Algunos—y solamente algunos—comentaristas presientes han cuestionado el hecho de si los EE.UU. pueden sostener o no su informal imperio global a raíz de la crisis económica más severa desde la Segunda Guerra Mundial. Y los atolladeros simultáneos en Irak y Afganistán están haciendo que más y más líderes de opinión y contribuyentes se planteen este interrogante. Pero, para empezar, fue el imperio estadounidense el que ayudó a causar el descalabro.
La guerra tiene un historial de provocar calamidades financieras y económicas. Lo hace directamente al generar casi siempre inflación—es decir, demasiado dinero para demasiados pocos bienes. Durante las épocas de guerra, los gobiernos usualmente se apropian de recursos del sector privado para transferirlos al ámbito del gobierno a fin de financiar la contienda. Esta acción provoca faltantes de recursos para producir bienes de consumo y sus componentes, haciendo de este modo subir los precios. Para empeorar las cosas, los gobiernos por lo general imprimen moneda para financiar la guerra, incrementando así la cantidad de dinero que adquirirá un número menor de bienes de consumo. Dicha “falsa” riqueza ha financiado muchas de las guerras de los Estados Unidos.
Por ejemplo, la Guerra de 1812 tuvo dos efectos negativos sobre el sistema financiero de los EE.UU.. Primero, en 1814, el gobierno federal permitió que los bancos regulados por el Estado suspendiesen los pagos en oro y plata a sus depositantes. En otras palabras, según Tom J. DiLorenzo en Hamilton’s Curse, los bancos no necesitaban mantener oro y plata suficientes en sus reservas para cubrir sus préstamos. Esta política les permitió a los bancos prestarle más dinero al gobierno federal para librar la guerra. El resultado fue una tasa anual de inflación del 55 por ciento en algunas ciudades de los Estados Unidos.
El gobierno tomó este camino para expandir el crédito durante las épocas de guerra debido a que por entonces no existía un banco central estadounidense. El Congreso, cuestionando acertadamente la constitucionalidad del Banco de los Estados Unidos, no le había renovado su autorización cuando ésta expiró en 1811. Pero la crisis financiera causada por la Guerra llevó a un segundo efecto pernicioso sobre el sistema financiero—la resurrección del banco en 1817 bajo la forma del Segundo Banco de los Estados Unidos. Al igual que el primer banco y todos los otros bancos centrales gubernamentales en el futuro, el segundo banco inundó el mercado con nuevos créditos. En 1818, esto condujo a una excesiva especulación inmobiliaria y a su consiguiente burbuja. La burbuja explotó durante el Pánico de 1819, que fue la primera recesión en la historia de la nación. ¿Suena familiar?
Si bien el presidente Andrew Jackson se deshizo del segundo banco en la década de 1830 y la economía estadounidense floreció mayormente bajo un sistema bancario más libre hasta 1913, en esa época sin embargo otro banco central—esta vez el Sistema de la Reserva Federal—emergió de las cenizas.
Hemos visto que a fin de cuentas las guerras provocan tanto la creación de problemas económicos como de nefarias instituciones financieras gubernamentales que traen aparejadas esas dificultades. Y por supuesto, el actual imperio estadounidense también da lugar a dichos males económicos y a las guerras que permiten que esas instituciones causen estragos sobre la economía.
La Fed causó el colapso actual en el mercado del crédito inmobiliario, que ha llevado a una crisis financiera y económica global más general, al inundar previamente el mercado con un exceso de crédito. Ese dinero se destino a bienes inmuebles, creando así una burbuja artificial que eventualmente llegó a su fin en 2008. ¿Pero a qué se debió que la Fed tuviese que expandir enormemente el crédito?
Para evitar un potencial desastre económico después del 11 de septiembre de 2001 y apaciguar el nerviosismo que rodeaba a la riesgosa e innecesaria invasión estadounidense de Irak, el presidente de la Fed Alan Greenspan inició una serie de recortes en la tasa de interés que incrementaron enormemente la oferta de dinero. Según Thomas E. Woods, Jr. en Meltdown, las bajas en la tasa de interés culminaron en la extraordinaria política de bajar la tasa interbancaria federal (la tasa a la cual los bancos se prestan entre sí a muy corto plazo, la cual usualmente determina a las demás tasas de interés) a tan solo el 1% durante todo un año (desde junio de 2003 a junio de 2004). Woods señala que se creó más dinero entre 2000 y 2007 que en el resto de la historia de los Estados Unidos. Gran parte de este exceso de dinero terminó creando la burbuja inmobiliaria que eventualmente causó el descalabro. Ben Bernanke, entonces miembro del Consejo de la Fed, fue un ardiente defensor de esta política de dinero fácil, la cual ha mantenido ya como presidente de la Fed como su solución para una crisis económica a la que ayudó a crear empleando justamente las mismas medidas.
Por supuesto, según Osama bin Laden, el motivo primario para los ataques del 11/09 fueron la ocupación estadounidense de tierras musulmanas y el apoyo de los EE.UU. a los dictadores corruptos que las gobernaban. Y la invasión de Irak fue totalmente innecesaria debido a que nunca existió una conexión entre al Qaeda o los ataques del 11/09 y Saddam Hussein, e incluso si Saddam hubiese poseído armas biológicas, químicas o aún nucleares, el masivo arsenal nuclear de los Estados Unidos probablemente lo habría disuadido de utilizarlo contra los EE.UU..
De modo tal que el nexo causal va desde estos comportamientos imperiales—y su “efecto búmeran”—a los incrementos en la oferta de dinero a fin de evitar la desaceleración económica relacionada con ellos, la cual a su vez causó eventuales calamidades financieras y económicas aún peores. Estos podrían ser los efectos indirectos del imperio, pero no pueden ser ignorados.
Librémonos del imperio de ultramar porque ya no podemos seguir dándonos el lujo de solventarlo, especialmente cuando es en buena medida responsable del desasosiego económico que nos está empobreciendo.
Traducido por Gabriel Gasave
Cómo contribuyó el imperio estadounidense a la crisis económica
Algunos—y solamente algunos—comentaristas presientes han cuestionado el hecho de si los EE.UU. pueden sostener o no su informal imperio global a raíz de la crisis económica más severa desde la Segunda Guerra Mundial. Y los atolladeros simultáneos en Irak y Afganistán están haciendo que más y más líderes de opinión y contribuyentes se planteen este interrogante. Pero, para empezar, fue el imperio estadounidense el que ayudó a causar el descalabro.
La guerra tiene un historial de provocar calamidades financieras y económicas. Lo hace directamente al generar casi siempre inflación—es decir, demasiado dinero para demasiados pocos bienes. Durante las épocas de guerra, los gobiernos usualmente se apropian de recursos del sector privado para transferirlos al ámbito del gobierno a fin de financiar la contienda. Esta acción provoca faltantes de recursos para producir bienes de consumo y sus componentes, haciendo de este modo subir los precios. Para empeorar las cosas, los gobiernos por lo general imprimen moneda para financiar la guerra, incrementando así la cantidad de dinero que adquirirá un número menor de bienes de consumo. Dicha “falsa” riqueza ha financiado muchas de las guerras de los Estados Unidos.
Por ejemplo, la Guerra de 1812 tuvo dos efectos negativos sobre el sistema financiero de los EE.UU.. Primero, en 1814, el gobierno federal permitió que los bancos regulados por el Estado suspendiesen los pagos en oro y plata a sus depositantes. En otras palabras, según Tom J. DiLorenzo en Hamilton’s Curse, los bancos no necesitaban mantener oro y plata suficientes en sus reservas para cubrir sus préstamos. Esta política les permitió a los bancos prestarle más dinero al gobierno federal para librar la guerra. El resultado fue una tasa anual de inflación del 55 por ciento en algunas ciudades de los Estados Unidos.
El gobierno tomó este camino para expandir el crédito durante las épocas de guerra debido a que por entonces no existía un banco central estadounidense. El Congreso, cuestionando acertadamente la constitucionalidad del Banco de los Estados Unidos, no le había renovado su autorización cuando ésta expiró en 1811. Pero la crisis financiera causada por la Guerra llevó a un segundo efecto pernicioso sobre el sistema financiero—la resurrección del banco en 1817 bajo la forma del Segundo Banco de los Estados Unidos. Al igual que el primer banco y todos los otros bancos centrales gubernamentales en el futuro, el segundo banco inundó el mercado con nuevos créditos. En 1818, esto condujo a una excesiva especulación inmobiliaria y a su consiguiente burbuja. La burbuja explotó durante el Pánico de 1819, que fue la primera recesión en la historia de la nación. ¿Suena familiar?
Si bien el presidente Andrew Jackson se deshizo del segundo banco en la década de 1830 y la economía estadounidense floreció mayormente bajo un sistema bancario más libre hasta 1913, en esa época sin embargo otro banco central—esta vez el Sistema de la Reserva Federal—emergió de las cenizas.
Hemos visto que a fin de cuentas las guerras provocan tanto la creación de problemas económicos como de nefarias instituciones financieras gubernamentales que traen aparejadas esas dificultades. Y por supuesto, el actual imperio estadounidense también da lugar a dichos males económicos y a las guerras que permiten que esas instituciones causen estragos sobre la economía.
La Fed causó el colapso actual en el mercado del crédito inmobiliario, que ha llevado a una crisis financiera y económica global más general, al inundar previamente el mercado con un exceso de crédito. Ese dinero se destino a bienes inmuebles, creando así una burbuja artificial que eventualmente llegó a su fin en 2008. ¿Pero a qué se debió que la Fed tuviese que expandir enormemente el crédito?
Para evitar un potencial desastre económico después del 11 de septiembre de 2001 y apaciguar el nerviosismo que rodeaba a la riesgosa e innecesaria invasión estadounidense de Irak, el presidente de la Fed Alan Greenspan inició una serie de recortes en la tasa de interés que incrementaron enormemente la oferta de dinero. Según Thomas E. Woods, Jr. en Meltdown, las bajas en la tasa de interés culminaron en la extraordinaria política de bajar la tasa interbancaria federal (la tasa a la cual los bancos se prestan entre sí a muy corto plazo, la cual usualmente determina a las demás tasas de interés) a tan solo el 1% durante todo un año (desde junio de 2003 a junio de 2004). Woods señala que se creó más dinero entre 2000 y 2007 que en el resto de la historia de los Estados Unidos. Gran parte de este exceso de dinero terminó creando la burbuja inmobiliaria que eventualmente causó el descalabro. Ben Bernanke, entonces miembro del Consejo de la Fed, fue un ardiente defensor de esta política de dinero fácil, la cual ha mantenido ya como presidente de la Fed como su solución para una crisis económica a la que ayudó a crear empleando justamente las mismas medidas.
Por supuesto, según Osama bin Laden, el motivo primario para los ataques del 11/09 fueron la ocupación estadounidense de tierras musulmanas y el apoyo de los EE.UU. a los dictadores corruptos que las gobernaban. Y la invasión de Irak fue totalmente innecesaria debido a que nunca existió una conexión entre al Qaeda o los ataques del 11/09 y Saddam Hussein, e incluso si Saddam hubiese poseído armas biológicas, químicas o aún nucleares, el masivo arsenal nuclear de los Estados Unidos probablemente lo habría disuadido de utilizarlo contra los EE.UU..
De modo tal que el nexo causal va desde estos comportamientos imperiales—y su “efecto búmeran”—a los incrementos en la oferta de dinero a fin de evitar la desaceleración económica relacionada con ellos, la cual a su vez causó eventuales calamidades financieras y económicas aún peores. Estos podrían ser los efectos indirectos del imperio, pero no pueden ser ignorados.
Librémonos del imperio de ultramar porque ya no podemos seguir dándonos el lujo de solventarlo, especialmente cuando es en buena medida responsable del desasosiego económico que nos está empobreciendo.
Traducido por Gabriel Gasave
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