a los Estados Unidos y al mundo.
Traducido por Gabriel Gasave
Intentando reducir nuestra única amenaza existencial
Procurando hacer realidad su promesa de reducir el papel de las armas nucleares en las posiciones defensivas de los EE.UU. y otras naciones, y eventualmente eliminarlas, el presidente Barack Obama parece estar a punto de alcanzar un nuevo acuerdo de reducción de armas estratégicas con Rusia. Si tal acuerdo se lograse, Obama sería digno de elogio. Pero aún resta mucho más por hacerse.
Después de finalizada la Guerra Fría, el público mayormente se olvidó de la única “amenaza existencial”—una amenaza para la existencia misma de la nación—a la que los Estados Unidos jamás han enfrentado en su historia. Ni siquiera una victoria de los nazis en Europa y/o del Japón imperial en Asia durante la Segunda Guerra Mundial hubiese amenazado a unos Estados Unidos protegidos de los principales focos de conflicto del mundo por dos grandes fosas oceánicas. Y aunque los jóvenes y débiles Estados Unidos, bajo la presidencia de James Madison, neciamente declararon la guerra a la superpotencia naval británica y provocaron que su ciudad capital fuese incendiada, los Estados Unidos probablemente hubiesen sobrevivido incluso ante la pérdida de esta guerra sin sentido. Después de todo, Washington no era tan importante para un país por entonces descentralizado como si lo es actualmente, y los británicos carecían de fuerzas suficientes para ocupar y controlar a todo el vasto territorio de los EE.UU..
Hoy en día, los gobiernos estadounidenses se preocupan de que países pobres y hostiles—como Irán y Corea del Norte—obtengan unas pocas armas nucleares. Incluso si estas naciones tuviesen sistemas misilísticos eficaces que pudiesen transportar un pequeño número de ojivas nucleares hasta los lejanos Estados Unidos y de un modo u otro no fuesen disuadidas de lanzar un ataque así por el abrumadoramente superior arsenal nuclear de los EE.UU., los resultados serían terribles para los objetivos estadounidenses que fuesen impactados, pero ello no implicaría una amenaza para la propia existencia de los Estados Unidos. Igualmente, si esos países entregasen o vendiesen un dispositivo nuclear a una agrupación terrorista, o si los terroristas fuesen capaces de sustraerlos o confeccionar uno, la utilización del mismo en cualquiera de estos escenarios no resultaría en una destrucción existencial.
A pesar de su recesión de la que dan cuenta los titulares de los periódicos, la Unión Soviética y ahora Rusia ha sido y sigue siendo el único país que posee las suficientes ojivas nucleares como para plantear una amenaza así de catastrófica para el territorio de los EE.UU.. A su favor se encuentra el hecho de que, pese a existir una mínima chance de sacar rédito político del hecho de estar resolviendo un problema al que los Estados Unidos y la opinión pública mundial creen ya resuelto, Obama está a punto de suscribir un reemplazo para el recientemente expirado Tratado de Reducción de Armas Estratégicas de 1991 (Strategic Arms Reduction Treaty o START en inglés) que reduciría los arsenales nucleares estratégicos estadounidenses y rusos desplegados en aproximadamente una cuarta parte, de 2.200 a 1.600 ojivas nucleares para cada uno. El nuevo tratado también limitaría los bombarderos estratégicos de cada nación y los misiles basados en tierra y mar a 800, una reducción del actual límite máximo de 1.600.
Y en caso de poder concretar este acuerdo, Obama desea intentar reducir el número total de ojivas a 1.000 en cada bando. Por supuesto, si Rusia y los Estados Unidos pudiesen negociar con éxito una reducción a este nivel, entonces tendrían que lograr sumar a las otras potencias nucleares menores como Gran Bretaña, Francia y China para seguir avanzando
Arsenales estratégicos más pequeños serían más fáciles de proteger y por lo tanto generarían menos oportunidades para que los grupos terroristas pudiesen robar las ojivas—haciendo que un incidente de baja probabilidad se torne aún menos probable. Un arsenal reducido de ojivas nucleares estadounidenses evitaría también la necesidad de construir una nueva generación de ojivas nucleares. En su lugar, los actuales diseños de ojivas podrían ser reformados y reutilizados. Por último, los Estados Unidos podrían desmantelar al menos una de las patas de la “tríada” de bombarderos y misiles basados en aire y mar, la cual ha constituido durante mucho tiempo una fuerza nuclear superior a la necesaria después de que la Guerra Fría concluyó. Los EE.UU. podrían empezar por eliminar los siempre vulnerables misiles balísticos intercontinentales basados en tierra y las ojivas nucleares en los silos terrestres. Por último, todas esas reducciones de ojivas y sistemas de traslado disminuirían el costo de almacenamiento, personal, operaciones y mantenimiento—dinero que podría ser utilizado para reducir el déficit de 1 billón dólares (trillón en inglés) que las administraciones Bush y Obama nos ha dado.
En resumen, si se alcanza un nuevo acuerdo START, a Obama debería reconocérsele el merito de bregar en las sombras por una cuestión que ya no resulta glamorosa, pero que aún tiene el potencial de afectar de manera catastrófica a los Estados Unidos y al mundo.
Traducido por Gabriel Gasave
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