Washington, DC—La Comisión de Monumentos de Nueva York hizo bien en no designar lugar histórico al edificio ubicado en el 45 de Park Place, a dos cuadras de la Zona Cero. La decisión allana el camino para la Casa de Córdoba, polémico centro cultural y comunitario interreligioso liderado por musulmanes que los propietarios pretenden construir en sustitución del edificio destinado a ser demolido. El alcalde Michael Bloomberg y los demás que defendieron el plan acertaron.

La campaña en contra del centro es la negación de lo que Estados Unidos debe ser: tolerancia, propiedad privada y pluralismo. Muchos de los ataques trasuntaron prejuicios y odio. Pero otros dieron argumentos reflexivos que precisan ser refutados en el contexto del debate sobre la relación entre el islam y democracia liberal.

Las sensibilidades de los familiares de las víctimas fueron invocadas con frecuencia. Ellas merecen la mayor consideración. Pero invocarlas para bloquear los planes de los propietarios del edificio implica desconocer tres puntos. Primero: decenas de musulmanes también fallecieron el 11 de septiembre. Segundo: entre los familiares de las víctimas hay quienes están a favor y quienes se oponen al Park51, como se llamará el centro. Por último, pero no es lo menos importante, como ha dicho el alcalde Bloomberg, no se puede anular el derecho de propiedad de alguien debido a las percepciones de otros sin poner en peligro la propiedad privada: los tribunales habrían protegido ese principio.

Aparte de las sensibilidades de las víctimas, el principal argumento contra el centro es que colocarlo cerca de la Zona Cero conferirá una victoria simbólica a al-Qaeda. John Tabin escribió en el American Spectator: “Para la gente criada en una cultura dominada por una política del `caballo fuerte´, un gran Centro Islámico y una mezquita cercanos a la Zona Cero probablemente serán interpretados como Bin Laden interpretó el interés estadounidense en el islam: como un signo de que los radicales tienen razón y los intereses del islam se benefician cuando muere una gran cantidad de estadounidenses”. De igual manera, Dan Senor, quien sirvió bajo la Autoridad Provisional de la Coalición en Irak durante el gobierno de George Bush, declaró en el Wall Street Journal que el centro “será celebrado como un monumento musulmán erigido en el sitio de una gran victoria ‘militar’ musulmana”.

No se debe juzgar el mérito de algo fundamentalmente sobre la base de si la gente equivocada también lo apoya. Muchas veces una causa buena es defendida con honestidad por la gente acertada y, por razones tácticas, respaldada deshonestamente por la gente equivocada. ¿Estaba mal que los españoles amantes de la libertad se opusieran al general Franco sólo porque los soviéticos también lo hacían? ¿Es malo luchar contra Fidel Castro sólo porque algunos anticomunistas cubanos y venezolanos estuvieron detrás del ataque contra un avión cubano que mató a 73 pasajeros sobre Barbados en 1976?

Pero en este caso, la premisa de que la gente equivocada tendrá un motivo para celebrar es falsa. Bin Laden y compañía odian cualquier vestigio del islam que represente convivencia pacífica y valores liberales, incluido el simbolismo de Córdoba, ciudad española legendaria por su tolerancia religiosa en los siglos 10 y 11 bajo el dominio musulmán. Si la gente apegada al centro, con varios de cuyos puntos de vista no concuerdo, tiene algo que temer, no es que el Park51 sea hipócritamente malinterpretado por los terroristas, sino lo contrario: que los terroristas pretendan matarlos por tratar de fortalecer a las fuerzas de la tolerancia dentro del islam en contra quienes quieren monopolizar despóticamente esa fe.

En los Estados Unidos, existen unos 700 templos hindúes y 2000 templos budistas, cifra superior a la de mezquitas. El número de musulmanes es motivo de debate entre organizaciones islámicas que ofrecen cifras altas (de 8 a 12 millones) y estudios académicos serios que hablan de no más de 2 millones. Pero uno rara vez oye que estas minorías representen una amenaza social, política o de seguridad. El islam estuvo asociado con el radicalismo como consecuencia del movimiento por los “derechos civiles” y el “black power” hace décadas. Pero el efecto se desvaneció y Estados Unidos se ahorró en gran medida el radicalismo islámico experimentado por otras sociedades occidentales.

Lo cual no quiere decir que en ciertos círculos los jóvenes desafectos no hayan sido impactados por predicadores vinculados a círculos extranjeros, o que una enseñanza más radical no haya estado presente en torno a algunas mezquitas. Estas personas dicen que las libertades estadounidenses son una hoja de parra que oculta la discriminación y el abuso del poder. La decisión de permitir el centro demuestra una vez más que ellos mienten.

(c) 2010, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.