El 20 de octubre, por una votación de 148 a 2, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) aprobó el borrador preliminar de la Convention on the Protection and Promotion of the Diversity of Cultural Expressions.
Solamente los Estados Unidos e Israel disintieron con el mismo. La Convención entrará en vigor tras ser ratificada por 30 gobiernos. Antes de que ello suceda, los EE.UU. deberían retirarse de la UNESCO tal como lo hicieron en el año 1984.
¿Qué es la Convención, y por qué los Estados Unidos son hostiles hacia ella?
Este acuerdo legal internacional es denominado en ocasiones la Convention on Cultural Diversity (CCD es la sigla inglés para la Convención sobre la Diversidad Cultural). El Artículo señala que debería permitírsele a las naciones soberanas implementar «políticas y medidas…que estimen apropiadas para la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales en su territorio.» El Artículo 8 reafirma ese objetivo.
Pero la CCD es extremadamente vaga respecto de qué es lo que constituye una «expresión cultural.» El Artículo 4 define al «contenido cultural » como «el significado simbólico, la dimensión artística y los valores culturales que se originan de o expresan identidades culturales.»
Esta vaguedad de la definición preocupa a los funcionarios estadounidenses. La expresión cultural casi con certeza incluye a las películas, los libros, la música, el teatro y el periodismo…¿pero qué más? Por ejemplo, el vino, el queso, el pan y una amplia variedad de otros bienes de consumo franceses podrían ser vistos como que integran a la cultura francesa. De ser así, la CCD autoriza a Francia a tomar cualquiera de las «medidas…que estimen apropiadas «para la protección cultural.
Presumiblemente esto significa subsidios, aranceles, y otras barreras comerciales.
El Departamento de Estado ha expresado inquietud de que la CCD pudiese convertirse en «una base para nuevas barreras inadmisibles para el comercio de bienes, servicios, o productos agrícolas que podrían ser vistos como que se encuentran relacionados con las »expresiones culturales».»
En efecto, la CCD puede tratarse más acerca del comercio que de la cultura. Algunos sostienen que su vaguedad es en verdad una prenda de negociación para ser utilizada en contra de los Estados Unidos durante las venideras conversaciones en la Organización Mundial del Comercio .
Pero mucho más que la economía se encuentra en juego.
La CCD es un intento evidente para colocar a la cultura mundial bajo el control de los gobiernos. Un libre flujo de ideas y de expresión caracteriza tanto al mercado como a la propia libertad. En su lugar, la CCD desea el equivalente de los »policías de la cultura» en cada nación, con la imposición de un »tribunal de la cultura» llamado el Comité Intergubernamental.
La obtención de poder es justificada en términos nobles. La CCD afirma proteger a las »culturas minoritarias» y promover la diversidad. Algunas naciones pueden ser sinceras pero varios motivos no tan nobles están también en juego.
Uno de ellos es el resentimiento acerca de cuan bien se vende la cultura estadounidense cuando los consumidores son libres para comprar. Películas, blue jeans, música rock y jazz, juguetes, bebidas gaseosas, McDonalds, literatura desde Playboy a libros de historietas… Tal como lo comenta Neil Hrab en Tech Central Station, la CCD es «un esfuerzo para castigar a los EE.UU. por exportar demasiado exitosamente sus… productos culturales alrededor del mundo.»
The Heritage Foundation concluye que la CCD «es más acerca…del prejuicio cultural que de la diversidad cultural y el entendimiento.» La Fundación advierte, «Imaginemos cuánto más descarados una convención como esa hará a países como Burma, China, Irán, o Cuba, todos los cuales son notorios por la restricción de las libertades, especialmente la libertad de expresión y la de prensa.»
Este es otro motivo aún más innoble. Los regímenes opresivos saben que el control de la cultura es clave para controlar lo que los individuos piensan y sienten.
China es un ejemplo extremo pero el mismo ilustra de manera dramática la relación entre la cultura y el control político. No es ninguna coincidencia que el impulso de China para implantar al comunismo como la ideología dominante y para sofocar a la oposición política fuera denominado «la revolución cultural.» La purga de la »vieja cultura» se convirtió en una alta prioridad. A los individuos no les fue permitido conservar la vieja cultura ni tan siquiera en el silencio de sus mentes; aquellos que lo hicieron fueron «reeducados» en campamentos o simplemente asesinados.
Los gobiernos le temen tanto a la cultura que gastarán enormes cantidades de energía y dinero para suprimir una película, un pensamiento, o-como recientemente en Irán-el mero acto de niños bailando. Le temen a la cultura porque ella es una amenaza que no puede ser verdaderamente controlada.
La cultura es el conocimiento acumulado, la experiencia, las creencias, y las costumbres dentro de un grupo, la cual emerge a lo largo del tiempo y puede ser transferida a los demás mediante la literatura, la música y otra forma de expresión. No puede ser creada por el gobierno. Usted no puede votar la creación de cultura; no puede promulgar una ley a fin de convertir a una película en un clásico apreciado. La cultura emerge de manera espontánea y desafía al control político.
Cuanto más libre sea una sociedad, más vigorosa y diversa será su cultura, y viceversa.
Hrab formulaba un intrigante cuestionamiento en su comentario. «Gracias a la difusión de los dispositivos electrónicos personales y a la aparición de sitios en Internet desde los cuales usted puede descargar contenidos, ¿tendrá algún significado este »derecho» a regular? ¿Pueden todavía los gobiernos influenciar seriamente los hábitos de opinión/lectura/escucha de los ciudadanos?»
Nuevamente, China resulta instructiva. Para pacificar al régimen de Beijing, el portal chino de Microsoft prohibió recientemente el acceso a ciertas palabras. Informaba The Financial Times, «Los intentos de ingresar palabras en chino tales como »democracia» generaban un mensaje de error desde el sitio: »Este punto contiene lenguaje prohibido. Por favor borre el lenguaje prohibido…»
Con la facilidad actual para duplicar libros y películas, sin embargo, resulta difícil creer que incluso las medidas draconianas puedan contener el flujo cultural.
Por diversas razones, la CCD bien puede ser inaplicable. Pero cualquier intento de control gubernamental solamente puede perjudicar aquello a lo que la CCD pretende proteger: la diversidad y la libertad de expresión.
Estos objetivos existen solamente cuando los individuos son libres de abrazar la cultura que prefieren; cuando tienen elección. Y lo mejor que puede hacer el gobierno es salirse del camino.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Preservación de la cultura o cercenamiento de la libertad?
El 20 de octubre, por una votación de 148 a 2, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) aprobó el borrador preliminar de la Convention on the Protection and Promotion of the Diversity of Cultural Expressions.
Solamente los Estados Unidos e Israel disintieron con el mismo. La Convención entrará en vigor tras ser ratificada por 30 gobiernos. Antes de que ello suceda, los EE.UU. deberían retirarse de la UNESCO tal como lo hicieron en el año 1984.
¿Qué es la Convención, y por qué los Estados Unidos son hostiles hacia ella?
Este acuerdo legal internacional es denominado en ocasiones la Convention on Cultural Diversity (CCD es la sigla inglés para la Convención sobre la Diversidad Cultural). El Artículo señala que debería permitírsele a las naciones soberanas implementar «políticas y medidas…que estimen apropiadas para la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales en su territorio.» El Artículo 8 reafirma ese objetivo.
Pero la CCD es extremadamente vaga respecto de qué es lo que constituye una «expresión cultural.» El Artículo 4 define al «contenido cultural » como «el significado simbólico, la dimensión artística y los valores culturales que se originan de o expresan identidades culturales.»
Esta vaguedad de la definición preocupa a los funcionarios estadounidenses. La expresión cultural casi con certeza incluye a las películas, los libros, la música, el teatro y el periodismo…¿pero qué más? Por ejemplo, el vino, el queso, el pan y una amplia variedad de otros bienes de consumo franceses podrían ser vistos como que integran a la cultura francesa. De ser así, la CCD autoriza a Francia a tomar cualquiera de las «medidas…que estimen apropiadas «para la protección cultural.
Presumiblemente esto significa subsidios, aranceles, y otras barreras comerciales.
El Departamento de Estado ha expresado inquietud de que la CCD pudiese convertirse en «una base para nuevas barreras inadmisibles para el comercio de bienes, servicios, o productos agrícolas que podrían ser vistos como que se encuentran relacionados con las »expresiones culturales».»
En efecto, la CCD puede tratarse más acerca del comercio que de la cultura. Algunos sostienen que su vaguedad es en verdad una prenda de negociación para ser utilizada en contra de los Estados Unidos durante las venideras conversaciones en la Organización Mundial del Comercio .
Pero mucho más que la economía se encuentra en juego.
La CCD es un intento evidente para colocar a la cultura mundial bajo el control de los gobiernos. Un libre flujo de ideas y de expresión caracteriza tanto al mercado como a la propia libertad. En su lugar, la CCD desea el equivalente de los »policías de la cultura» en cada nación, con la imposición de un »tribunal de la cultura» llamado el Comité Intergubernamental.
La obtención de poder es justificada en términos nobles. La CCD afirma proteger a las »culturas minoritarias» y promover la diversidad. Algunas naciones pueden ser sinceras pero varios motivos no tan nobles están también en juego.
Uno de ellos es el resentimiento acerca de cuan bien se vende la cultura estadounidense cuando los consumidores son libres para comprar. Películas, blue jeans, música rock y jazz, juguetes, bebidas gaseosas, McDonalds, literatura desde Playboy a libros de historietas… Tal como lo comenta Neil Hrab en Tech Central Station, la CCD es «un esfuerzo para castigar a los EE.UU. por exportar demasiado exitosamente sus… productos culturales alrededor del mundo.»
The Heritage Foundation concluye que la CCD «es más acerca…del prejuicio cultural que de la diversidad cultural y el entendimiento.» La Fundación advierte, «Imaginemos cuánto más descarados una convención como esa hará a países como Burma, China, Irán, o Cuba, todos los cuales son notorios por la restricción de las libertades, especialmente la libertad de expresión y la de prensa.»
Este es otro motivo aún más innoble. Los regímenes opresivos saben que el control de la cultura es clave para controlar lo que los individuos piensan y sienten.
China es un ejemplo extremo pero el mismo ilustra de manera dramática la relación entre la cultura y el control político. No es ninguna coincidencia que el impulso de China para implantar al comunismo como la ideología dominante y para sofocar a la oposición política fuera denominado «la revolución cultural.» La purga de la »vieja cultura» se convirtió en una alta prioridad. A los individuos no les fue permitido conservar la vieja cultura ni tan siquiera en el silencio de sus mentes; aquellos que lo hicieron fueron «reeducados» en campamentos o simplemente asesinados.
Los gobiernos le temen tanto a la cultura que gastarán enormes cantidades de energía y dinero para suprimir una película, un pensamiento, o-como recientemente en Irán-el mero acto de niños bailando. Le temen a la cultura porque ella es una amenaza que no puede ser verdaderamente controlada.
La cultura es el conocimiento acumulado, la experiencia, las creencias, y las costumbres dentro de un grupo, la cual emerge a lo largo del tiempo y puede ser transferida a los demás mediante la literatura, la música y otra forma de expresión. No puede ser creada por el gobierno. Usted no puede votar la creación de cultura; no puede promulgar una ley a fin de convertir a una película en un clásico apreciado. La cultura emerge de manera espontánea y desafía al control político.
Cuanto más libre sea una sociedad, más vigorosa y diversa será su cultura, y viceversa.
Hrab formulaba un intrigante cuestionamiento en su comentario. «Gracias a la difusión de los dispositivos electrónicos personales y a la aparición de sitios en Internet desde los cuales usted puede descargar contenidos, ¿tendrá algún significado este »derecho» a regular? ¿Pueden todavía los gobiernos influenciar seriamente los hábitos de opinión/lectura/escucha de los ciudadanos?»
Nuevamente, China resulta instructiva. Para pacificar al régimen de Beijing, el portal chino de Microsoft prohibió recientemente el acceso a ciertas palabras. Informaba The Financial Times, «Los intentos de ingresar palabras en chino tales como »democracia» generaban un mensaje de error desde el sitio: »Este punto contiene lenguaje prohibido. Por favor borre el lenguaje prohibido…»
Con la facilidad actual para duplicar libros y películas, sin embargo, resulta difícil creer que incluso las medidas draconianas puedan contener el flujo cultural.
Por diversas razones, la CCD bien puede ser inaplicable. Pero cualquier intento de control gubernamental solamente puede perjudicar aquello a lo que la CCD pretende proteger: la diversidad y la libertad de expresión.
Estos objetivos existen solamente cuando los individuos son libres de abrazar la cultura que prefieren; cuando tienen elección. Y lo mejor que puede hacer el gobierno es salirse del camino.
Traducido por Gabriel Gasave
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