ASUNCIÓN, PARAGUAY—“Cambio o muerte”. Ese es el slogan de la vibrante campaña de Fernando Lugo en su deseo de convertirse en el próximo presidente de Paraguay.
Sus arengas populistas están dirigidas a los pobres-pero también comienza a parecerse cada vez más al principal agitador anti-democrático de América Latina, el presidente venezolano Hugo Chávez.
Su candidatura genera la inquietud de que el gradual movimiento de Paraguay hacia la democracia, que ya lleva 18 años, pueda revertirse. Lo último que necesita América Latina es otro populista busca pleitos.
Hasta ahora, el progreso democrático de Paraguay ha recibido algunos golpes bajo el gobierno actual. El presidente Nicanor Duarte Frutos, cuyo mandato finaliza en agosto próximo, ha tratado-sin éxito hasta el momento-de modificar la constitución para poder ser reelecto. A medida que su campaña para permanecer en el control se torna más desesperada, también lo hacen sus métodos. Se han vuelto cada vez más estridentes y antagónicos-algo común en una región largamente conocida por sus políticas populistas.
Su partido, la tradicional Asociación Nacional Republicana (ANR) o Partido Colorado tal como es conocido, se ha dividido en tres fracciones, con poca probabilidad de reconciliación.
Eso significa que la oposición está lista ahora para asumir el poder. Tan malo como el Sr. Duarte pueda parecer, la oposición es peor; como lo es su principal candidato, Fernando Lugo.
Un ex sacerdote que llegó a ser obispo de San Pedro, Lugo comenzó a interesarse por la política desde hace tiempo y es conocido como un apasionado defensor de una controvertida ideología que fuera popular en los años 70 y 80 conocida como la Teología de la Liberación. Esto le valió a Lugo el título de “obispo rojo” de Paraguay.
La jerarquía de la Iglesia Católica apartó de sus deberes clericales a Lugo cuando anunció su candidatura a la presidencia, pero eso no lo detuvo. Por el contrario, su remoción del clero parecería haber intensificado sus posturas antidemocráticas, lo que alía cada vez más a Lugo con el Sr. Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia. En un letrero que se lee en la principal avenida de Asunción, la campaña de Lugo anuncia el eslogan, “Cambio o muerte” y alardea que su candidato no se considera “un esclavo de la ley”. Demasiado para el Estado de Derecho.
La oposición enfrenta un dilema. Sí continúa apoyando a Lugo, podría ganar-quizás-pero tendrá que lidiar con un demagogo que desprecia a la ley y que podría sumergir al país en el caos. Sí ingresa dividida a los comicios-ya, tres partidos se han separado de la coalición original de 10-y ofrece varios candidatos, es casi seguro que pierda. Peor aún, Lugo podría seguir hasta el final y convertirse en un caudillo dictatorial como Chávez.
Pese a que la clase política lo observa con cautela, Lugo tiene amplio apoyo popular entre los pobres del país, que son atraídos por su retórica populista acerca de la maldad de los ricos y la necesidad de redistribuir la riqueza entre aquellos menos afortunados.
Despotricar contra los ricos tiene un gran atractivo debido a que Paraguay es un país pobre con una elevada tasa de desocupación-casi la mitad de la fuerza laboral trabaja en la agricultura, más del 16 por ciento de la población está desocupada y 36 por ciento de todos los paraguayos vive bajo la línea oficial de pobreza. Y si bien no está totalmente en ruinas, su economía es lánguida y crece a una tasa compuesta anual de apenas el 1,3 por ciento por año durante los últimos cinco años, según el Índice de Libertad Económica 2007 de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal, que clasifica a la economía paraguaya bien abajo en la lista en materia de apertura— en el puesto 99º de 157 a nivel global, y en el 22º de 29 en las Américas.
Con una economía débil, altos niveles de corrupción gubernamental y un mercado laboral restrictivo y altamente reglamentado-uno de los peores del mundo-la sociedad paraguaya está en el momento oportuno para el tipo de mensaje sobre una política de la envidia que está siendo pregonada por Lugo. Todo esto es música para los oídos de Chávez.
Por ahora, el resultado probable está lejos de haberse clarificado. Las palabras y acciones de Lugo han generado una considerable preocupación entre muchos, aún dentro de su propia coalición. El partido gobernante se encuentra desgarrado por las divisiones. Existen incluso propuestas en curso de impedir legalmente la candidatura de Lugo.
La intranquilidad también se está extendiendo a los países vecinos, especialmente Brasil, que comprensiblemente están preocupados acerca de tener otro populista radical en el vecindario.
Mientras tanto, el tiempo pasa-no solo para Paraguay, sino para toda América Latina, la cual difícilmente precise que otro caudillo populista se sume a los problemas de la región.
Traducido por Gabriel Gasave
América Latina no necesita otro radical como Chávez
ASUNCIÓN, PARAGUAY—“Cambio o muerte”. Ese es el slogan de la vibrante campaña de Fernando Lugo en su deseo de convertirse en el próximo presidente de Paraguay.
Sus arengas populistas están dirigidas a los pobres-pero también comienza a parecerse cada vez más al principal agitador anti-democrático de América Latina, el presidente venezolano Hugo Chávez.
Su candidatura genera la inquietud de que el gradual movimiento de Paraguay hacia la democracia, que ya lleva 18 años, pueda revertirse. Lo último que necesita América Latina es otro populista busca pleitos.
Hasta ahora, el progreso democrático de Paraguay ha recibido algunos golpes bajo el gobierno actual. El presidente Nicanor Duarte Frutos, cuyo mandato finaliza en agosto próximo, ha tratado-sin éxito hasta el momento-de modificar la constitución para poder ser reelecto. A medida que su campaña para permanecer en el control se torna más desesperada, también lo hacen sus métodos. Se han vuelto cada vez más estridentes y antagónicos-algo común en una región largamente conocida por sus políticas populistas.
Su partido, la tradicional Asociación Nacional Republicana (ANR) o Partido Colorado tal como es conocido, se ha dividido en tres fracciones, con poca probabilidad de reconciliación.
Eso significa que la oposición está lista ahora para asumir el poder. Tan malo como el Sr. Duarte pueda parecer, la oposición es peor; como lo es su principal candidato, Fernando Lugo.
Un ex sacerdote que llegó a ser obispo de San Pedro, Lugo comenzó a interesarse por la política desde hace tiempo y es conocido como un apasionado defensor de una controvertida ideología que fuera popular en los años 70 y 80 conocida como la Teología de la Liberación. Esto le valió a Lugo el título de “obispo rojo” de Paraguay.
La jerarquía de la Iglesia Católica apartó de sus deberes clericales a Lugo cuando anunció su candidatura a la presidencia, pero eso no lo detuvo. Por el contrario, su remoción del clero parecería haber intensificado sus posturas antidemocráticas, lo que alía cada vez más a Lugo con el Sr. Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia. En un letrero que se lee en la principal avenida de Asunción, la campaña de Lugo anuncia el eslogan, “Cambio o muerte” y alardea que su candidato no se considera “un esclavo de la ley”. Demasiado para el Estado de Derecho.
La oposición enfrenta un dilema. Sí continúa apoyando a Lugo, podría ganar-quizás-pero tendrá que lidiar con un demagogo que desprecia a la ley y que podría sumergir al país en el caos. Sí ingresa dividida a los comicios-ya, tres partidos se han separado de la coalición original de 10-y ofrece varios candidatos, es casi seguro que pierda. Peor aún, Lugo podría seguir hasta el final y convertirse en un caudillo dictatorial como Chávez.
Pese a que la clase política lo observa con cautela, Lugo tiene amplio apoyo popular entre los pobres del país, que son atraídos por su retórica populista acerca de la maldad de los ricos y la necesidad de redistribuir la riqueza entre aquellos menos afortunados.
Despotricar contra los ricos tiene un gran atractivo debido a que Paraguay es un país pobre con una elevada tasa de desocupación-casi la mitad de la fuerza laboral trabaja en la agricultura, más del 16 por ciento de la población está desocupada y 36 por ciento de todos los paraguayos vive bajo la línea oficial de pobreza. Y si bien no está totalmente en ruinas, su economía es lánguida y crece a una tasa compuesta anual de apenas el 1,3 por ciento por año durante los últimos cinco años, según el Índice de Libertad Económica 2007 de la Heritage Foundation y el Wall Street Journal, que clasifica a la economía paraguaya bien abajo en la lista en materia de apertura— en el puesto 99º de 157 a nivel global, y en el 22º de 29 en las Américas.
Con una economía débil, altos niveles de corrupción gubernamental y un mercado laboral restrictivo y altamente reglamentado-uno de los peores del mundo-la sociedad paraguaya está en el momento oportuno para el tipo de mensaje sobre una política de la envidia que está siendo pregonada por Lugo. Todo esto es música para los oídos de Chávez.
Por ahora, el resultado probable está lejos de haberse clarificado. Las palabras y acciones de Lugo han generado una considerable preocupación entre muchos, aún dentro de su propia coalición. El partido gobernante se encuentra desgarrado por las divisiones. Existen incluso propuestas en curso de impedir legalmente la candidatura de Lugo.
La intranquilidad también se está extendiendo a los países vecinos, especialmente Brasil, que comprensiblemente están preocupados acerca de tener otro populista radical en el vecindario.
Mientras tanto, el tiempo pasa-no solo para Paraguay, sino para toda América Latina, la cual difícilmente precise que otro caudillo populista se sume a los problemas de la región.
Traducido por Gabriel Gasave
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