La decisión del Presidente Obama de enviar otros 30.000 efectivos estadounidenses a Afganistán durante los próximos seis meses carece de sentido. Difícilmente alguien sienta verdadero entusiasmo por el plan. Tanto los demócratas como los republicanos en el Congreso son, en su gran mayoría, indiferentes; algunos se oponen de manera estridente. La cúpula militar aparentemente apoya el plan, pero seguramente el presidente puede apaciguarla de otras maneras alternativas, políticamente menos arriesgadas.
Al explicar su plan, el presidente declara que “debemos negar a Al Qaeda un refugio seguro. Debemos revertir el ímpetu del Talibán. . . Y tenemos que fortalecer la capacidad de las fuerzas de seguridad y del gobierno de Afganistán” porque “es desde aquí que fuimos atacados el 11/09, y es desde aquí que nuevos ataques están siendo tramados.” Si estas declaraciones expresan los verdaderos pensamientos del presidente, entonces es mucho menos astuto de lo que usualmente se lo considera.
Al-Qaida—si puede decirse que una organización así existe como algo más que una desparramada y desarticulada colección de híper-entusiastas musulmanes anti-estadounidenses—no necesita de Afganistán para planear y organizar ataques contra los Estados Unidos y sus aliados. Los terroristas pueden surgir, como lo han hecho, en diversos lugares. Han aparecido en Indonesia, Turquía, España y Alemania, así como también en Afganistán, Pakistán, Arabia Saudita, y otras partes del Medio Oriente. Incluso si las fuerzas estadounidenses sujetasen a Afganistán con puño de hierro—una situación inalcanzable—la seguridad de los estadounidenses en los Estados Unidos no mejoraría de manera apreciable. En resumen, el sojuzgamiento de los adversarios de los EE.UU. en Afganistán es, en el mejor de los casos, una inversión de bajo rendimiento.
Lo más factible es que resulte una inversión perdidosa. La oposición a las fuerzas de los EE.UU. y sus títeres afganos tiene su origen mayormente en el carácter tribal profundamente arraigado del pueblo afgano y su deseo implacable de librar al país de todos y cada uno de los ocupantes extranjeros. No es preciso haber estudiado la historia del lugar durante toda la vida para haber aprendido esta lección.
Haciendo que su idea del “impulso fuerte” se torne aún más impenetrable, el presidente promete que dieciocho meses después de finalizado el acrecentamiento, las tropas comenzarán a ser retiradas. ¿Alguien imagina en verdad que el Talibán y otros grupos anti-estadounidenses en Afganistán sean tan estúpidos como para cruzarse de brazos y aguardar a que los demonios extranjeros se marchen? Si para algo están estos grupos, es para luchar durante un largo tiempo. Pueden darse el lujo de ser pacientes.
Al igual que en otros países ocupados, las autoridades estadounidenses declaran que cumplirán con su misión mediante el incremento de tropas y efectivos policiales del gobierno que sean “legítimas”, entrenándolas y equipándolas hasta que sean lo suficientemente fuertes como para azotar a los insurgentes. Este plan no es más prometedor en Afganistán de lo que fue en Vietnam. El problema no es que el bando “legítimo” no sea lo suficientemente fuerte o entrenado como para derrotar a los “chicos malos”. Los afganos a favor de los EE.UU. solamente han sido contratados mientras los dólares sigan fluyendo. Los responsables de las políticas de los EE.UU. hablan como si careciesen del discernimiento para comprender estos hechos elementales.
El impulso fuerte de Obama se asemeja a una analogía militar del error económico básico de desperdiciar el dinero bueno en algo malo. A los más de 800 militares estadounidenses que ya han perecido en Afganistán no puede devolvérseles la vida. La enorme suma de dinero gastada, hasta ahora con absolutamente nada de valor para mostrar, representa las oportunidades a las que se renunció y que han sido sacrificadas para siempre.
Un presidente con un pensamiento claro no insistiría en tratar de lograr lo imposible. La guerra en Afganistán no puede ser ganada de ninguna forma significativa. Es pura pérdida, padecida en un momento en que el pueblo estadounidense tiene un cumulo de necesidades más urgentes. Para reducir sus pérdidas, los estadounidenses deberían salir de Afganistán inmediatamente.
Traducido por Gabriel Gasave
El incremento de tropas en Afganistán es una inversión ruinosa
La decisión del Presidente Obama de enviar otros 30.000 efectivos estadounidenses a Afganistán durante los próximos seis meses carece de sentido. Difícilmente alguien sienta verdadero entusiasmo por el plan. Tanto los demócratas como los republicanos en el Congreso son, en su gran mayoría, indiferentes; algunos se oponen de manera estridente. La cúpula militar aparentemente apoya el plan, pero seguramente el presidente puede apaciguarla de otras maneras alternativas, políticamente menos arriesgadas.
Al explicar su plan, el presidente declara que “debemos negar a Al Qaeda un refugio seguro. Debemos revertir el ímpetu del Talibán. . . Y tenemos que fortalecer la capacidad de las fuerzas de seguridad y del gobierno de Afganistán” porque “es desde aquí que fuimos atacados el 11/09, y es desde aquí que nuevos ataques están siendo tramados.” Si estas declaraciones expresan los verdaderos pensamientos del presidente, entonces es mucho menos astuto de lo que usualmente se lo considera.
Al-Qaida—si puede decirse que una organización así existe como algo más que una desparramada y desarticulada colección de híper-entusiastas musulmanes anti-estadounidenses—no necesita de Afganistán para planear y organizar ataques contra los Estados Unidos y sus aliados. Los terroristas pueden surgir, como lo han hecho, en diversos lugares. Han aparecido en Indonesia, Turquía, España y Alemania, así como también en Afganistán, Pakistán, Arabia Saudita, y otras partes del Medio Oriente. Incluso si las fuerzas estadounidenses sujetasen a Afganistán con puño de hierro—una situación inalcanzable—la seguridad de los estadounidenses en los Estados Unidos no mejoraría de manera apreciable. En resumen, el sojuzgamiento de los adversarios de los EE.UU. en Afganistán es, en el mejor de los casos, una inversión de bajo rendimiento.
Lo más factible es que resulte una inversión perdidosa. La oposición a las fuerzas de los EE.UU. y sus títeres afganos tiene su origen mayormente en el carácter tribal profundamente arraigado del pueblo afgano y su deseo implacable de librar al país de todos y cada uno de los ocupantes extranjeros. No es preciso haber estudiado la historia del lugar durante toda la vida para haber aprendido esta lección.
Haciendo que su idea del “impulso fuerte” se torne aún más impenetrable, el presidente promete que dieciocho meses después de finalizado el acrecentamiento, las tropas comenzarán a ser retiradas. ¿Alguien imagina en verdad que el Talibán y otros grupos anti-estadounidenses en Afganistán sean tan estúpidos como para cruzarse de brazos y aguardar a que los demonios extranjeros se marchen? Si para algo están estos grupos, es para luchar durante un largo tiempo. Pueden darse el lujo de ser pacientes.
Al igual que en otros países ocupados, las autoridades estadounidenses declaran que cumplirán con su misión mediante el incremento de tropas y efectivos policiales del gobierno que sean “legítimas”, entrenándolas y equipándolas hasta que sean lo suficientemente fuertes como para azotar a los insurgentes. Este plan no es más prometedor en Afganistán de lo que fue en Vietnam. El problema no es que el bando “legítimo” no sea lo suficientemente fuerte o entrenado como para derrotar a los “chicos malos”. Los afganos a favor de los EE.UU. solamente han sido contratados mientras los dólares sigan fluyendo. Los responsables de las políticas de los EE.UU. hablan como si careciesen del discernimiento para comprender estos hechos elementales.
El impulso fuerte de Obama se asemeja a una analogía militar del error económico básico de desperdiciar el dinero bueno en algo malo. A los más de 800 militares estadounidenses que ya han perecido en Afganistán no puede devolvérseles la vida. La enorme suma de dinero gastada, hasta ahora con absolutamente nada de valor para mostrar, representa las oportunidades a las que se renunció y que han sido sacrificadas para siempre.
Un presidente con un pensamiento claro no insistiría en tratar de lograr lo imposible. La guerra en Afganistán no puede ser ganada de ninguna forma significativa. Es pura pérdida, padecida en un momento en que el pueblo estadounidense tiene un cumulo de necesidades más urgentes. Para reducir sus pérdidas, los estadounidenses deberían salir de Afganistán inmediatamente.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exteriorTerrorismo y seguridad nacional
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