El rumbo que lleva Chile continuará sin importar quien gane la segunda vuelta de la elección presidencial este domingo. Esa elección enfrenta a la socialista Michelle Bachelet, la hija de un oficial de la fuerza Aérea que murió en las prisiones de Pinochet, y Sebastián Piñera, un empresario multimillonario que se opuso a Pinochet hacia finales de su mandato y que logró derrotar a Joaquín Lavín, el otro candidato conservador, en la primera vuelta.
Las diferencias entre Bachelet —la representante de la coalición gobernante que lleva en el poder 16 años— y Piñera, quien ha surgido como el nuevo líder conservador, no son pequeñas, especialmente en lo atinente a las libertades civiles y las raíces ideológicas. Pero, a diferencia de cualquier otro país latinoamericano, quien sea que triunfe en los comicios presidenciales de Chile no alterará el sendero que ese país ha venido siguiendo durante una generación. Entre las naciones en desarrollo, eso solamente puede decirse en la actualidad de los países de Europa central, los bálticos y los del este de Asia.
Los ex países comunistas, especialmente las naciones bálticas y centroeuropeas, han adoptado un modelo basado en el libre comercio y la democracia política bajo un Estado de Derecho. Las elecciones giran en derredor de pequeñas variantes de ese modelo básico. Gracias a ello, e incluso a pesar de que existe aún un largo camino por recorrer a fin de completar la des-socialización de esas naciones, 40 millones de ciudadanos han superado la pobreza solamente en los últimos seis años. Entre las naciones latinoamericanas, el único caso equivalente es el de Chile, donde más de un millón de personas abandonaron la pobreza en la última década y donde no más de un quinto de la población sufre de privaciones serias.
Varios amigos chilenos me dicen que si se celebrase un referendo, los votantes chilenos probablemente optarían por revisar los fundamentos de su modelo de libre mercado. Según ellos, lo que impide esta revisión es el consenso alcanzado por la denominada “clase política”, incluido el Partido Socialista, que arrastra a la sociedad por un camino distinto del que en verdad no desea. La sociedad chilena –sostienen- se encuentra a la izquierda de la gobernante coalición de centro-izquierda. Tal vez. Pero ninguna democracia política ha permitido jamás a sus dirigentes llevar a la gente en una dirección indeseada de manera indefinida (razón por la cual, por cierto, la democracia entendida como un mayoritismo irrestricto ha ido socavando los fundamentos de la sociedad libre en muchas naciones). Y si los chilenos estuviesen profundamente en contra de su propio modelo social no hubiesen estado a punto de arrojar del poder a la coalición gobernante en las elecciones presidenciales anteriores. La principal razón por la que el conservador Joaquín Lavín casi derrotó a Ricardo Lagos seis años atrás no fue tanto la renuencia a otorgarle a la coalición oficialista su tercer victoria consecutiva cuanto el temor de que Lagos fuese un socialista a la vieja usanza.
Las cosas han cambiado ahora porque Lagos demostró que estaba más en sintonía con el modelo prevaleciente que sus predecesores, ambos demócrata-cristianos. Pero su victoria milimétrica en 1999 indica que la sociedad chilena estaba —y está— interesada en la preservación de su modelo. A ninguna familia que deba ganarse su sustento diario le agradan los discursos complacientes. Pero cuando los indicadores muestran de manera consistente que Chile es el único país latinoamericano que ha visto elevarse su PBI per capita, por ejemplo, como proporción del PBI per capita de los Estados Unidos en las dos últimas décadas, la mayor parte de las familias chilenas deben tener una sensación de que las cosas se están moviendo en la dirección correcta.
¿Significa esto que las elecciones son ineficaces? No. En principio, cualquier partido o coalición que permanece en el poder demasiado tiempo desarrolla hábitos peligrosos (los mismos pudieron evidenciarse incluso bajo Lagos) y resulta importante que sientan la presión. Es bueno que la centro-derecha le haya provocado a Bachelet al menos un poquito de angustia en la última etapa de su campaña presidencial incluso si sigue siendo la favorita en los comicios del próximo domingo. Es también positivo que el liderazgo de Lavín sobre la derecha haya padecido presión competitiva y en ultima instancia una derrota a manos de Piñera: tampoco es saludable que los líderes de la oposición se vuelvan “caudillos” intocables.
Chile tiene por delante dos grandes desafíos. Primero, precisa profundizar sus reformas para alcanzar la sociedad abierta. En segundo término, la coalición gobernante necesita, en alguna medida, perder ante la oposición para que el fantasma de Pinochet pueda disiparse de una vez por todas. La transición de la dictadura a la democracia no estuvo completa en España hasta que la derecha, bajo la conducción de José María Aznar, demostró que ya no era la derecha de Franco. La transición de Chile no estará completa hasta que la centro-derecha gobernante evidencie que ha enterrado a Pinochet.
En cuanto al modelo social y económico, el verdadero enemigo es la complacencia. Chile no es aún una nación desarrollada ni una sociedad completamente libre. Su PBI per capita, unos $7.000, está detrás del de Israel, Kuwait, Chipre o Puerto Rico. Hay todavía muchos pobres. Y varios otros países “emergentes’ llevan la delantera. Incluso Hungría, que estaba bajo el comunismo hace una generación, en la actualidad ha prácticamente eliminado la pobreza. Varias reformas están pendientes en Chile, incluidas las reformas tributarias, laborales y educativas. En virtud de que ellas implican retirar la mano muerta del Estado, será necesario un consenso similar al consenso que ha acompañado a otras reformas. Ninguno de los candidatos ha ofrecido reformas adicionales parecidas. Sin ellas, Chile seguirá brillando en comparación con sus vecinos, pero en términos internacionales estará en la mitad de la tabla. Los impresionantes resultados indican hasta ahora que no existe razón alguna para que los chilenos se contenten con la mitad de la tabla.
El rumbo de Chile
El rumbo que lleva Chile continuará sin importar quien gane la segunda vuelta de la elección presidencial este domingo. Esa elección enfrenta a la socialista Michelle Bachelet, la hija de un oficial de la fuerza Aérea que murió en las prisiones de Pinochet, y Sebastián Piñera, un empresario multimillonario que se opuso a Pinochet hacia finales de su mandato y que logró derrotar a Joaquín Lavín, el otro candidato conservador, en la primera vuelta.
Las diferencias entre Bachelet —la representante de la coalición gobernante que lleva en el poder 16 años— y Piñera, quien ha surgido como el nuevo líder conservador, no son pequeñas, especialmente en lo atinente a las libertades civiles y las raíces ideológicas. Pero, a diferencia de cualquier otro país latinoamericano, quien sea que triunfe en los comicios presidenciales de Chile no alterará el sendero que ese país ha venido siguiendo durante una generación. Entre las naciones en desarrollo, eso solamente puede decirse en la actualidad de los países de Europa central, los bálticos y los del este de Asia.
Los ex países comunistas, especialmente las naciones bálticas y centroeuropeas, han adoptado un modelo basado en el libre comercio y la democracia política bajo un Estado de Derecho. Las elecciones giran en derredor de pequeñas variantes de ese modelo básico. Gracias a ello, e incluso a pesar de que existe aún un largo camino por recorrer a fin de completar la des-socialización de esas naciones, 40 millones de ciudadanos han superado la pobreza solamente en los últimos seis años. Entre las naciones latinoamericanas, el único caso equivalente es el de Chile, donde más de un millón de personas abandonaron la pobreza en la última década y donde no más de un quinto de la población sufre de privaciones serias.
Varios amigos chilenos me dicen que si se celebrase un referendo, los votantes chilenos probablemente optarían por revisar los fundamentos de su modelo de libre mercado. Según ellos, lo que impide esta revisión es el consenso alcanzado por la denominada “clase política”, incluido el Partido Socialista, que arrastra a la sociedad por un camino distinto del que en verdad no desea. La sociedad chilena –sostienen- se encuentra a la izquierda de la gobernante coalición de centro-izquierda. Tal vez. Pero ninguna democracia política ha permitido jamás a sus dirigentes llevar a la gente en una dirección indeseada de manera indefinida (razón por la cual, por cierto, la democracia entendida como un mayoritismo irrestricto ha ido socavando los fundamentos de la sociedad libre en muchas naciones). Y si los chilenos estuviesen profundamente en contra de su propio modelo social no hubiesen estado a punto de arrojar del poder a la coalición gobernante en las elecciones presidenciales anteriores. La principal razón por la que el conservador Joaquín Lavín casi derrotó a Ricardo Lagos seis años atrás no fue tanto la renuencia a otorgarle a la coalición oficialista su tercer victoria consecutiva cuanto el temor de que Lagos fuese un socialista a la vieja usanza.
Las cosas han cambiado ahora porque Lagos demostró que estaba más en sintonía con el modelo prevaleciente que sus predecesores, ambos demócrata-cristianos. Pero su victoria milimétrica en 1999 indica que la sociedad chilena estaba —y está— interesada en la preservación de su modelo. A ninguna familia que deba ganarse su sustento diario le agradan los discursos complacientes. Pero cuando los indicadores muestran de manera consistente que Chile es el único país latinoamericano que ha visto elevarse su PBI per capita, por ejemplo, como proporción del PBI per capita de los Estados Unidos en las dos últimas décadas, la mayor parte de las familias chilenas deben tener una sensación de que las cosas se están moviendo en la dirección correcta.
¿Significa esto que las elecciones son ineficaces? No. En principio, cualquier partido o coalición que permanece en el poder demasiado tiempo desarrolla hábitos peligrosos (los mismos pudieron evidenciarse incluso bajo Lagos) y resulta importante que sientan la presión. Es bueno que la centro-derecha le haya provocado a Bachelet al menos un poquito de angustia en la última etapa de su campaña presidencial incluso si sigue siendo la favorita en los comicios del próximo domingo. Es también positivo que el liderazgo de Lavín sobre la derecha haya padecido presión competitiva y en ultima instancia una derrota a manos de Piñera: tampoco es saludable que los líderes de la oposición se vuelvan “caudillos” intocables.
Chile tiene por delante dos grandes desafíos. Primero, precisa profundizar sus reformas para alcanzar la sociedad abierta. En segundo término, la coalición gobernante necesita, en alguna medida, perder ante la oposición para que el fantasma de Pinochet pueda disiparse de una vez por todas. La transición de la dictadura a la democracia no estuvo completa en España hasta que la derecha, bajo la conducción de José María Aznar, demostró que ya no era la derecha de Franco. La transición de Chile no estará completa hasta que la centro-derecha gobernante evidencie que ha enterrado a Pinochet.
En cuanto al modelo social y económico, el verdadero enemigo es la complacencia. Chile no es aún una nación desarrollada ni una sociedad completamente libre. Su PBI per capita, unos $7.000, está detrás del de Israel, Kuwait, Chipre o Puerto Rico. Hay todavía muchos pobres. Y varios otros países “emergentes’ llevan la delantera. Incluso Hungría, que estaba bajo el comunismo hace una generación, en la actualidad ha prácticamente eliminado la pobreza. Varias reformas están pendientes en Chile, incluidas las reformas tributarias, laborales y educativas. En virtud de que ellas implican retirar la mano muerta del Estado, será necesario un consenso similar al consenso que ha acompañado a otras reformas. Ninguno de los candidatos ha ofrecido reformas adicionales parecidas. Sin ellas, Chile seguirá brillando en comparación con sus vecinos, pero en términos internacionales estará en la mitad de la tabla. Los impresionantes resultados indican hasta ahora que no existe razón alguna para que los chilenos se contenten con la mitad de la tabla.
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