El corporativismo hecho y derecho, como un sistema para organizar la formulación e implementación de políticas económicas, exige el reemplazo de la representación política según el área de residencia por la representación política según la posición en la división socioeconómica del trabajo. El ciudadano de un estado corporativo posee una identidad política no como un residente de un distrito geográfico en particular sino como miembro de una cierta ocupación, profesión, u otra comunidad económica. Probablemente será distinguido conforme sea un empleador, un empleado, o un trabajador autónomo.
Quien busca información acerca del corporalismo frecuentemente es remitido al fascismo. (En la International Encyclopedia of the Social Sciences, por ejemplo, la entrada para corporativismo se lee simplemente, “Véase fascismo”.) En verdad, el ideal corporativista alcanzó su más plena expresión histórica en Italia bajo el régimen de Mussolini. Allí, los trabajadores y los empleadores estaban organizados en sindicatos sobre la base de las ramas y de las ocupaciones locales. Los sindicatos locales se agrupaban en federaciones nacionales, las cuales se encontraban agrupadas en confederaciones de trabajadores y empleadores para amplios sectores económicos, tales como los de la industria, la agricultura, el comercio, la banca, y los seguros. En 1934 el gobierno convirtió a las asociaciones más importantes en parte del aparato estatal, con una corporación por cada 22 sectores económicos. Las corporaciones obtenían la autoridad para regular las actividades económicas, para fijar los precios de los bienes y servicios, y para mediar en las disputas laborales.
En la practica el estado corporativo italiano operaba no como un gran acuerdo entre los grupos de intereses económicos sino como una colección de autoridades económicas sectoriales organizadas y dominadas por el gobierno al servicio de los objetivos de la dictadura. Ni lo capitalistas ni los trabajadores gozaban de autonomía ni de derechos privados que fueran defendibles ante el régimen fascista. (Véase a Mario Einaudi, “Fascismo”, International Encyclopedia of the Social Sciences [New York: Macmillan and The Free Press, 1968], p. 334-41.) Otros regímenes fascistas en Europa y América Latina operaban de manera similar. A la luz de esta experiencia, uno podría juzgar que el fascismo corporativista ha sido una especie de fraude. La apariencia de una participación popular racionalizada en el gobierno falló en disimular el carácter dictatorial del sistema.
No sorprende entonces que después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se volvió una mala palabra y el corporativismo con todas las de la ley un programa desacreditado. Sin embargo, los arreglos o planes que guardan alguna similitud con el estado corporativo del fascismo se desarrollaron en los países democráticos de Europa occidental, de forma más notable en los países escandinavos, Austria, y Holanda, pero también en cierta medida en otros países. Nadie describe a estos arreglos como fascistas; la mayor parte de la veces son denominados neocorporativistas.
El neocorporativismo (también conocido como corporativismo liberal-en el sentido estadounidense del término-, social, o societario, a veces como tripartismo) comparte con el corporativismo fascista la preferencia por la representación según la pertenencia a grupos económicos funcionales en vez de conforme a la localidad. Desaprueba, al menos retóricamente, los aspectos totalitarios del fascismo y su supresión de los derechos individuales civiles y políticos. Los neocorporativistas apoyan la organización de grupos de intereses económicos y su participación como instigadores en la formulación, negociación, adopción, y administración de políticas económicas respaldadas por la totalidad del poder del gobierno.
Los politólogos han concluido correctamente que los Estados Unidos no son un estado corporativo—ciertamente no un estado corporativo comparable a las Suecia o Austria modernas. Los grupos de intereses estadounidenses han sido demasiado parciales en su membresía. Normalmente el poder gubernamental del que esperan adueñarse se ha en sí mismo fragmentado, dividido en cada nivel entre las ramas ejecutiva, legislativa, y judicial y dispersado entre los niveles nacional, estadual, y local en un sistema constitucional federal. La devoción residual por la ideología liberal clásica y sus normas y prácticas políticas, incluidos el gobierno limitado y la representación territorial en la legislatura, ha impedido también el desarrollo del corporativismo. La economía estadounidense es vasta y compleja. Ponerla dentro del control efectivo de unas pocas asociaciones importantes jerárquicas y no competitivas, tal como lo intentaron hacer los fascistas (o simularon intentarlo) en la Italia de la guerra, resulta casi impensable. El experimento de épocas de paz más cercano, bajo la Ley de Recuperación de la Industria Nacional (NIRA es su sigla en inglés) durante el periodo 1933–35, no funcionó y colapsó por su propio peso cuando la Corte Suprema le puso fin.
No obstante ello, la historia reciente de los Estados Unidos ha producido una multitud de pequeños corporativismos, arreglos dentro de subsectores, industrias, u otras jurisdicciones parciales. Las mismas han recurrido tanto a las facultades de los gobiernos nacional como estadual. Operan eficazmente en el sector de la defensa, en varias áreas de la agricultura; en diversos servicios profesionales, tales como la medicina, la odontología, y la atención hospitalaria; y en una variedad de otras áreas, tales como la administración de la industria pesquera y la reurbanización. Estos abundantes “triángulos de hierro” normalmente involucran a los grupos de intereses privados bien organizados; las agencias gubernamentales reglamentarias, del gasto, o de prestamos; y a los subcomités parlamentarios encargados de la supervisión política o las apropiaciones. Una política económica en la cual predominan tales arreglos, tal como lo hacen en los Estados Unidos, comúnmente es denominada liberalismo de los grupos de interés o neopluralismo. (En otro lugar he seguido a Charlotte Twight al denominarlo fascismo participativo.) Pero también podría ser llamado neocorporativismo desagregado o cuasi-corporativismo.
Bajo condiciones de crisis, todas aquellas fuerzas que normalmente obstaculizan el desarrollo del corporativismo estadounidense disminuyen. Desde principios del siglo veinte, en las emergencias nacionales asociadas con la guerra, la depresión económica, la inflación rápida y acelerada, o los disturbios laborales a gran escala, el gobierno nacional ha respondido con la adopción de políticas que consolidan el poder en la cima y extienden el ámbito de su autoridad. Con el poder más concentrado y más activamente empleado, el incentivo para que los grupos de intereses privados se organicen, incrementen el número de miembros, supriman sus disputas internas, y exijan tener voz en la generación de las políticas es mayor.
Patrocinio gubernamental
Lejos de resentir a tal coalición de intereses privados, el gobierno por lo general la aprueba, la alienta, y a veces incluso la patrocina. En una crisis, la acción veloz es algo imperativo, y el gobierno precisa intereses privados con los cuales pueda tratar de manera rápida mientras preserva la legitimidad que se origina en el hecho de concederles a las partes afectadas un papel en la realización de las políticas. Cuando el gobierno se encuentra imponiendo restricciones o exigencias poco comunes sobre los ciudadanos, como siempre lo hace durante las principales emergencias, necesita crear la percepción, sino la realidad, de que estas cargas han sido aceptadas—mejor todavía, propuestas y escogidas—por quienes deben soportarlas.
Las emergencias nacionales crean condiciones en las cuales los funcionarios del gobierno y los grupos de intereses especiales privados tienen mucho que ganar mediante la generación de negociaciones políticas entre ellos. El gobierno obtiene los recursos, la pericia, y la cooperación de las partes privadas, que usualmente resultan esenciales para el éxito de sus políticas de crisis. Los grupos de intereses especiales privados se benefician con la aplicación de la autoridad gubernamental a fin de lograr el cumplimiento de las reglas de su cartel, lo que es esencial para impedir el “viaje gratis” que normalmente pone en peligro el éxito de todo arreglo para la provisión de bienes colectivos a los grupos de intereses especiales. La crisis promueve una politización ampliada de la vida económica, la que a su vez alienta la organización y las negociaciones políticas adicionales.
En la historia de los Estados Unidos, el cuasi-corporativismo ha emergido y declinado durante el transcurso de las emergencias nacionales, pero cada episodio ha dejado legados y acreencias de corporativismo incorporadas en la estructura del gobierno estadounidense, el que es en parte elitista y en parte pluralista. Pero en la actualidad estas acreencias, asumiendo la forma de arreglos del neocorporativismo desagregado dispersos por toda la economía, representan una parte significativa de la política económica.*
*La discusión precedente está extraída de una cita mucho más extensa y plenamente documentada en mi libro Against Leviathan: Government Power and a Free Society (Oakland, California: The Independent Institute, 2004), p. 177–200.
Este artículo se encuentra reimpreso con autorización de The Freeman.© Copyright 2006, la Foundation for Economic Education.
Traducido por Gabriel Gasave
Cuasi-corporativismo: El fascismo autóctono de los Estados Unidos
El corporativismo hecho y derecho, como un sistema para organizar la formulación e implementación de políticas económicas, exige el reemplazo de la representación política según el área de residencia por la representación política según la posición en la división socioeconómica del trabajo. El ciudadano de un estado corporativo posee una identidad política no como un residente de un distrito geográfico en particular sino como miembro de una cierta ocupación, profesión, u otra comunidad económica. Probablemente será distinguido conforme sea un empleador, un empleado, o un trabajador autónomo.
Quien busca información acerca del corporalismo frecuentemente es remitido al fascismo. (En la International Encyclopedia of the Social Sciences, por ejemplo, la entrada para corporativismo se lee simplemente, “Véase fascismo”.) En verdad, el ideal corporativista alcanzó su más plena expresión histórica en Italia bajo el régimen de Mussolini. Allí, los trabajadores y los empleadores estaban organizados en sindicatos sobre la base de las ramas y de las ocupaciones locales. Los sindicatos locales se agrupaban en federaciones nacionales, las cuales se encontraban agrupadas en confederaciones de trabajadores y empleadores para amplios sectores económicos, tales como los de la industria, la agricultura, el comercio, la banca, y los seguros. En 1934 el gobierno convirtió a las asociaciones más importantes en parte del aparato estatal, con una corporación por cada 22 sectores económicos. Las corporaciones obtenían la autoridad para regular las actividades económicas, para fijar los precios de los bienes y servicios, y para mediar en las disputas laborales.
En la practica el estado corporativo italiano operaba no como un gran acuerdo entre los grupos de intereses económicos sino como una colección de autoridades económicas sectoriales organizadas y dominadas por el gobierno al servicio de los objetivos de la dictadura. Ni lo capitalistas ni los trabajadores gozaban de autonomía ni de derechos privados que fueran defendibles ante el régimen fascista. (Véase a Mario Einaudi, “Fascismo”, International Encyclopedia of the Social Sciences [New York: Macmillan and The Free Press, 1968], p. 334-41.) Otros regímenes fascistas en Europa y América Latina operaban de manera similar. A la luz de esta experiencia, uno podría juzgar que el fascismo corporativista ha sido una especie de fraude. La apariencia de una participación popular racionalizada en el gobierno falló en disimular el carácter dictatorial del sistema.
No sorprende entonces que después de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo se volvió una mala palabra y el corporativismo con todas las de la ley un programa desacreditado. Sin embargo, los arreglos o planes que guardan alguna similitud con el estado corporativo del fascismo se desarrollaron en los países democráticos de Europa occidental, de forma más notable en los países escandinavos, Austria, y Holanda, pero también en cierta medida en otros países. Nadie describe a estos arreglos como fascistas; la mayor parte de la veces son denominados neocorporativistas.
El neocorporativismo (también conocido como corporativismo liberal-en el sentido estadounidense del término-, social, o societario, a veces como tripartismo) comparte con el corporativismo fascista la preferencia por la representación según la pertenencia a grupos económicos funcionales en vez de conforme a la localidad. Desaprueba, al menos retóricamente, los aspectos totalitarios del fascismo y su supresión de los derechos individuales civiles y políticos. Los neocorporativistas apoyan la organización de grupos de intereses económicos y su participación como instigadores en la formulación, negociación, adopción, y administración de políticas económicas respaldadas por la totalidad del poder del gobierno.
Los politólogos han concluido correctamente que los Estados Unidos no son un estado corporativo—ciertamente no un estado corporativo comparable a las Suecia o Austria modernas. Los grupos de intereses estadounidenses han sido demasiado parciales en su membresía. Normalmente el poder gubernamental del que esperan adueñarse se ha en sí mismo fragmentado, dividido en cada nivel entre las ramas ejecutiva, legislativa, y judicial y dispersado entre los niveles nacional, estadual, y local en un sistema constitucional federal. La devoción residual por la ideología liberal clásica y sus normas y prácticas políticas, incluidos el gobierno limitado y la representación territorial en la legislatura, ha impedido también el desarrollo del corporativismo. La economía estadounidense es vasta y compleja. Ponerla dentro del control efectivo de unas pocas asociaciones importantes jerárquicas y no competitivas, tal como lo intentaron hacer los fascistas (o simularon intentarlo) en la Italia de la guerra, resulta casi impensable. El experimento de épocas de paz más cercano, bajo la Ley de Recuperación de la Industria Nacional (NIRA es su sigla en inglés) durante el periodo 1933–35, no funcionó y colapsó por su propio peso cuando la Corte Suprema le puso fin.
No obstante ello, la historia reciente de los Estados Unidos ha producido una multitud de pequeños corporativismos, arreglos dentro de subsectores, industrias, u otras jurisdicciones parciales. Las mismas han recurrido tanto a las facultades de los gobiernos nacional como estadual. Operan eficazmente en el sector de la defensa, en varias áreas de la agricultura; en diversos servicios profesionales, tales como la medicina, la odontología, y la atención hospitalaria; y en una variedad de otras áreas, tales como la administración de la industria pesquera y la reurbanización. Estos abundantes “triángulos de hierro” normalmente involucran a los grupos de intereses privados bien organizados; las agencias gubernamentales reglamentarias, del gasto, o de prestamos; y a los subcomités parlamentarios encargados de la supervisión política o las apropiaciones. Una política económica en la cual predominan tales arreglos, tal como lo hacen en los Estados Unidos, comúnmente es denominada liberalismo de los grupos de interés o neopluralismo. (En otro lugar he seguido a Charlotte Twight al denominarlo fascismo participativo.) Pero también podría ser llamado neocorporativismo desagregado o cuasi-corporativismo.
Bajo condiciones de crisis, todas aquellas fuerzas que normalmente obstaculizan el desarrollo del corporativismo estadounidense disminuyen. Desde principios del siglo veinte, en las emergencias nacionales asociadas con la guerra, la depresión económica, la inflación rápida y acelerada, o los disturbios laborales a gran escala, el gobierno nacional ha respondido con la adopción de políticas que consolidan el poder en la cima y extienden el ámbito de su autoridad. Con el poder más concentrado y más activamente empleado, el incentivo para que los grupos de intereses privados se organicen, incrementen el número de miembros, supriman sus disputas internas, y exijan tener voz en la generación de las políticas es mayor.
Patrocinio gubernamental
Lejos de resentir a tal coalición de intereses privados, el gobierno por lo general la aprueba, la alienta, y a veces incluso la patrocina. En una crisis, la acción veloz es algo imperativo, y el gobierno precisa intereses privados con los cuales pueda tratar de manera rápida mientras preserva la legitimidad que se origina en el hecho de concederles a las partes afectadas un papel en la realización de las políticas. Cuando el gobierno se encuentra imponiendo restricciones o exigencias poco comunes sobre los ciudadanos, como siempre lo hace durante las principales emergencias, necesita crear la percepción, sino la realidad, de que estas cargas han sido aceptadas—mejor todavía, propuestas y escogidas—por quienes deben soportarlas.
Las emergencias nacionales crean condiciones en las cuales los funcionarios del gobierno y los grupos de intereses especiales privados tienen mucho que ganar mediante la generación de negociaciones políticas entre ellos. El gobierno obtiene los recursos, la pericia, y la cooperación de las partes privadas, que usualmente resultan esenciales para el éxito de sus políticas de crisis. Los grupos de intereses especiales privados se benefician con la aplicación de la autoridad gubernamental a fin de lograr el cumplimiento de las reglas de su cartel, lo que es esencial para impedir el “viaje gratis” que normalmente pone en peligro el éxito de todo arreglo para la provisión de bienes colectivos a los grupos de intereses especiales. La crisis promueve una politización ampliada de la vida económica, la que a su vez alienta la organización y las negociaciones políticas adicionales.
En la historia de los Estados Unidos, el cuasi-corporativismo ha emergido y declinado durante el transcurso de las emergencias nacionales, pero cada episodio ha dejado legados y acreencias de corporativismo incorporadas en la estructura del gobierno estadounidense, el que es en parte elitista y en parte pluralista. Pero en la actualidad estas acreencias, asumiendo la forma de arreglos del neocorporativismo desagregado dispersos por toda la economía, representan una parte significativa de la política económica.*
*La discusión precedente está extraída de una cita mucho más extensa y plenamente documentada en mi libro Against Leviathan: Government Power and a Free Society (Oakland, California: The Independent Institute, 2004), p. 177–200.
Este artículo se encuentra reimpreso con autorización de The Freeman.© Copyright 2006, la Foundation for Economic Education.
Traducido por Gabriel Gasave
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