Es el momento para la autodeterminación iraquí

7 de May, 2007

La administración Bush y el Congreso han puesto demasiada fe en los gobiernos—tanto en el estadounidense como el iraquí—para remediar el caos en Irak. Para mantener la presión sobre la administración a favor de eventuales retiros de las tropas de los EE.UU., los demócratas han comenzado ya a culpar al gobierno iraquí por no cumplir con las pautas para el progreso y están amenazando con incluirlas en una ley.

Algunos parlamentarios republicanos, intuyendo otro desastre electoral en 2008, están empezando a imitar dichos argumentos demócratas. A pesar de que el tiempo no es todavía el adecuado para un cronograma para el retiro de tropas exigido parlamentariamente para anular un veto presidencial, el momento para culpar a los iraquíes e intentar imponer pautas de rendimiento llegará pronto.

La administración espera que la escalada de las fuerzas armadas de los EE.UU. comprará tiempo para que el gobierno cumpla con esas pautas, específicamente aquellas que incluyen la abstención de apoyar a las milicias chiítas, la reversión del programa de “desbaathificación” creado por los Estados Unidos que deja a muchos sunnitas competentes fuera del gobierno iraquí y la promulgación de una ley para compartir los ingresos petroleros.

Dada la actual estructura de gobierno iraquí, no contenga la respiración esperando por alguno de estos signos de progreso. Por ejemplo, recientemente la oficina del Primer Ministro iraquí Nuri al-Maliki despidió a funcionarios de alta jerarquía del área de seguridad que deseaban perseguir a las milicias chiítas radicales. El bastamente partidista gobierno chiíta está también resistiendo la contratación de más sunnitas, y los pocos sunnitas en el gobierno están amenazando con retirarse de él. Además, el borrador de un acuerdo para la coparticipación de los ingresos petroleros, que fue aprobado por el gabinete iraquí, ha languidecido en el parlamento iraquí y muy bien podría desmoronarse.

Los demócratas, los republicanos y eventualmente incluso la administración Bush culpará a los iraquíes para justificar la inevitable retirada de las fuerzas estadounidenses. Pero dichas recriminaciones culpan a las victimas. Incluso si el gobierno de al-Maliki tuviese las mejores intenciones—lo que no está del todo claro—sería improbable que supere a las poderosas fuerzas centrífugas en esta díscola y violenta sociedad de Irak. El Congreso y la administración Bush actúan como si creyeran que algún gobierno puede solucionar los problemas con tan solo el trazo de una lapicera. Pero la experiencia de los funcionarios estadounidenses está en los Estados Unidos. A pesar de la presencia de numerosos grupos étnicos y raciales en este país, el gobierno de los Estados Unidos descansa sobre un basamento de valores compartidos en la sociedad más amplia. En Irak, no existe ningún consenso societario así.

Antes de la invasión estadounidense de Irak, los sunnitas y chiítas vivían en paz unos con otros tan solo en virtud del férreo gobierno de Saddam. Irak es un país creado artificialmente que se mantuvo unido a punta de pistola. Debido a las tensiones internas causadas por la guerra entre Irán e Irak, la Primera Guerra del Golfo, y las demoledoras sanciones económicas internacionales contra Irak durante más de una década, Saddam, para defender a su régimen de minoría sunnita, creó un resentimiento permanente entre los grupos mediante la represión y matanza de los kurdos y la mayoría chiíta. Cuando el régimen autocrático de Saddam fue destruido por la invasión de los EE.UU., el país de manera predecible se desenmarañó en facciones enfrentadas. Lo único sorprendente fue el asombro de la administración Bush ante este resultado.

La administración y los parlamentarios demócratas y republicanos no han admitido aún que cualquier gobierno iraquí, falto de otra dictadura al estilo de la de Saddam, no puede mantener a un Irak unificado. Una mayoría sustancial de iraquíes no desea ser ciudadanos iraquíes. Los kurdos y una mayoría de chiítas quisieran seguir su propio camino. Los sunnitas probablemente lo quisieran también, si se les garantizase algo de petróleo o de ingresos petroleros. Incluso si los Estados Unidos, en desesperación, brindasen su apoyo detrás de otro líder autoritario en espera, esa persona, a efectos de gobernar a un Irak estable y unificado, tendría que ganar la guerra civil que se encuentra ya en sus etapas iniciales.

Puede que sea demasiado tarde para salvar a Irak de una baño de sangre masivo, pero la única esperanza que queda es la de intentar utilizar a una retirada estadounidense para elaborar trabajosamente un acuerdo que descentralice al gobierno iraquí, permita la autodeterminación entre los distintos grupos y cree una coparticipación de los ingresos petroleros. Esta descentralización podría asumir la forma de una confederación libre de regiones autónomas o incluso una partición en varios estados. Dada la historia de Irak, cada grupo sectario y étnico está temeroso de que el gobierno central, controlado por otro grupo, oprimirá a los demás y tomará una parte desproporcionada de los ingresos petroleros. Un acuerdo para descentralizar el gobierno y compartir los ingresos petroleros podría aliviar muchas de estas preocupaciones.

A la administración Bush no le queda mucho tiempo para orquestar una “retirada con descentralización” debido a que los principales grupos en Irak se están dividiendo y pueden no ser capaces de garantizar que sus sub-facciones respetarán cualquier acuerdo que sea alcanzado. No obstante, todavía vale un intento de la administración. La alternativa es una guerra civil total con las fuerzas estadounidenses atrapadas en el fuego cruzado. Desafortunadamente, la administración parecería paralizada por las luces delanteras de un tren sin frenos.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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