Washington, DC— Tras la decisión del gobierno venezolano de no renovarle la licencia de transmisión por supuesta violación de los estándares éticos, la cadena televisiva más antigua de Venezuela salió del aire el pasado domingo. Radio Caracas Televisión (RCTV), el pugnaz medio de comunicación que colmó la paciencia de Hugo Chávez y sus miñones, se convierte así en la más reciente “cause célèbre” de América Latina.
No es fácil para quienes no están familiarizados con la historia de la región comprender el alboroto mundial que ha provocado la decisión de Hugo Chávez de clausurar RCTV. He visto muchas informaciones periodísticas en los Estados Unidos y otras partes que delatan cierto escepticismo con respecto a las credenciales heroicas que le han sido conferidas, dentro y fuera de Venezuela, a la difunta cadena televisiva y a su Presidente, Marcel Granier. Después de todo, parecen apuntar estas informaciones, se trata de una cuestión burocrática y, no obstante lo arbitraria que pueda haber sido la decisión de Chávez, RCTV había traspasado los límites del periodismo independiente, convirtiéndose en un brulote político dirigido contra las autoridades.
Dejando de lado el argumento elemental de que corresponde a los espectadores y no a los comisarios juzgar la línea periodística de una cadena televisiva, y de que los antecedentes de Chávez hacen de él un improbable custodio de la moral pública, existen motivos más profundos por los cuales el caso de RCTV merece atención universal. Tienen que ver con el papel que esta cadena se vio obligada a desempeñar ante la ausencia de contrapesos y límites al poder en la marcha inequívoca de Venezuela hacia el totalitarismo.
Obligado por las circunstancias, RCTV se había convertido en los último años en una especie de sustituto de la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y el ente electoral. “No somos políticos”, me decía hace unos días Granier, “pero en una situación como esta no siempre se puede evitar ser percibido como parte de la contienda política por quienes carecen de un representación eficaz o de protección jurídica, y por los responsables de haber acabado con ambas. Simplemente por brindarle información a una sociedad hambrienta de información fuimos colocados en esa posición”.
Esto calza con una tradición tanto latinoamericana como de algunos otros lugares, donde las recurrentes tiranías han obligado a menudo a ciertas instituciones cívicas a sustituir a los partidos políticos y los dirigentes opositores. Durante las décadas de 1960 y 1970, Brasil se convirtió en la capital mundial de las telenovelas. Debido a la censura de los medios de comunicación, los brasileños comenzaron a ver en sus telenovelas un reflejo más exacto de la vida real que la información que recibían en los boletines noticiosos. Del mismo modo, en muchos países latinoamericanos y centroeuropeos los novelistas han jugado el rol de conciencias morales porque sus ficciones lucían más respetables y creíbles que las instituciones oficiales.
En algunas naciones, los medios de comunicación han asumido roles políticos. Durante la dictadura de Somoza, el periódico nicaragüense “La Prensa” se convirtió en un símbolo tan poderoso que su propietario, Pedro Joaquín Chamorro, fue asesinado por matones del gobierno. Tras la caída de Somoza, la viuda de Chamorro, un ama de casa, fue catapultada por fuerzas que escapaban a su control a la palestra cívica. Doña Violeta se convirtió en el látigo de la dictadura sandinista y acabó ganando los comicios presidenciales.
Granier y su cadena de televisión merecen, sin duda alguna, la solidaridad que están recibiendo de millones de venezolanos y de gobiernos y organismos internacionales que han denunciado el bárbaro atropello contra esta institución de 54 años de antigüedad que empleaba a tres mil trabajadores. RCTV, la nave insignia de la corporación 1BC, es el último capítulo de una larga tradición de virtud cívica convertida en necesidad política en tiempos de peligro extremo para la libertad de una nación. La decisión del Tribunal Supremo de Venezuela —institución que debería haber revertido el “ukase” de Chávez— de confiscar los equipos de transmisión de RCTV, echando con ello toneladas de sal en la herida de la clausura, permite entender las circunstancias que han hecho de Granier y sus periodistas un referente para tantos venezolanos desesperados por aferrarse a algo que personifique la idea de justicia.
RCTV tuvo al líder perfecto en una circunstancia límite: un hombre sereno y pausado que jamás retrocedió ante fuerzas abrumadoras. No lo hizo cuando, hace un par de años, Chávez promulgó la Ley de Responsabilidad Social y modificó el código penal para amordazar a los medios de comunicación, ni cuando los “círculos bolivarianos” del gobierno atacaron a sus empleados, ni cuando su féretro anticipatorio fue paseado por las calles.
Chávez acierta al apuntar sus cañones contra un hombre así. Granier triplicó las inversiones de su empresa en Venezuela cuando todo le indicaba que podría llegar a lamentar esa decisión y, ofreciendo periodismo crítico y entretenimiento, logró hacerse con el 44 por ciento de la audiencia nacional, según el último informe. Genio y figura hasta la sepultura, la noche del cierre Granier prometió: “Regresaremos a trabajar el lunes incluso si estamos fuera del aire y la gente no puede ver lo que estamos haciendo”. En “Chávezlandia”, un hombre así resulta ciertamente intolerable.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
El héroe cool de Venezuela
Washington, DC— Tras la decisión del gobierno venezolano de no renovarle la licencia de transmisión por supuesta violación de los estándares éticos, la cadena televisiva más antigua de Venezuela salió del aire el pasado domingo. Radio Caracas Televisión (RCTV), el pugnaz medio de comunicación que colmó la paciencia de Hugo Chávez y sus miñones, se convierte así en la más reciente “cause célèbre” de América Latina.
No es fácil para quienes no están familiarizados con la historia de la región comprender el alboroto mundial que ha provocado la decisión de Hugo Chávez de clausurar RCTV. He visto muchas informaciones periodísticas en los Estados Unidos y otras partes que delatan cierto escepticismo con respecto a las credenciales heroicas que le han sido conferidas, dentro y fuera de Venezuela, a la difunta cadena televisiva y a su Presidente, Marcel Granier. Después de todo, parecen apuntar estas informaciones, se trata de una cuestión burocrática y, no obstante lo arbitraria que pueda haber sido la decisión de Chávez, RCTV había traspasado los límites del periodismo independiente, convirtiéndose en un brulote político dirigido contra las autoridades.
Dejando de lado el argumento elemental de que corresponde a los espectadores y no a los comisarios juzgar la línea periodística de una cadena televisiva, y de que los antecedentes de Chávez hacen de él un improbable custodio de la moral pública, existen motivos más profundos por los cuales el caso de RCTV merece atención universal. Tienen que ver con el papel que esta cadena se vio obligada a desempeñar ante la ausencia de contrapesos y límites al poder en la marcha inequívoca de Venezuela hacia el totalitarismo.
Obligado por las circunstancias, RCTV se había convertido en los último años en una especie de sustituto de la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y el ente electoral. “No somos políticos”, me decía hace unos días Granier, “pero en una situación como esta no siempre se puede evitar ser percibido como parte de la contienda política por quienes carecen de un representación eficaz o de protección jurídica, y por los responsables de haber acabado con ambas. Simplemente por brindarle información a una sociedad hambrienta de información fuimos colocados en esa posición”.
Esto calza con una tradición tanto latinoamericana como de algunos otros lugares, donde las recurrentes tiranías han obligado a menudo a ciertas instituciones cívicas a sustituir a los partidos políticos y los dirigentes opositores. Durante las décadas de 1960 y 1970, Brasil se convirtió en la capital mundial de las telenovelas. Debido a la censura de los medios de comunicación, los brasileños comenzaron a ver en sus telenovelas un reflejo más exacto de la vida real que la información que recibían en los boletines noticiosos. Del mismo modo, en muchos países latinoamericanos y centroeuropeos los novelistas han jugado el rol de conciencias morales porque sus ficciones lucían más respetables y creíbles que las instituciones oficiales.
En algunas naciones, los medios de comunicación han asumido roles políticos. Durante la dictadura de Somoza, el periódico nicaragüense “La Prensa” se convirtió en un símbolo tan poderoso que su propietario, Pedro Joaquín Chamorro, fue asesinado por matones del gobierno. Tras la caída de Somoza, la viuda de Chamorro, un ama de casa, fue catapultada por fuerzas que escapaban a su control a la palestra cívica. Doña Violeta se convirtió en el látigo de la dictadura sandinista y acabó ganando los comicios presidenciales.
Granier y su cadena de televisión merecen, sin duda alguna, la solidaridad que están recibiendo de millones de venezolanos y de gobiernos y organismos internacionales que han denunciado el bárbaro atropello contra esta institución de 54 años de antigüedad que empleaba a tres mil trabajadores. RCTV, la nave insignia de la corporación 1BC, es el último capítulo de una larga tradición de virtud cívica convertida en necesidad política en tiempos de peligro extremo para la libertad de una nación. La decisión del Tribunal Supremo de Venezuela —institución que debería haber revertido el “ukase” de Chávez— de confiscar los equipos de transmisión de RCTV, echando con ello toneladas de sal en la herida de la clausura, permite entender las circunstancias que han hecho de Granier y sus periodistas un referente para tantos venezolanos desesperados por aferrarse a algo que personifique la idea de justicia.
RCTV tuvo al líder perfecto en una circunstancia límite: un hombre sereno y pausado que jamás retrocedió ante fuerzas abrumadoras. No lo hizo cuando, hace un par de años, Chávez promulgó la Ley de Responsabilidad Social y modificó el código penal para amordazar a los medios de comunicación, ni cuando los “círculos bolivarianos” del gobierno atacaron a sus empleados, ni cuando su féretro anticipatorio fue paseado por las calles.
Chávez acierta al apuntar sus cañones contra un hombre así. Granier triplicó las inversiones de su empresa en Venezuela cuando todo le indicaba que podría llegar a lamentar esa decisión y, ofreciendo periodismo crítico y entretenimiento, logró hacerse con el 44 por ciento de la audiencia nacional, según el último informe. Genio y figura hasta la sepultura, la noche del cierre Granier prometió: “Regresaremos a trabajar el lunes incluso si estamos fuera del aire y la gente no puede ver lo que estamos haciendo”. En “Chávezlandia”, un hombre así resulta ciertamente intolerable.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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