No, no se trata de la Guerra en Irak—sino de la Guerra contra la Pobreza. Tan increíble como pueda parecer, los estadounidenses transfieren más de un billón de dólares al año a las familias de bajos ingresos a través de una abrumadora variedad de programas, todo en nombre de combatir la pobreza y la desigualdad. Eso es casi siete veces el costo de la Guerra en Irak.
¿En qué gastamos tanto? En 2005, 620 mil millones se gastaron en más de ochenta programas de bienestar financiados por los gobiernos federal, estaduales y locales. Pero las personas de bajos ingresos reciben beneficios de otros programas que no están caratulados como programas de bienestar. Entre ellos se destaca el hecho de que reciben beneficios de la Seguridad Social, el Medicare y el sistema de escuelas públicas.
Estimo que los beneficios de la Seguridad Social para aquellos en el quintal más pobre de la población totalizaron 100 mil millones de dólares en 2005. El Medicare proporcionó otros 115 mil millones y la educación de los niños de las familias de ingresos bajos costó 105 mil millones de dólares más. (Estas cifras no miden el gasto total de estos programas, sino solamente los gastos que benefician a aquellos en el quintal más bajo de la distribución de ingresos). A estas sumas podríamos añadir 40 mil millones de dólares en atención médica no compensada y 78 mil millones en concepto de caridad privada.
Suma total: Un billón, cincuenta y ocho millones de dólares en 2005. Hoy día sería una cifra mayor.
Para poner un billón de dólares en perspectiva, es más que dos veces nuestro gasto total en defensa nacional.
Es mayor que el ingreso total recaudado en concepto del impuesto a las ganancias individuales a nivel federal.
Es casi diez veces lo que gastábamos en políticas redistributivas en los años 50 (en dólares ajustados por inflación).
Equivale a los ingresos en efectivo antes de impuestos del total de los hogares de ingresos medios. Es cierto, transferimos a la población de bajos ingresos una suma igual a la totalidad de los ingresos de los hogares de ingresos medios, es decir, los hogares en el quintal del medio (Del percentil 40º al 60º) de la distribución del ingreso estadounidense.
Si se otorgase un billón de dólares simplemente a aquellos considerados pobres por el gobierno federal (37 millones de personas en 2005), equivaldría a la suma de 27.000 dólares por persona. Eso equivale a 81.000 para una familia de tres miembros, suma superior a la de todas las familias estadounidenses de ingresos medios y muy superior a los $15.577 que marcan el umbral de la pobreza.
En base a cualquier estándar razonable, un billón de dólares destinados a combatir la pobreza y la desigualdad es una suma sustancial.
¿Qué obtenemos a cambio? Esa es la pregunta que deberíamos estar formulándole a nuestros políticos en este año electoral a medida que nos urgen a gastar aún más en la Guerra contra la Pobreza.
Cuando Lyndon Johnson inauguró la Guerra contra la Pobreza en 1964, le aseguró a la opinión pública que “. . . esta inversión [de los dólares en concepto de impuestos] compensará varias veces su costo para la totalidad de nuestra economía”. Ahora que esta “inversión” ha alcanzado un billón de dólares deberíamos evaluar sí los retornos han sido en verdad grandes. Algunas cuestiones a tener en cuenta:
¿Se encuentra la población de bajos ingresos más independiente económicamente que antes de la Guerra contra la Pobreza?
¿Ha eliminado el gasto del billón de dólares la pobreza en los Estados Unidos? ¿La redujo de manera dramática?
¿Ha reducido el gasto del billón de dólares la desigualdad? ¿Están los igualitaristas agradecidos con el pueblo estadounidense por sus sacrificios en este área o continuamente siguen despotricando por la creciente desigualdad?
¿Más niños en una situación económica menos ventajosa están siendo hoy día criados por sus dos progenitores en familias estables que antes de la Guerra contra la Pobreza?
¿Los niños de las familias de bajos ingresos están recibiendo una buena educación que los prepare para una vida productiva como adultos? ¿Las brechas raciales en los logros educativos han sido eliminadas o bastamente disminuidas?
¿Se ha reducido la ilegitimidad entre la población de ingresos bajos?
¿El crimen es menor en la actualidad que en los años 50, antes de la Guerra contra la Pobreza?
Las respuestas a estos interrogantes que planteo, pintan una cuadro desolador de los logros alcanzados por el Estado de bienestar estadounidense. Mientras que una interpretación variada de la evidencia puede identificar unos pocos retornos positivos sobre nuestra “inversión”, tenemos derecho a esperar mucho más de un billón de dólares al año. Tal vez, sea tiempo de dejar de preocuparnos acerca de una estrategia para salir de la Guerra en Irak y formular una para la Guerra contra la Pobreza.
Traducido por Gabriel Gasave
Nuestra guerra del billón de dólares
No, no se trata de la Guerra en Irak—sino de la Guerra contra la Pobreza. Tan increíble como pueda parecer, los estadounidenses transfieren más de un billón de dólares al año a las familias de bajos ingresos a través de una abrumadora variedad de programas, todo en nombre de combatir la pobreza y la desigualdad. Eso es casi siete veces el costo de la Guerra en Irak.
¿En qué gastamos tanto? En 2005, 620 mil millones se gastaron en más de ochenta programas de bienestar financiados por los gobiernos federal, estaduales y locales. Pero las personas de bajos ingresos reciben beneficios de otros programas que no están caratulados como programas de bienestar. Entre ellos se destaca el hecho de que reciben beneficios de la Seguridad Social, el Medicare y el sistema de escuelas públicas.
Estimo que los beneficios de la Seguridad Social para aquellos en el quintal más pobre de la población totalizaron 100 mil millones de dólares en 2005. El Medicare proporcionó otros 115 mil millones y la educación de los niños de las familias de ingresos bajos costó 105 mil millones de dólares más. (Estas cifras no miden el gasto total de estos programas, sino solamente los gastos que benefician a aquellos en el quintal más bajo de la distribución de ingresos). A estas sumas podríamos añadir 40 mil millones de dólares en atención médica no compensada y 78 mil millones en concepto de caridad privada.
Suma total: Un billón, cincuenta y ocho millones de dólares en 2005. Hoy día sería una cifra mayor.
Para poner un billón de dólares en perspectiva, es más que dos veces nuestro gasto total en defensa nacional.
Es mayor que el ingreso total recaudado en concepto del impuesto a las ganancias individuales a nivel federal.
Es casi diez veces lo que gastábamos en políticas redistributivas en los años 50 (en dólares ajustados por inflación).
Equivale a los ingresos en efectivo antes de impuestos del total de los hogares de ingresos medios. Es cierto, transferimos a la población de bajos ingresos una suma igual a la totalidad de los ingresos de los hogares de ingresos medios, es decir, los hogares en el quintal del medio (Del percentil 40º al 60º) de la distribución del ingreso estadounidense.
Si se otorgase un billón de dólares simplemente a aquellos considerados pobres por el gobierno federal (37 millones de personas en 2005), equivaldría a la suma de 27.000 dólares por persona. Eso equivale a 81.000 para una familia de tres miembros, suma superior a la de todas las familias estadounidenses de ingresos medios y muy superior a los $15.577 que marcan el umbral de la pobreza.
En base a cualquier estándar razonable, un billón de dólares destinados a combatir la pobreza y la desigualdad es una suma sustancial.
¿Qué obtenemos a cambio? Esa es la pregunta que deberíamos estar formulándole a nuestros políticos en este año electoral a medida que nos urgen a gastar aún más en la Guerra contra la Pobreza.
Cuando Lyndon Johnson inauguró la Guerra contra la Pobreza en 1964, le aseguró a la opinión pública que “. . . esta inversión [de los dólares en concepto de impuestos] compensará varias veces su costo para la totalidad de nuestra economía”. Ahora que esta “inversión” ha alcanzado un billón de dólares deberíamos evaluar sí los retornos han sido en verdad grandes. Algunas cuestiones a tener en cuenta:
¿Se encuentra la población de bajos ingresos más independiente económicamente que antes de la Guerra contra la Pobreza?
¿Ha eliminado el gasto del billón de dólares la pobreza en los Estados Unidos? ¿La redujo de manera dramática?
¿Ha reducido el gasto del billón de dólares la desigualdad? ¿Están los igualitaristas agradecidos con el pueblo estadounidense por sus sacrificios en este área o continuamente siguen despotricando por la creciente desigualdad?
¿Más niños en una situación económica menos ventajosa están siendo hoy día criados por sus dos progenitores en familias estables que antes de la Guerra contra la Pobreza?
¿Los niños de las familias de bajos ingresos están recibiendo una buena educación que los prepare para una vida productiva como adultos? ¿Las brechas raciales en los logros educativos han sido eliminadas o bastamente disminuidas?
¿Se ha reducido la ilegitimidad entre la población de ingresos bajos?
¿El crimen es menor en la actualidad que en los años 50, antes de la Guerra contra la Pobreza?
Las respuestas a estos interrogantes que planteo, pintan una cuadro desolador de los logros alcanzados por el Estado de bienestar estadounidense. Mientras que una interpretación variada de la evidencia puede identificar unos pocos retornos positivos sobre nuestra “inversión”, tenemos derecho a esperar mucho más de un billón de dólares al año. Tal vez, sea tiempo de dejar de preocuparnos acerca de una estrategia para salir de la Guerra en Irak y formular una para la Guerra contra la Pobreza.
Traducido por Gabriel Gasave
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