El reloj biológico de los estadounidenses sufrirá otro sobresalto este fin de semana cuando regrese el horario de verano y todos (excepto los de Arizona) vuelvan una hora al futuro. El ritual anual de adelantar y retroceder la hora se ha unido a la muerte y los impuestos como aquellas certezas en la vida de uno.
Desde la sanción de la Ley de Seguridad Energética de 2005, que extendió cuatro semanas al horario de verano (DST por su sigla en inglés)—que ahora abarca ochos meses del año—el DST se ha vuelto más estándar que…la hora estándar. Según los copatrocinadores de la ley, los representantes Edward Markey, demócrata por Massachussets, y Fred Upton, republicano por Michigan, la extensión del horario de verano se suponía que reduciría de manera significativa el uso de energía, dado que la luz solar al atardecer reemplaza a la electricidad una hora adicional cada día.
Desafortunadamente, este dramático recorte en el uso de la energía podría ser perfectamente ilusorio, mientras que los costos del horario de verano son muy reales.
Al defender la extensión del horario de verano, los representantes Markey y Upton prometieron a los estadounidenses que reduciría el consumo de combustibles fósiles en el equivalente a 100.000 barriles de petróleo por día. Resultó, no obstante, que la estimación de los 100.000 barriles diarios estaba basada en información desactualizada de 1974, cuando el entonces presidente Richard Nixon, en medio de una crisis energética, ordenó que se adelantasen los relojes una hora en enero. En verdad, no existe información confiable que apoye la premisa de que el DST reduzca significativamente el consumo de energía. Los funcionarios del Departamento de Energía de los Estados Unidos (DoE por su sigla en inglés) admiten que ‘‘el jurado aún no decidió acerca del potencial de los ahorros energéticos nacionales’’.
Como en muchas ocasiones, Washington adoptó una medida política de disparar primero e interrogar después, ordenándole al DoE presentar un estudio al Congreso, en una fecha futura no especificada, sobre sí el DST en verdad ahorra energía. El estudio todavía no se ha realizado.
A pesar de que no queda claro qué beneficio reciben los estadounidenses por ajustar sus relojes dos veces al año, los costos que enfrentan son claros. Tal como lo sostiene el adagio de Benjamín Franklin: Tiempo es dinero, y el tiempo gastado en acomodar los relojes es tiempo que no puede ser dedicado a otros usos más valiosos. El cambio entre el horario de verano y el horario estándar tiene lo que los economistas llaman un “costo de oportunidad”.
Los economistas típicamente valoran al costo de oportunidad del tiempo de una persona según su salario por hora. La Oficina de Estadísticas Laborales del Departamento de Trabajo de los EE.UU. informa que el salario por hora del estadounidense promedio era de $17,57 en septiembre de 2007. Asumiendo que le insume a cada uno 10 minutos adelantar o atrasar todos sus relojes una hora, el costo de oportunidad de hacerlo representa unos $2,93 por persona. Multiplicando ese numero por la población total de los Estados Unidos (excluida Arizona) nos da un costo de oportunidad para la nación apenas por debajo de los $860 millones—o, para ser más precisos, $858.274,802. Dado que los relojes deben ser modificados dos veces por año, este calculo a grosso modo debe duplicarse, hasta aproximadamente $1.700 millones anualmente.
Existen otros costos asociados con el ajuste al DST y al tiempo estándar también. Por ejemplo, los cambios de hora interrumpen nuestros ritmos circadianos—es decir, nuestros patrones biológicos diarios—y la productividad inevitablemente cae los días siguientes al cambio, en la medida que al gente se presenta a trabajar media dormida.
Tal vez el horario de verano promueva las ventas de briquetas de carbón y de parrillas a gas, pero eso difícilmente justificaría los $1.700 millones o más en costos de oportunidad que se padecerán, particularmente sí no hay una compensación significativa en los ahorros de energía.
Por lo tanto,¿por qué es que permitimos que el gobierno nos diga que hora es?
Brandon Ramsey, estudiante graduado de economía contribuyó a este artículo.
Traducido por Gabriel Gasave
El horario de verano le cuesta a la nación $1.700 millones de dólares
El reloj biológico de los estadounidenses sufrirá otro sobresalto este fin de semana cuando regrese el horario de verano y todos (excepto los de Arizona) vuelvan una hora al futuro. El ritual anual de adelantar y retroceder la hora se ha unido a la muerte y los impuestos como aquellas certezas en la vida de uno.
Desde la sanción de la Ley de Seguridad Energética de 2005, que extendió cuatro semanas al horario de verano (DST por su sigla en inglés)—que ahora abarca ochos meses del año—el DST se ha vuelto más estándar que…la hora estándar. Según los copatrocinadores de la ley, los representantes Edward Markey, demócrata por Massachussets, y Fred Upton, republicano por Michigan, la extensión del horario de verano se suponía que reduciría de manera significativa el uso de energía, dado que la luz solar al atardecer reemplaza a la electricidad una hora adicional cada día.
Desafortunadamente, este dramático recorte en el uso de la energía podría ser perfectamente ilusorio, mientras que los costos del horario de verano son muy reales.
Al defender la extensión del horario de verano, los representantes Markey y Upton prometieron a los estadounidenses que reduciría el consumo de combustibles fósiles en el equivalente a 100.000 barriles de petróleo por día. Resultó, no obstante, que la estimación de los 100.000 barriles diarios estaba basada en información desactualizada de 1974, cuando el entonces presidente Richard Nixon, en medio de una crisis energética, ordenó que se adelantasen los relojes una hora en enero. En verdad, no existe información confiable que apoye la premisa de que el DST reduzca significativamente el consumo de energía. Los funcionarios del Departamento de Energía de los Estados Unidos (DoE por su sigla en inglés) admiten que ‘‘el jurado aún no decidió acerca del potencial de los ahorros energéticos nacionales’’.
Como en muchas ocasiones, Washington adoptó una medida política de disparar primero e interrogar después, ordenándole al DoE presentar un estudio al Congreso, en una fecha futura no especificada, sobre sí el DST en verdad ahorra energía. El estudio todavía no se ha realizado.
A pesar de que no queda claro qué beneficio reciben los estadounidenses por ajustar sus relojes dos veces al año, los costos que enfrentan son claros. Tal como lo sostiene el adagio de Benjamín Franklin: Tiempo es dinero, y el tiempo gastado en acomodar los relojes es tiempo que no puede ser dedicado a otros usos más valiosos. El cambio entre el horario de verano y el horario estándar tiene lo que los economistas llaman un “costo de oportunidad”.
Los economistas típicamente valoran al costo de oportunidad del tiempo de una persona según su salario por hora. La Oficina de Estadísticas Laborales del Departamento de Trabajo de los EE.UU. informa que el salario por hora del estadounidense promedio era de $17,57 en septiembre de 2007. Asumiendo que le insume a cada uno 10 minutos adelantar o atrasar todos sus relojes una hora, el costo de oportunidad de hacerlo representa unos $2,93 por persona. Multiplicando ese numero por la población total de los Estados Unidos (excluida Arizona) nos da un costo de oportunidad para la nación apenas por debajo de los $860 millones—o, para ser más precisos, $858.274,802. Dado que los relojes deben ser modificados dos veces por año, este calculo a grosso modo debe duplicarse, hasta aproximadamente $1.700 millones anualmente.
Existen otros costos asociados con el ajuste al DST y al tiempo estándar también. Por ejemplo, los cambios de hora interrumpen nuestros ritmos circadianos—es decir, nuestros patrones biológicos diarios—y la productividad inevitablemente cae los días siguientes al cambio, en la medida que al gente se presenta a trabajar media dormida.
Tal vez el horario de verano promueva las ventas de briquetas de carbón y de parrillas a gas, pero eso difícilmente justificaría los $1.700 millones o más en costos de oportunidad que se padecerán, particularmente sí no hay una compensación significativa en los ahorros de energía.
Por lo tanto,¿por qué es que permitimos que el gobierno nos diga que hora es?
Brandon Ramsey, estudiante graduado de economía contribuyó a este artículo.
Traducido por Gabriel Gasave
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