En julio de 1997, la Cámara de Senadores votó 95 a 0 a favor de una resolución oponiéndose a cualquier tratado internacional que pudiese perjudicar la economía al restringir el uso de la energía, elevando el costo de los combustibles para el transporte, la calefacción y la electricidad.
La votación unánime incluyó el voto del senador John Kerry, y de los senadores John McCain, republicano-Arizona, y Joe Lieberman, demócrata-Connecticut, quienes actualmente se encuentran defendiendo tales restricciones. Pero la resolución fue acertada. Un tratado que obligase a las naciones desarrolladas pero no a China, India, Brasil y Méjico hubiese generado una enorme pérdida de puestos de trabajo estadounidenses a medida que las industrias se mudasen al exterior.
Sin embargo, debido a la iniciativa del entonces vicepresidente Al Gore, los EE.UU. suscribieron un tratado así, el protocolo negociado en Kyoto, Japón, en diciembre de 1997. Pero el Presidente Clinton nunca lo sometió al Senado para su ratificación. Y el Presidente Bush ha consistentemente declarado a Kyoto como “fatalmente defectuoso.”
Ni Bush ni el Senado han señalado, no obstante, que Kyoto no solamente es costoso e injusto para con los Estados Unidos, sino que es también ineficaz en evitar un temido recalentamiento mundial. Todos los científicos coinciden en que en el mejor de los casos, el mismo reducirá el incremento de la temperatura calculada en 2050 en un insignificante un-décimo de grado.
Rusia ha sido más franca. La Academia Rusa de Ciencias, en un informe de mayo de 2004, cuestionó la veracidad de un recalentamiento futuro sustancial, concluyendo que Kyoto carece de toda base científica. El Presidente Vladimir Putin declaró a Kyoto “científicamente defectuoso” e insinuó que Rusia no lo ratificaría.
Sin embargo, irónicamente, el parlamento ruso lo ratificará probablemente antes de fin de año, tornando al protocolo de Kyoto obligatorio para todos los ratificadores. ¿Por qué? La razón puede ser la de un beneficio económico de corto plazo, en virtud de que el protocolo le permite a Rusia venderle sus derechos de emisión no utilizados a los europeos ansiosos de suavizar las penalidades económicas de las restricciones de Kyoto.
El colapso económico de Rusia después de 1990 prácticamente redujo a la mitad sus emisiones—y el año tomado como base para Kyoto es 1990. Esta elección arbitraria favorece también a Alemania, la cual absorbió a la desfalleciente economía de Alemania Oriental, y a Gran Bretaña, la cual cambió su generación eléctrica de carbón a gas natural para esa época. Saldríamos perdiendo, y tal vez es por eso que nuestros competidores económicos están tan ansiosos de hacernos ratificar el protocolo de Kyoto.
Traducido por Gabriel Gasave
Kyoto es injusto con los Estados Unidos
En julio de 1997, la Cámara de Senadores votó 95 a 0 a favor de una resolución oponiéndose a cualquier tratado internacional que pudiese perjudicar la economía al restringir el uso de la energía, elevando el costo de los combustibles para el transporte, la calefacción y la electricidad.
La votación unánime incluyó el voto del senador John Kerry, y de los senadores John McCain, republicano-Arizona, y Joe Lieberman, demócrata-Connecticut, quienes actualmente se encuentran defendiendo tales restricciones. Pero la resolución fue acertada. Un tratado que obligase a las naciones desarrolladas pero no a China, India, Brasil y Méjico hubiese generado una enorme pérdida de puestos de trabajo estadounidenses a medida que las industrias se mudasen al exterior.
Sin embargo, debido a la iniciativa del entonces vicepresidente Al Gore, los EE.UU. suscribieron un tratado así, el protocolo negociado en Kyoto, Japón, en diciembre de 1997. Pero el Presidente Clinton nunca lo sometió al Senado para su ratificación. Y el Presidente Bush ha consistentemente declarado a Kyoto como “fatalmente defectuoso.”
Ni Bush ni el Senado han señalado, no obstante, que Kyoto no solamente es costoso e injusto para con los Estados Unidos, sino que es también ineficaz en evitar un temido recalentamiento mundial. Todos los científicos coinciden en que en el mejor de los casos, el mismo reducirá el incremento de la temperatura calculada en 2050 en un insignificante un-décimo de grado.
Rusia ha sido más franca. La Academia Rusa de Ciencias, en un informe de mayo de 2004, cuestionó la veracidad de un recalentamiento futuro sustancial, concluyendo que Kyoto carece de toda base científica. El Presidente Vladimir Putin declaró a Kyoto “científicamente defectuoso” e insinuó que Rusia no lo ratificaría.
Sin embargo, irónicamente, el parlamento ruso lo ratificará probablemente antes de fin de año, tornando al protocolo de Kyoto obligatorio para todos los ratificadores. ¿Por qué? La razón puede ser la de un beneficio económico de corto plazo, en virtud de que el protocolo le permite a Rusia venderle sus derechos de emisión no utilizados a los europeos ansiosos de suavizar las penalidades económicas de las restricciones de Kyoto.
El colapso económico de Rusia después de 1990 prácticamente redujo a la mitad sus emisiones—y el año tomado como base para Kyoto es 1990. Esta elección arbitraria favorece también a Alemania, la cual absorbió a la desfalleciente economía de Alemania Oriental, y a Gran Bretaña, la cual cambió su generación eléctrica de carbón a gas natural para esa época. Saldríamos perdiendo, y tal vez es por eso que nuestros competidores económicos están tan ansiosos de hacernos ratificar el protocolo de Kyoto.
Traducido por Gabriel Gasave
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