El Brooklyn Museum of Art está demandando judicialmente a la Ciudad de Nueva York por adelantar una ya amenazada suspensión de fondos, como consecuencia de una exhibición de arte en la cual una pintura de la Virgen María luce montículos de excrementos de elefante. El Alcalde Rudolph Guiliani está ofendido. También lo estoy yo, pero por un motivo distinto. ¿Por qué aquellos que trabajan duro deben pagar impuestos para apoyar a una rabieta escatológica? Y nada menos que una británica, realizada por un muchacho de Manchester llamado Chris Ofili.
Fundamentalmente, ¿por qué existe un Fondo Nacional para las Artes (NEA según sus siglas en inglés) como opuesto a un Fondo Nacional para los Plomeros? El arte es una profesión como cualquier otra. Los artistas que dependen del subsidio gubernamental no expresan otra cosa más que su gran incapacidad para triunfar en el mundo real donde tendrían que satisfacer los mismos estándares que la competencia del mercado libre impone sobre el resto de nosotros.
Reaparece la respuesta: El arte enriquece a la sociedad. Los José y las Juana comunes no son competentes para juzgar el valor artístico y, de esa manera, actúan como las anclas de un bote que provocan que la calidad de la sociedad se hunda. Solamente mediante la forzada distracción del dinero que los individuos no iluminados gastarían de otra forma en sus hijos o en débiles placeres, como cubiertas para la nieve, puede la “sociedad” protegerse contra su ignorancia.
Muchas respuestas para esta posición son posibles. Yo estoy a favor de la indignación moral. Me revelo contra la arrogancia elitista de aquellos que picotean de los bolsillos de la gente trabajadora y los difaman en el proceso en lugar de ofrecerles un humilde “gracias.” Por supuesto, no estaría satisfecha con un “gracias” tampoco. Deberían quitar sus manos de los bolsillos de los demás. Aquellos que crean arte debieran tener que machacar el pavimento para obtener el dinero para el alquiler igual que todos los demás.
Recientemente, escuché un argumento intrigante: a saber, la Primera Enmienda prohíbe que el gobierno financie las artes. He aquí la deducción. La Primera Enmienda le prohíbe al Congreso crear leyes que cercenen la libertad de expresión o la libertad religiosa. Un impulso detrás de esta cláusula constitucional fue el ejemplo de la Iglesia de Inglaterra (anglicanismo)—una religión “establecida” que recibía financiamiento estatal mientras que las demás religiones tenían que competir con una gran desventaja. Es decir, la gente tenía que realizar contribuciones voluntarias a favor de ellas con el dinero que les quedaba tras haber pagado impuestos destinados al anglicanismo.
Los padres peregrinos escaparon de este sistema de religión de Estado. Sabían que un “diezmo estatal” para el anglicanismo no era per se un apoyo de la religión. Era la imposición forzosa de una religión sobre las otras. Algunas colonias desarrollaron entonces sus propias religiones de estado en miniatura, lo cual generaba el mismo problema salvo que a escala distinta. La Constitución resolvió la cuestión evitando que el gobierno intervenga en representación de alguna Iglesia establecida en particular. Esto les otorga a las religiones minoritarias protección de la injusta desventaja cosechada por parte de cualquier iglesia capaz de alinearse con el gobierno.
De manera similar, precisamos de una separación entre el Arte y el Estado. El Fondo Nacional para las Artes no es un benefactor de “arte” per se. El mismo financia la expresión de una persona a expensas de otra—y no meramente del contribuyente. Todo artista que trata de darle sustento honestamente a su vida en virtud de sus méritos es castigado por ello. Después de todo, ¿qué arte logra ser financiado? Ciertamente, ningún sufragio popular es emitido.
Resumiendo, el Fondo Nacional para las Artes es una organización discriminatoria y elitista que está orgullosa de estar fuera del alcance de la gente “común” que lo financia. Sin embargo, si el Congreso no puede dictar ninguna ley respecto del establecimiento de una religión, entonces el mismo carece del derecho de proporcionar financiamiento para el establecimiento de una tendencia artística. Si el mismo no puede prohibir el libre ejercicio de una religión, entonces no debiera interferir con el libre ejercicio del arte beneficiando fiscalmente a una forma de expresión por encima de las demás. El financiar lienzos manchados con excrementos es algo contrario a la Constitución.
Cuando Glen Scott Wright, el representante en Londres de Olifi, grita “censura” y compara a Guiliani con un nazi, está en verdad objetando el terminar con el flujo de dinero robado hacia los bolsillos de su cliente. ¿Desde cuándo la negativa a financiar algo es “censura?” ¿Es censura mi negativa de comprar el New York Times como opuesto al Washington Post? Solamente abandonando el mundo real e ingresando en el reino del arte aprobado por el estado dichas acusaciones cobran sentido. El arte y el estado debieran estar separados. Los artistas, como todos los individuos en una sociedad libre, deberían procurarse benefactores mediante medios voluntarios.
Traducido por Gabriel Gasave
El arte y el Estado: Razones para su separación
El Brooklyn Museum of Art está demandando judicialmente a la Ciudad de Nueva York por adelantar una ya amenazada suspensión de fondos, como consecuencia de una exhibición de arte en la cual una pintura de la Virgen María luce montículos de excrementos de elefante. El Alcalde Rudolph Guiliani está ofendido. También lo estoy yo, pero por un motivo distinto. ¿Por qué aquellos que trabajan duro deben pagar impuestos para apoyar a una rabieta escatológica? Y nada menos que una británica, realizada por un muchacho de Manchester llamado Chris Ofili.
Fundamentalmente, ¿por qué existe un Fondo Nacional para las Artes (NEA según sus siglas en inglés) como opuesto a un Fondo Nacional para los Plomeros? El arte es una profesión como cualquier otra. Los artistas que dependen del subsidio gubernamental no expresan otra cosa más que su gran incapacidad para triunfar en el mundo real donde tendrían que satisfacer los mismos estándares que la competencia del mercado libre impone sobre el resto de nosotros.
Reaparece la respuesta: El arte enriquece a la sociedad. Los José y las Juana comunes no son competentes para juzgar el valor artístico y, de esa manera, actúan como las anclas de un bote que provocan que la calidad de la sociedad se hunda. Solamente mediante la forzada distracción del dinero que los individuos no iluminados gastarían de otra forma en sus hijos o en débiles placeres, como cubiertas para la nieve, puede la “sociedad” protegerse contra su ignorancia.
Muchas respuestas para esta posición son posibles. Yo estoy a favor de la indignación moral. Me revelo contra la arrogancia elitista de aquellos que picotean de los bolsillos de la gente trabajadora y los difaman en el proceso en lugar de ofrecerles un humilde “gracias.” Por supuesto, no estaría satisfecha con un “gracias” tampoco. Deberían quitar sus manos de los bolsillos de los demás. Aquellos que crean arte debieran tener que machacar el pavimento para obtener el dinero para el alquiler igual que todos los demás.
Recientemente, escuché un argumento intrigante: a saber, la Primera Enmienda prohíbe que el gobierno financie las artes. He aquí la deducción. La Primera Enmienda le prohíbe al Congreso crear leyes que cercenen la libertad de expresión o la libertad religiosa. Un impulso detrás de esta cláusula constitucional fue el ejemplo de la Iglesia de Inglaterra (anglicanismo)—una religión “establecida” que recibía financiamiento estatal mientras que las demás religiones tenían que competir con una gran desventaja. Es decir, la gente tenía que realizar contribuciones voluntarias a favor de ellas con el dinero que les quedaba tras haber pagado impuestos destinados al anglicanismo.
Los padres peregrinos escaparon de este sistema de religión de Estado. Sabían que un “diezmo estatal” para el anglicanismo no era per se un apoyo de la religión. Era la imposición forzosa de una religión sobre las otras. Algunas colonias desarrollaron entonces sus propias religiones de estado en miniatura, lo cual generaba el mismo problema salvo que a escala distinta. La Constitución resolvió la cuestión evitando que el gobierno intervenga en representación de alguna Iglesia establecida en particular. Esto les otorga a las religiones minoritarias protección de la injusta desventaja cosechada por parte de cualquier iglesia capaz de alinearse con el gobierno.
De manera similar, precisamos de una separación entre el Arte y el Estado. El Fondo Nacional para las Artes no es un benefactor de “arte” per se. El mismo financia la expresión de una persona a expensas de otra—y no meramente del contribuyente. Todo artista que trata de darle sustento honestamente a su vida en virtud de sus méritos es castigado por ello. Después de todo, ¿qué arte logra ser financiado? Ciertamente, ningún sufragio popular es emitido.
Resumiendo, el Fondo Nacional para las Artes es una organización discriminatoria y elitista que está orgullosa de estar fuera del alcance de la gente “común” que lo financia. Sin embargo, si el Congreso no puede dictar ninguna ley respecto del establecimiento de una religión, entonces el mismo carece del derecho de proporcionar financiamiento para el establecimiento de una tendencia artística. Si el mismo no puede prohibir el libre ejercicio de una religión, entonces no debiera interferir con el libre ejercicio del arte beneficiando fiscalmente a una forma de expresión por encima de las demás. El financiar lienzos manchados con excrementos es algo contrario a la Constitución.
Cuando Glen Scott Wright, el representante en Londres de Olifi, grita “censura” y compara a Guiliani con un nazi, está en verdad objetando el terminar con el flujo de dinero robado hacia los bolsillos de su cliente. ¿Desde cuándo la negativa a financiar algo es “censura?” ¿Es censura mi negativa de comprar el New York Times como opuesto al Washington Post? Solamente abandonando el mundo real e ingresando en el reino del arte aprobado por el estado dichas acusaciones cobran sentido. El arte y el estado debieran estar separados. Los artistas, como todos los individuos en una sociedad libre, deberían procurarse benefactores mediante medios voluntarios.
Traducido por Gabriel Gasave
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