Tres acontecimientos recientes, y al parecer no relacionados, resaltan la naturaleza imperial de la política exterior de la administración Bush: la venta de aviones estadounidenses F-16 a Pakistán, la creación de una oficina en el Departamento de Estado para planificar futuras intervenciones militares de los Estados Unidos en naciones en desarrollo y la detención indefinida en la prisión de Guantánamo de un hombre de nacionalidad alemana sobre la base de evidencia secreta que incluso es puesta en duda por la inteligencia estadounidense.
Desde su segundo discurso inaugural, el Presidente Bush y sus sustitutos han lanzado una impresionante campaña que pretende “democratizar” al mundo. Por supuesto, una de las deslumbrantes excepciones a la retórica de la administración, que demuestra el cínico oportunismo de la totalidad de la política, es el halago estadounidense del dictador paquistaní General Pervez Musharraf. Durante un periodo de incrementado apoyo por parte de los EE.UU. tras los sucesos del 11/09, Musharraf ha en verdad vuelto menos democrático a Pakistán.
Cuando Musharraf asumió la presidencia civil, prometió abandonar el cargo de jefe de las fuerzas armadas paquistaníes, pero ha fallado en dimitir al mismo. En cambio, ha apretado su garra sobre el poder en Pakistán, le ha dado el visto bueno y protegido al peor circulo de contrabando nuclear del mundo que emana de su país, y ha llevado a cabo un desganado esfuerzo para rodear a Osama bin Laden y a otros sospechados de ser los principales líderes de al Qaeda, quienes probablemente se encuentren en suelo paquistaní. Los Estados Unidos han decidido premiar tal inaceptable comportamiento con la venta de los aviones de combate F-16.
Desgraciadamente, el resultado final en Pakistán podría rememorar aquel del sha de Irán a fines de loa años ‘70. Las excesivas compras de armamentos a los Estados Unidos, para apoyar a las políticas represivas de parte del sha, generaron un lento crecimiento económico y desparramaron un sentimiento anti-estadounidense, que condujeron al derrocamiento del sha por parte de las fuerzas islámicas radicales. Un resultado similar en Pakistán sería aún peor, en virtud de que los islamistas radicales controlarían armas nucleares.
Pero la venta de parte de los EE.UU. de estas sofisticadas aeronaves a un precario autócrata tercermundista podría no ser lo peor de todo. Un Pakistán nuclearmente armado, se encuentra encerrado en una tensa confrontación con la India, otro estado con armas nucleares. En un mundo post-Guerra Fría, si fuese a estallar una guerra nuclear, lo más probable es que la misma tendría lugar entre estos dos estados. No obstante ello, la administración Bush intenta vender unas aeronaves que mejorarán la capacidad de Pakistán para despachar a sus armas nucleares. A fin de calmar los temores de la India, la administración Bush ha prometido que también le venderá aeronaves y otros adelantos militares a esa nación. El hecho de venderle armas a ambas partes en esta tensa y peligrosa región no es solamente una mala política sino un regreso a los imperios de la antigüedad, los cuales enfrentaban a los rivales regionales unos contra otros.
A fin de facilitar esta intriga imperial y de suavizar los ásperos filos de la espada imperial estadounidense—descubierta durante la “reciente desazón” en Irak—la administración Bush está montando una nueva oficina en el Departamento de Estado para manejar las futuras ocupaciones de naciones soberanas en la estela de intervenciones militares de los Estados Unidos. La creación de la oficina asume que los Estados Unidos deberían invadir y rehacer a las sociedades extranjeras según la imagen estadounidense. ¡Cuánto nos hemos alejado de la política de los fundadores de la nación de permanecer fuera de los asuntos de otros países!
También se da por sentado que la debacle en Irak fue simplemente causada por una pobre planificación, la que puede ser corregida mediante la adición de una nueva burocracia. Si bien la planificación fue pobre, la principal razón para el desastre en Irak es la presuntuosa arrogancia imperial. Aniquilar a la cúpula y luego ocupar a una problemática sociedad en desarrollo, sin experiencia alguna en materia de libertad individual e intentar convertirla en una federación al estilo estadounidense es una tarea herculiana, una que desde el comienzo era improbable que tuviese éxito.
Finalmente, un desarrollo aparentemente no-relacionado con la clase de imperialismo moderno de la administración Bush, puede tener una enorme consecuencia: la indefinida detención del alemán Murat Kurnaz, por un irregular tribunal militar estadounidense sobre la base de la endeble evidencia secreta de que es un miembro de al Qaeda. Sin embargo, la evidencia demuestra que la inteligencia estadounidense y las agencias de seguridad alemanas habían concluido que Kurnaz no tenía conexiones con al Qaeda o cualquier otra organización terrorista. Por lo tanto, el gobierno de los Estados Unidos ha sabido durante dos años que estaba encarcelando a un hombre inocente. El caso Kurnaz refuerza la opinión de un juez de distrito estadounidense de que los tribunales militares son ilegales, inconstitucionales, e injustamente prejudiciales contra quienes son mantenidos en prisión.
Detener a individuos de manera indefinida sin un juicio por jurados, y en su lugar utilizar a un tribunal militar que permite la evidencia secreta y ninguna representación legal para el acusado, puede que sea una práctica normal en los regímenes autoritarios (tales como el de Pakistán) pero no debería ser empleada en el “hogar del libre y del valiente.” A través de la historia, los imperios han experimentado consecuencias no deseadas y el terrorismo vengativo es el desafortunado precio que el imperio estadounidense continuará pagando por su innecesario entremetimiento en las cuestiones de otras naciones y pueblos. Cuando ese terrorismo regresa para morder a los Estados Unidos, la histeria generada le permite al gobierno estadounidense instituir practicas orwellianas que son claramente inconstitucionales. Al final, como en la antigua Roma, la destrucción de la república en el curso de mantener el dominio de ultramar es la consecuencia más horrenda del imperio.
Peor que utilizar a la venta de armas para enfrentar a los bandos opuestos uno contra el otro en volátiles conflictos e institucionalizar al imperio con la creación de grandes burocracias imperiales, es la lenta erosión de la idea de un gobierno republicano de los Padres Fundadores. La república y el imperio no se mezclan.
Traducido por Gabriel Gasave
Tres llamados de atención para el imperio
Tres acontecimientos recientes, y al parecer no relacionados, resaltan la naturaleza imperial de la política exterior de la administración Bush: la venta de aviones estadounidenses F-16 a Pakistán, la creación de una oficina en el Departamento de Estado para planificar futuras intervenciones militares de los Estados Unidos en naciones en desarrollo y la detención indefinida en la prisión de Guantánamo de un hombre de nacionalidad alemana sobre la base de evidencia secreta que incluso es puesta en duda por la inteligencia estadounidense.
Desde su segundo discurso inaugural, el Presidente Bush y sus sustitutos han lanzado una impresionante campaña que pretende “democratizar” al mundo. Por supuesto, una de las deslumbrantes excepciones a la retórica de la administración, que demuestra el cínico oportunismo de la totalidad de la política, es el halago estadounidense del dictador paquistaní General Pervez Musharraf. Durante un periodo de incrementado apoyo por parte de los EE.UU. tras los sucesos del 11/09, Musharraf ha en verdad vuelto menos democrático a Pakistán.
Cuando Musharraf asumió la presidencia civil, prometió abandonar el cargo de jefe de las fuerzas armadas paquistaníes, pero ha fallado en dimitir al mismo. En cambio, ha apretado su garra sobre el poder en Pakistán, le ha dado el visto bueno y protegido al peor circulo de contrabando nuclear del mundo que emana de su país, y ha llevado a cabo un desganado esfuerzo para rodear a Osama bin Laden y a otros sospechados de ser los principales líderes de al Qaeda, quienes probablemente se encuentren en suelo paquistaní. Los Estados Unidos han decidido premiar tal inaceptable comportamiento con la venta de los aviones de combate F-16.
Desgraciadamente, el resultado final en Pakistán podría rememorar aquel del sha de Irán a fines de loa años ‘70. Las excesivas compras de armamentos a los Estados Unidos, para apoyar a las políticas represivas de parte del sha, generaron un lento crecimiento económico y desparramaron un sentimiento anti-estadounidense, que condujeron al derrocamiento del sha por parte de las fuerzas islámicas radicales. Un resultado similar en Pakistán sería aún peor, en virtud de que los islamistas radicales controlarían armas nucleares.
Pero la venta de parte de los EE.UU. de estas sofisticadas aeronaves a un precario autócrata tercermundista podría no ser lo peor de todo. Un Pakistán nuclearmente armado, se encuentra encerrado en una tensa confrontación con la India, otro estado con armas nucleares. En un mundo post-Guerra Fría, si fuese a estallar una guerra nuclear, lo más probable es que la misma tendría lugar entre estos dos estados. No obstante ello, la administración Bush intenta vender unas aeronaves que mejorarán la capacidad de Pakistán para despachar a sus armas nucleares. A fin de calmar los temores de la India, la administración Bush ha prometido que también le venderá aeronaves y otros adelantos militares a esa nación. El hecho de venderle armas a ambas partes en esta tensa y peligrosa región no es solamente una mala política sino un regreso a los imperios de la antigüedad, los cuales enfrentaban a los rivales regionales unos contra otros.
A fin de facilitar esta intriga imperial y de suavizar los ásperos filos de la espada imperial estadounidense—descubierta durante la “reciente desazón” en Irak—la administración Bush está montando una nueva oficina en el Departamento de Estado para manejar las futuras ocupaciones de naciones soberanas en la estela de intervenciones militares de los Estados Unidos. La creación de la oficina asume que los Estados Unidos deberían invadir y rehacer a las sociedades extranjeras según la imagen estadounidense. ¡Cuánto nos hemos alejado de la política de los fundadores de la nación de permanecer fuera de los asuntos de otros países!
También se da por sentado que la debacle en Irak fue simplemente causada por una pobre planificación, la que puede ser corregida mediante la adición de una nueva burocracia. Si bien la planificación fue pobre, la principal razón para el desastre en Irak es la presuntuosa arrogancia imperial. Aniquilar a la cúpula y luego ocupar a una problemática sociedad en desarrollo, sin experiencia alguna en materia de libertad individual e intentar convertirla en una federación al estilo estadounidense es una tarea herculiana, una que desde el comienzo era improbable que tuviese éxito.
Finalmente, un desarrollo aparentemente no-relacionado con la clase de imperialismo moderno de la administración Bush, puede tener una enorme consecuencia: la indefinida detención del alemán Murat Kurnaz, por un irregular tribunal militar estadounidense sobre la base de la endeble evidencia secreta de que es un miembro de al Qaeda. Sin embargo, la evidencia demuestra que la inteligencia estadounidense y las agencias de seguridad alemanas habían concluido que Kurnaz no tenía conexiones con al Qaeda o cualquier otra organización terrorista. Por lo tanto, el gobierno de los Estados Unidos ha sabido durante dos años que estaba encarcelando a un hombre inocente. El caso Kurnaz refuerza la opinión de un juez de distrito estadounidense de que los tribunales militares son ilegales, inconstitucionales, e injustamente prejudiciales contra quienes son mantenidos en prisión.
Detener a individuos de manera indefinida sin un juicio por jurados, y en su lugar utilizar a un tribunal militar que permite la evidencia secreta y ninguna representación legal para el acusado, puede que sea una práctica normal en los regímenes autoritarios (tales como el de Pakistán) pero no debería ser empleada en el “hogar del libre y del valiente.” A través de la historia, los imperios han experimentado consecuencias no deseadas y el terrorismo vengativo es el desafortunado precio que el imperio estadounidense continuará pagando por su innecesario entremetimiento en las cuestiones de otras naciones y pueblos. Cuando ese terrorismo regresa para morder a los Estados Unidos, la histeria generada le permite al gobierno estadounidense instituir practicas orwellianas que son claramente inconstitucionales. Al final, como en la antigua Roma, la destrucción de la república en el curso de mantener el dominio de ultramar es la consecuencia más horrenda del imperio.
Peor que utilizar a la venta de armas para enfrentar a los bandos opuestos uno contra el otro en volátiles conflictos e institucionalizar al imperio con la creación de grandes burocracias imperiales, es la lenta erosión de la idea de un gobierno republicano de los Padres Fundadores. La república y el imperio no se mezclan.
Traducido por Gabriel Gasave
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