En los momentos previos a las elecciones de mitad de mandato, los recientes comentarios del Vicepresidente Dick Cheney acerca de la política de seguridad nacional de los Estados Unidos una vez más apuntan a la arrogancia y desdén de la Administración Bush por los controles sobre el poder ejecutivo.
“Usted no puede hacer una política de seguridad nacional basándose en eso [los resultados de la elección”, declaró Cheney. “Puede que no sea popular con el público. No importa, en el sentido de que debemos proseguir con la misión [en Irak] … y eso es lo que estamos haciendo”. No importa cual sea el resultado de los comicios, la política estadounidense en Irak seguirá “adelante a todo vapor”, según Cheney. Aparentemente, la opinión pública de los EE.UU. sobre el tema más importante del mandato de esta administración no cuenta.
De manera similar, la administración Bush ha decidido también ignorar a la opinión pública iraquí. Los sondeos de opinión en Irak indican que la gran mayoría de la gente desea un cronograma para el retiro de las tropas estadounidenses. Si el objetivo principal de la invasión y ocupación de los EE.UU era el de establecer una democracia en Irak, ¿no debería la administración prestarle más atención a los deseos de los iraquíes? No obstante ello, la administración se rehúsa a tan siquiera considerar como una opción a una “retirada escalonada”.
La retórica de Cheney puede estar diseñada meramente como una maniobra política: para arrojar carne roja a las bases de derecha a fin de incrementar su participación en las elecciones. Resulta imaginable que la administración pudiese revertir su política en Irak una vez que conozca los resultados de los comicios. Existe la posibilidad de que las declaraciones fueron solo para simular estar aplacado cuando el Presidente Bush sostuvo que deseaba que tanto Cheney como el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, arquitectos de la debacle de Irak, presten servicio hasta el final de su gobierno. Incluso si los comentarios de Cheney son vistos como una fanfarria preelectoral, sin embargo, la retórica es llamativa de parte del líder elegido de un país libre y democrático.
Por supuesto, dichas palabras son solamente una continuación del descaro de la administración respecto de la expansión del poder ejecutivo. La administración Bush, que debiera haberse puesto colorada después del escándalo en la prisión de Abu Ghraib, exitosamente defendió la opinión de que el Congreso debería seguir permitiendo la tortura de los prisioneros y la suspensión de sus derechos al recurso de habeas corpus. Cuando los tribunales militares irregulares de la Administración fueron declarados inconstitucionales, la misma simplemente se dirigió al Congreso para que los aprobara. En los años 70, las revelaciones del espionaje interno por parte de las agencias de inteligencia provocaron un clamor público y restricciones impuestas parlamentariamente. Hoy día, tras la exposición de un programa de la Agencia de la Seguridad Nacional para el espionaje interno sin autorización claramente inconstitucional, la administración, en vez de estar avergonzada o de temerle al juicio político, descaradamente desea que el Congreso incorpore la practica en las leyes.
Esta falta de vergüenza al autorizar un comportamiento gubernamental desacertado e inconstitucional se encuentra arraigado en una presidencia imperial, que perdurará mucho después de que el actual ocupante se haya marchado. El próximo presidente, ya sea demócrata o republicano, heredará un peligroso precedente: la rama ejecutiva consumiendo a la Constitución y los controles y equilibrios que la misma contiene. El próximo presidente podría fácilmente utilizar el precedente para expandir aún más las facultades presidenciales. Este patrón ha tenido lugar a lo largo de la historia de los Estados Unidos, especialmente durante las épocas de guerra o crisis, pero fue especialmente pronunciado durante la prolongada Guerra Fría. Ahora que tenemos lo que promete ser una igualmente larga o más larga “guerra contra el terror”, podemos esperar que el poder ejecutivo siempre en expansión se acelere nuevamente. Desafortunadamente, la administración Bush es solamente la primera cuota de ese futuro probable.
La creación de un imperio destruyó a la República Romana lentamente desde adentro. A medida que sus conquistas externas militarizaban a la política romana, el poder pasó de la asamblea del pueblo al Senado, de éste al dictador y luego al emperador. En los Estados Unidos, el “hogar del libre y el valiente”, consideramos de un modo u otro que una usurpación similar de la república jamás podría ocurrir. Sin embargo la misma ya está en marcha.
Desdeñando la democracia
En los momentos previos a las elecciones de mitad de mandato, los recientes comentarios del Vicepresidente Dick Cheney acerca de la política de seguridad nacional de los Estados Unidos una vez más apuntan a la arrogancia y desdén de la Administración Bush por los controles sobre el poder ejecutivo.
“Usted no puede hacer una política de seguridad nacional basándose en eso [los resultados de la elección”, declaró Cheney. “Puede que no sea popular con el público. No importa, en el sentido de que debemos proseguir con la misión [en Irak] … y eso es lo que estamos haciendo”. No importa cual sea el resultado de los comicios, la política estadounidense en Irak seguirá “adelante a todo vapor”, según Cheney. Aparentemente, la opinión pública de los EE.UU. sobre el tema más importante del mandato de esta administración no cuenta.
De manera similar, la administración Bush ha decidido también ignorar a la opinión pública iraquí. Los sondeos de opinión en Irak indican que la gran mayoría de la gente desea un cronograma para el retiro de las tropas estadounidenses. Si el objetivo principal de la invasión y ocupación de los EE.UU era el de establecer una democracia en Irak, ¿no debería la administración prestarle más atención a los deseos de los iraquíes? No obstante ello, la administración se rehúsa a tan siquiera considerar como una opción a una “retirada escalonada”.
La retórica de Cheney puede estar diseñada meramente como una maniobra política: para arrojar carne roja a las bases de derecha a fin de incrementar su participación en las elecciones. Resulta imaginable que la administración pudiese revertir su política en Irak una vez que conozca los resultados de los comicios. Existe la posibilidad de que las declaraciones fueron solo para simular estar aplacado cuando el Presidente Bush sostuvo que deseaba que tanto Cheney como el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, arquitectos de la debacle de Irak, presten servicio hasta el final de su gobierno. Incluso si los comentarios de Cheney son vistos como una fanfarria preelectoral, sin embargo, la retórica es llamativa de parte del líder elegido de un país libre y democrático.
Por supuesto, dichas palabras son solamente una continuación del descaro de la administración respecto de la expansión del poder ejecutivo. La administración Bush, que debiera haberse puesto colorada después del escándalo en la prisión de Abu Ghraib, exitosamente defendió la opinión de que el Congreso debería seguir permitiendo la tortura de los prisioneros y la suspensión de sus derechos al recurso de habeas corpus. Cuando los tribunales militares irregulares de la Administración fueron declarados inconstitucionales, la misma simplemente se dirigió al Congreso para que los aprobara. En los años 70, las revelaciones del espionaje interno por parte de las agencias de inteligencia provocaron un clamor público y restricciones impuestas parlamentariamente. Hoy día, tras la exposición de un programa de la Agencia de la Seguridad Nacional para el espionaje interno sin autorización claramente inconstitucional, la administración, en vez de estar avergonzada o de temerle al juicio político, descaradamente desea que el Congreso incorpore la practica en las leyes.
Esta falta de vergüenza al autorizar un comportamiento gubernamental desacertado e inconstitucional se encuentra arraigado en una presidencia imperial, que perdurará mucho después de que el actual ocupante se haya marchado. El próximo presidente, ya sea demócrata o republicano, heredará un peligroso precedente: la rama ejecutiva consumiendo a la Constitución y los controles y equilibrios que la misma contiene. El próximo presidente podría fácilmente utilizar el precedente para expandir aún más las facultades presidenciales. Este patrón ha tenido lugar a lo largo de la historia de los Estados Unidos, especialmente durante las épocas de guerra o crisis, pero fue especialmente pronunciado durante la prolongada Guerra Fría. Ahora que tenemos lo que promete ser una igualmente larga o más larga “guerra contra el terror”, podemos esperar que el poder ejecutivo siempre en expansión se acelere nuevamente. Desafortunadamente, la administración Bush es solamente la primera cuota de ese futuro probable.
La creación de un imperio destruyó a la República Romana lentamente desde adentro. A medida que sus conquistas externas militarizaban a la política romana, el poder pasó de la asamblea del pueblo al Senado, de éste al dictador y luego al emperador. En los Estados Unidos, el “hogar del libre y el valiente”, consideramos de un modo u otro que una usurpación similar de la república jamás podría ocurrir. Sin embargo la misma ya está en marcha.
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