La ex Secretaria de Estado Madeleine Albright condujo recientemente un panel de expertos que elaboró un informe, “OTAN 2020”, el cual será utilizado en la redacción de un reemplazo para el actual concepto estratégico de la OTAN, adoptado en 1999. El informe esencialmente defiende una continuación y expansión de la búsqueda de la OTAN de convertirse en todo para todos.

Desafortunadamente, este esfuerzo, que se asemeja al mantra de “expandirse o morir” que le fuera aplicado a la OTAN como su principal misión—la lucha contra la Unión Soviética—fue arrojado al basurero de la historia. En vez de expandirse en territorio y misión después de la finalización de la Guerra Fría, la OTAN probablemente debería haber perecido en ese entonces y podría fenecer—o ser severamente mutilada—a raíz de su probable derrota en Afganistán.

Aunque la Guerra Fría hace rato que terminó, el informe aboga por volver a comprometer a la alianza con su misión original de garantizar la seguridad colectiva—de modo tal que los países miembros se sientan más seguros de comprometerse a realizar misiones en zonas remotas fuera del área de la OTAN para contrarrestar las nuevas amenazas del terrorismo, la piratería, los ataques cibernéticos, y la proliferación nuclear y misilística. A pesar de que la OTAN no ha sido nunca una organización diseñada o adaptada para hacer frente a este tipo de amenazas, el informe está esencialmente diciendo que los EE.UU. deberían comprometerse nuevamente con la defensa de las naciones de la OTAN—especialmente naciones cercanas a Rusia, como Rumania, Hungría, Eslovaquia, Polonia y los países bálticos de Letonia, Lituania y Estonia. Tal esfuerzo estadounidense permitiría luego que los aliados se sintiesen cómodos desviando recursos que emplean para defenderse a sí mismos hacia la adquisición de rudimentarias fuerzas de proyección de poder a efectos de ayudar a proporcionar a la OTAN una cobertura para las intervenciones estadounidenses en tierras remotas fuera del territorio de la OTAN—como Afganistán.

Estas intervenciones aparentemente se llevarían a cabo para corregir Estados fallidos, responder ante desastres humanitarios, y detener el genocidio y las violaciones a los derechos humanos, pero a menudo serán fundamentales para los objetivos geoestratégicos percibidos de los EE.UU.. Esta suerte de “yo te rasco la espalda, si tu rascas la mía” es buena para el imperio estadounidense porque vuelve a los aliados dependientes de los Estados Unidos respecto de su defensa—incrementando así la influencia estadounidense en Europa—y permite a los EE.UU. obtener un sello de respetabilidad de la OTAN en algunas de sus intromisiones alrededor del mundo.

Estas son ventajas para la elite de la política exterior intervencionista de los EE.UU., pero en realidad la defensa de todos estos países añadidos a la OTAN difícilmente beneficie a los ya vapuleados contribuyentes estadounidenses o mejore su seguridad. La alianza no ha planificado mucho acerca de cómo defenderá a naciones remotas frente a algún ataque ruso. Eso se debe a que su defensa es costosa y porque los Estados Unidos se encuentran persiguiendo también el contradictorio objetivo de mejorar las relaciones con Rusia. De hecho, el informe de Albright alienta la cooperación con Moscú respecto de la lucha contra el terrorismo, la seguridad marítima, la guerra contra las drogas, y la defensa misilística contra Irán. Pero más en general, la mejora en las relaciones con Rusia estará limitada siempre y cuando la potencialmente hostil alianza de la OTAN se sitúe próxima a sus fronteras.

El hecho de entrar en guerra con una Rusia nuclearmente armada por países que no fueron considerados como vitales para los intereses de los EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial—cuando los Estados Unidos dejaron sabiamente que la Unión Soviética, que acababa de ser devastada por la invasión nazi, tuviese una esfera de influencia en Europa del Este a modo de un amortiguador—no hace que el contribuyente estadounidense se encuentre más seguro, especialmente cuando Rusia es una mera sombra de la Unión Soviética.

Pero la proximidad es importante, como lo demostró la impotencia de los EE.UU. durante la reciente guerra entre Rusia y Georgia en 2008. De manera similar, una efectiva defensa convencional estadounidense de países aliados como los países bálticos en contra de las fuerzas rusas localmente superiores será difícil. La defensa de los Países Bálticos, no estratégicos para la seguridad de los EE.UU., bien podría escalar rápidamente hasta un intercambio nuclear, que perfectamente podría amenazar al territorio de los EE.UU.. Cómo hace todo esto que el contribuyente estadounidense esté más seguro es algo dudoso.

El informe de Albright ilustra una vez más lo irresponsable que ha sido incorporar a la OTAN a tantos nuevos países tan próximos a Rusia. Ella y su panel parecen estar abriendo indirectamente un vasto agujero negro de nuevos gastos para defender a estas naciones—en un momento en el cual los déficits presupuestarios están fuera de control en muchos países de la OTAN (incluidos los EE.UU.) y podría llevar a la quiebra a algunos de ellos (Grecia, Portugal, España, e Italia).

Sin embargo, aun en el improbable caso de que más dinero estadounidense y aliado sea gastado para defender a todos estos países añadidos, la máxima de Federico el Grande todavía tiene vigencia: Quien intenta defender todo no defiende nada.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.