En un reciente discurso, el Presidente George W. Bush procuró propagandizar su salida del actual desastre en Irak subiendo la apuesta. Yendo más allá de la recientemente resucitada meta de llevar la democracia a Irak (después de que arma alguna de destrucción masiva fuese allí encontrada, y de que el presidente tuviera que admitir que Saddam Hussein no tuvo vinculación con los ataques del 11 de Septiembre), el presidente ha propuesto ahora democratizar al Oriente Medio y al mundo. Pero la situación en Irak ilustra vividamente las trampas de los esfuerzos musculares estadounidenses de llevar la democracia a naciones que poseen poca experiencia con una cultura democrática. En vez de presionar a otros países para que se liberen a punta de pistola o mediante amenazas insinuadas, una estrategia más efectiva sería la de evitar tales métodos no democráticos y liderar mediante el ejemplo pacífico.

Los críticos de la política exterior de los EE.UU. en ultramar emplean a menudo la palabra “hipocresía” para describir las acciones estadounidenses. Los líderes de los EE.UU. han adoptado a menudo la retórica de alto vuelo de exportarle al mundo la libertad, a la vez que apoyan a pequeños dictadores o el derrocamiento de líderes democráticamente elegidos que ni tocaron con la punta del pie la frontera estadounidense. El discurso de Bush continúa con esa divergencia.

En sus comentarios, el presidente trató a los países que los Estados Unidos consideran “regímenes granujas” (Siria, Cuba, Birmania y Corea del Norte) mucho más severamente que a los estados “amistosos” (Egipto y Arabia Saudita) y que a las naciones poderosas (China). Declaró que los dictadores en Siria dejaron “un legado de tortura, de opresión, de miseria, y de ruina.” El presidente acusó correctamente a Cuba, Birmania, Zimbabwe y Corea del Norte de ser los “puestos de avanzada de la opresión en nuestro mundo.”

Tal severa retórica, sin embargo, debería ser comparada con la alabanza que el presidente repartió para los, en el mejor de los casos, leves progresos en materia de libertad política efectuados por los igualmente tiránicos regímenes de Egipto, Arabia Saudita y China. Egipto, que no ha hecho ningún progreso, consiguió este tímido, pero efusivo codazo: “La grande y orgullosa nación egipcia ha mostrado el camino hacia la paz en el Oriente Medio, y ahora debería mostrar el camino hacia la democracia en el Oriente Medio.” De manera similar, Bush elogió al despótico y medieval régimen saudita como “tomando los primeros pasos hacia la reforma, incluyendo un plan para la introducción gradual de elecciones.” Y el presidente está seguro de que los líderes de China—una nación poderosa que posee un potencial enorme como mercado para las exportaciones estadounidenses—“también descubrirán que la libertad es indivisible—que la libertad social y religiosa es también esencial para la grandeza nacional y la dignidad nacional.” También encontró algo agradable que decir sobre el progreso en los autocráticos, pero “amistosos,” países de Bahrein, Omán, Qatar, Yemen, Kuwait y Jordania.

Por si ese deslumbrante doble estándar no fuese suficiente, el discurso del Presidente Bush anatematizó a los palestinos: “Los líderes palestinos que bloquean y minan la reforma democrática, y alimentan el odio y alientan la violencia no son para nada líderes. Son los principales obstáculos para la paz, y para el éxito del pueblo palestino.” No importa que los palestinos eligieran a Yasir Arafat como su presidente, no obstante ello Bush—para cumplir con los deseos del Primer Ministro israelí Ariel Sharon—rechaza negociar con él.

A pesar de que los ministerios de seguridad en Irán se encuentran aún controlados por las fuerzas no democráticas, Irán es más democrático que la vasta mayoría de los países en el Oriente Medio. Pese a ello, el presidente brindó alabanzas para Egipto y Arabia Saudita, pero no para el menos amistoso Irán.

Y la situación de la libertad en Rusia, otra nación poderosa que ha sido recientemente complaciente con los deseos estadounidenses, ni siquiera fue mencionada en el discurso presidencial. El torpe silencio público de la administración Bush acontece en un momento en el cual Rusia puede estar regresando al autoritarismo. Detrás de un velo de anonimato, los funcionarios de la administración expresan alarma de que el Presidente Vladimir Putin pudiese estar poniéndose bajo la influencia de los intransigentes, abusando de sus facultades y reprimiendo el disenso. El gobierno ruso ha cerrado los medios de comunicación independientes y recientemente arrestó a Mikhail Khodorkovsky, el hombre más rico de la nación y potencial rival político de Putin. Sin embargo, los funcionarios de los EE.UU. sostienen que el silencio estadounidense se encuentra justificado por la cooperación de Putin para confrontar a Irán y a Corea del Norte y la aceptación del descarte estadounidense del Tratado sobre Misiles Antibalísticos, de la expansión de la OTAN en territorio de la vieja Unión Soviética y de una presencia militar estadounidense en la ex Asia Central Soviética.

Así, el mundo mirará al discurso del Presidente Bush como más de lo mismo de parte de los estadounidenses: la realpolitik disimulada en una retórica autosuficiente. Pero pueden existir consecuencias peores de la política de Bush. Leyendo entre líneas en el discurso, la administración está tratando de utilizar la invasión estadounidense de Irak para intimidar a Siria, Irán y a otras naciones hacia “reformas democráticas.” En palabras del presidente, “La democracia iraquí tendrá éxito—y ese el éxito enviará más allá las noticias, desde Damasco hasta Teherán—de que la libertad puede ser el futuro de cada nación.” Pero muchos expertos en el Oriente Medio creen que esa presión abierta de los EE.UU., ya sea sutil o severa, para apresurar la democracia podría conducir a que algo peor ocupe el lugar de los regímenes autoritarios existentes—gobiernos islámicos radicales electos mediante el voto. En las sociedades autocráticas de la actualidad en el Oriente Medio, la única alternativa a los regímenes predominantes que no ha sido cerrada son las mezquitas.

Una mejor opción para la política estadounidense que la de aplicar mucha presión: permitir que el Oriente Medio y otras sociedades acepten la libertad a su propio paso y actuar como el faro de la libertad y de la paz para que ellas lo emulen.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.