Ahora que la World Trade Organization (Organización del Comercio Mundial) ha rechazado la súplica estadounidense de preservar los aranceles sobre el acero y que Washington confronta unos $2.2 mil millones en concepto de aranceles vengativos por parte de la Unión Europea, la administración y sus partidarios necesitan afrontar un hecho desagradable. El embrollo del acero es tan sólo el más último de varios ejemplos en donde los EE.UU. han hablado del libre comercio pero han practicado el proteccionismo—más marcadamente aquí en nuestro propio hemisferio.
En la Cumbre de las Américas de 1994, los líderes de las treinta y cuatro democracias en el Hemisferio Occidental idearon un plan para establecer el área de libre comercio más grande del mundo, una zona que abarcaría desde Alaska hasta Tierra del Fuego, exceptuando a Cuba. Convenientemente la denominaron Área de Libre Comercio de las Américas (FTAA su sigla en inglés y ALCA su sigla en español).
Con 2005 como la fecha propuesta para su inicio, el ALCA parecía tanto una perspectiva ambiciosa como realizable. En la actualidad, sin embargo, a menos de dos años de ese plazo, las negociaciones parecen haber alcanzado un impasse.
Impaciente por culpar a alguien más por el retraso en las negociaciones, los representantes comerciales estadounidenses han apuntado sus dedos hacia los países menos afortunados del sur, tales como Brasil y Argentina. El hecho simple es, sin embargo, que los Estados Unidos son actualmente un escollo tanto como cualquiera de los países menos desarrollados y proteccionistas de Suramérica.
Es cierto que los países suramericanos han estado arrastrando sus pies en las negociaciones del ALCA. En vez de someter las propuestas atrasadas para los acuerdos de acceso al mercado, los países del sur, liderados por Brasil, han estado ocupados negociando como actuar como un bloque en las conversaciones del ALCA a efectos de consolidar su poder económico y ganar efectividad contra su socio comercial norteamericano. Los críticos afirman que esto es una evidencia de que el sur no está comprometido con el libre comercio. Pero su vacilación es comprensible a la luz de las recientes acciones estadounidenses.
Pese a que los Estados Unidos han empleado por mucho tiempo una retórica de libre mercado, las acciones hablan mucho más estridentemente que las palabras. En julio de 2002, la Administración Bush anunció planes para fomentar un acceso más global para las exportaciones agrícolas bajando los aranceles y los subsidios en todo el mundo. Sin embargo, poco después, el Congreso y el Presidente Bush impulsaron la Ley Agrícola 2002, un paquete para diez años de $180 mil millones que incrementará los subsidios agrícolas en un 70 por ciento.
Otro ejemplo. Los funcionarios comerciales de los EE.UU. han presionado a Brasil para someter las propuestas para los servicios, las adquisiciones del Estado, la propiedad intelectual, y el bajar los aranceles sobre los productos estadounidenses. Pero el propio plan propuesto por los EE.UU. para eliminar los aranceles ofrecería al sur tan sólo un alivio distante de los extensos aranceles que restringen sus exportaciones más competitivas—las agrícolas. Adicionalmente, los EE.UU. insisten en ocuparse de las cuestiones de los aranceles agrícolas, de los subsidios, y las reglas generales contra las depredatorias reducciones de precios en la trabajosamente lenta Ronda Doha de las conversaciones sobre el comercio mundial, en lugar de efectuar concesiones dentro de los límites del ALCA.
Claramente, los Estados Unidos están intentando tener su torta y también comérsela. Aferrándose a los subsidios y a los aranceles, los Estados Unidos dan la apariencia de que están intentando empujar a Suramérica a la liberalización de sus mercados, solamente para ser demolida por las industrias estadounidenses gubernamentalmente apoyadas. Los funcionarios de EE.UU. correctamente observan los potenciales beneficios del ALCA para los países sudamericanos, sosteniendo que el acceso a y la competencia con el norte los ayudarán a volverse más fuertes, pero el Brasil y otros saben que esto no sucederá a menos que los Estados Unidos también se abran.
Por lo tanto, si los Estados Unidos no desean ser culpables por la extinción del ALCA, ¿qué deben hacer? No será fácil. La Administración Bush debe conseguir que el Congreso enmiende la Ley Agrícola y decirle los agricultores y a las industrias estadounidenses beneficiarias de subsidios (ej. la del acero) que es hora de apoyarse a sí mismos.
El Presidente Bush y algunos miembros de Congreso puede ser renuentes de encolerizar a los electores protegidos. Pero una vez que exhiban su liderazgo y expliquen las ventajas de la liberalización—y las penalidades del proteccionismo—no deberían tener ninguna preocupación respecto de perder apoyo significativo.
Los Estados Unidos harían bien en emular a Nueva Zelanda y a Australia. Ambos países eliminaron la mayor parte de los subsidios agrícolas en los años 80. En vez de sacar del negocio a los agricultores, los recortes en los subsidios les dieron el incentivo para operar basados en la demanda del mercado. Sin los cheques gubernamentales, los agricultores dejaron de producir productos para los cuales existía poca demanda y comenzaron a producir más eficientemente productos de acuerdo con su ventaja comparativa y las demandas del mercado. No existe razón por la cual remover los subsidios de los agricultores estadounidenses no traería estos mismos resultados.
El gobierno de los EE.UU. debe también recortar los aranceles sobre los productos importados—incluso aquellos que los agricultores estadounidenses producen en grandes cantidades. ¿Cómo pueden los Estados Unidos convencer a los países más pobres, menos desarrollados, menos liberalizados de abrir sus mercados a los bienes de la nación más rica y más fuerte del hemisferio occidental, si la misma no da el ejemplo?
Los partidarios del ALCA están acertados al decir que un área de libre comercio a lo ancho del hemisferio beneficiará a todos los involucrados. Sin embargo, mientras los Estados Unidos continúen diciendo una cosa y haciendo otra, el sur continuará viéndolo como un competidor injusto y un socio no confiable en el libre comercio. En última instancia, si lo negociadores comerciales de los EE.UU. practican lo que predican, los líderes suramericanos tendrán muchas menos excusas para resistirse al ALCA.
Traducido por Gabriel Gasave
Los aranceles aduaneros de Bush no son el primer ejemplo de la hipocresía respecto del libre comercio
Ahora que la World Trade Organization (Organización del Comercio Mundial) ha rechazado la súplica estadounidense de preservar los aranceles sobre el acero y que Washington confronta unos $2.2 mil millones en concepto de aranceles vengativos por parte de la Unión Europea, la administración y sus partidarios necesitan afrontar un hecho desagradable. El embrollo del acero es tan sólo el más último de varios ejemplos en donde los EE.UU. han hablado del libre comercio pero han practicado el proteccionismo—más marcadamente aquí en nuestro propio hemisferio.
En la Cumbre de las Américas de 1994, los líderes de las treinta y cuatro democracias en el Hemisferio Occidental idearon un plan para establecer el área de libre comercio más grande del mundo, una zona que abarcaría desde Alaska hasta Tierra del Fuego, exceptuando a Cuba. Convenientemente la denominaron Área de Libre Comercio de las Américas (FTAA su sigla en inglés y ALCA su sigla en español).
Con 2005 como la fecha propuesta para su inicio, el ALCA parecía tanto una perspectiva ambiciosa como realizable. En la actualidad, sin embargo, a menos de dos años de ese plazo, las negociaciones parecen haber alcanzado un impasse.
Impaciente por culpar a alguien más por el retraso en las negociaciones, los representantes comerciales estadounidenses han apuntado sus dedos hacia los países menos afortunados del sur, tales como Brasil y Argentina. El hecho simple es, sin embargo, que los Estados Unidos son actualmente un escollo tanto como cualquiera de los países menos desarrollados y proteccionistas de Suramérica.
Es cierto que los países suramericanos han estado arrastrando sus pies en las negociaciones del ALCA. En vez de someter las propuestas atrasadas para los acuerdos de acceso al mercado, los países del sur, liderados por Brasil, han estado ocupados negociando como actuar como un bloque en las conversaciones del ALCA a efectos de consolidar su poder económico y ganar efectividad contra su socio comercial norteamericano. Los críticos afirman que esto es una evidencia de que el sur no está comprometido con el libre comercio. Pero su vacilación es comprensible a la luz de las recientes acciones estadounidenses.
Pese a que los Estados Unidos han empleado por mucho tiempo una retórica de libre mercado, las acciones hablan mucho más estridentemente que las palabras. En julio de 2002, la Administración Bush anunció planes para fomentar un acceso más global para las exportaciones agrícolas bajando los aranceles y los subsidios en todo el mundo. Sin embargo, poco después, el Congreso y el Presidente Bush impulsaron la Ley Agrícola 2002, un paquete para diez años de $180 mil millones que incrementará los subsidios agrícolas en un 70 por ciento.
Otro ejemplo. Los funcionarios comerciales de los EE.UU. han presionado a Brasil para someter las propuestas para los servicios, las adquisiciones del Estado, la propiedad intelectual, y el bajar los aranceles sobre los productos estadounidenses. Pero el propio plan propuesto por los EE.UU. para eliminar los aranceles ofrecería al sur tan sólo un alivio distante de los extensos aranceles que restringen sus exportaciones más competitivas—las agrícolas. Adicionalmente, los EE.UU. insisten en ocuparse de las cuestiones de los aranceles agrícolas, de los subsidios, y las reglas generales contra las depredatorias reducciones de precios en la trabajosamente lenta Ronda Doha de las conversaciones sobre el comercio mundial, en lugar de efectuar concesiones dentro de los límites del ALCA.
Claramente, los Estados Unidos están intentando tener su torta y también comérsela. Aferrándose a los subsidios y a los aranceles, los Estados Unidos dan la apariencia de que están intentando empujar a Suramérica a la liberalización de sus mercados, solamente para ser demolida por las industrias estadounidenses gubernamentalmente apoyadas. Los funcionarios de EE.UU. correctamente observan los potenciales beneficios del ALCA para los países sudamericanos, sosteniendo que el acceso a y la competencia con el norte los ayudarán a volverse más fuertes, pero el Brasil y otros saben que esto no sucederá a menos que los Estados Unidos también se abran.
Por lo tanto, si los Estados Unidos no desean ser culpables por la extinción del ALCA, ¿qué deben hacer? No será fácil. La Administración Bush debe conseguir que el Congreso enmiende la Ley Agrícola y decirle los agricultores y a las industrias estadounidenses beneficiarias de subsidios (ej. la del acero) que es hora de apoyarse a sí mismos.
El Presidente Bush y algunos miembros de Congreso puede ser renuentes de encolerizar a los electores protegidos. Pero una vez que exhiban su liderazgo y expliquen las ventajas de la liberalización—y las penalidades del proteccionismo—no deberían tener ninguna preocupación respecto de perder apoyo significativo.
Los Estados Unidos harían bien en emular a Nueva Zelanda y a Australia. Ambos países eliminaron la mayor parte de los subsidios agrícolas en los años 80. En vez de sacar del negocio a los agricultores, los recortes en los subsidios les dieron el incentivo para operar basados en la demanda del mercado. Sin los cheques gubernamentales, los agricultores dejaron de producir productos para los cuales existía poca demanda y comenzaron a producir más eficientemente productos de acuerdo con su ventaja comparativa y las demandas del mercado. No existe razón por la cual remover los subsidios de los agricultores estadounidenses no traería estos mismos resultados.
El gobierno de los EE.UU. debe también recortar los aranceles sobre los productos importados—incluso aquellos que los agricultores estadounidenses producen en grandes cantidades. ¿Cómo pueden los Estados Unidos convencer a los países más pobres, menos desarrollados, menos liberalizados de abrir sus mercados a los bienes de la nación más rica y más fuerte del hemisferio occidental, si la misma no da el ejemplo?
Los partidarios del ALCA están acertados al decir que un área de libre comercio a lo ancho del hemisferio beneficiará a todos los involucrados. Sin embargo, mientras los Estados Unidos continúen diciendo una cosa y haciendo otra, el sur continuará viéndolo como un competidor injusto y un socio no confiable en el libre comercio. En última instancia, si lo negociadores comerciales de los EE.UU. practican lo que predican, los líderes suramericanos tendrán muchas menos excusas para resistirse al ALCA.
Traducido por Gabriel Gasave
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