Cultura y civilización
Quién sabe si el problema de nuestra región hispanoamericana estuvo en la comodidad, por el bienestar, abundancia, y finalmente complacencia que pudo generar el imperio español, a ambos lados del Atlántico, no solo en España. Se olvidó o se creyó que el problema era que éramos demasiado religiosos o influenciados por las ideas escolásticas. Los iluministas, hijos de esta búsqueda permanente de los escolásticos de usar la razón y la fe para guiar su pensamiento, se olvidaron de la segunda parte, la fe. Esto dio lugar, por parte de quienes querían divorciar la razón, de la fe, a ideas más absolutistas y de rechazo a la religión, en la práctica un estado más absoluto y menos respetuoso de sus ciudadanos.
Cuando leo sobre temas históricos me pregunto, qué hubiera pasado si en época de Carlos III no se hubiera expulsado a los Jesuitas, quienes fueron erradicados de todos los territorios del imperio español. Nadie sabe por qué tipo de envidias o conspiraciones ocurrió esto, pero que en su momento eran la orden religiosa que representaba lo más destacado del pensamiento de la época, y su expulsión fue una gran pérdida intelectual y cultural. Qué hubiera pasado si los Austrias, la dinastía gobernante de España hasta la muerte de Carlos II, no hubieran tenido esa política nociva de casarse entre parientes cercanos por cuestiones de estrategia política, en violación abierta de prohibiciones eclesiales existentes desde mucho tiempo antes. No es que ignoraran los problemas causados por la endogamia, estos eran conocidos en esa época y por lo tanto existía la prohibición y se requería de una dispensa papal, para permitir un matrimonio de este tipo. Qué hubiera pasado si la corona española, con la llegada de los Borbones, no se hubiera sentido tan obligada a apoyar a los franceses y por lo tanto a Napoleón. Este personaje ya era conocido por todos en 1808, y es inexplicable cómo fueron tan ingenuos (o incompetentes) los monarcas españoles para creer que iba a respetar los tratados establecidos, de no invadir o agredir España, pues ya lo habían hecho antes con otros aliados.
Nadie puede saber qué hubiera pasado de no haber sucedido todas estas cosas, y nadie puede predecir a ciencia cierta si las decisiones que se toman nos van a llevar a un futuro mejor o peor. Podemos intuir que ciertas decisiones tendrán consecuencias positivas a largo plazo, pero a corto plazo van a causar más dolor y costo que a largo plazo. Es preferible tomar decisiones duras, pero valientes en el corto plazo para salir adelante. En el mundo moderno las medidas, suaves o de medio pelo son las preferidas por el público y por ende de los políticos populistas que las ofrecen. Por esto se ha vuelto casi imposible elegir políticos normales, respetuosos del discurso civilizado, tolerante y con capacidad de mirar el largo plazo. Se prefiere elegir políticos tibios con muchas promesas y poco valor, en vez de tomar las medidas necesarias para arreglar las cosas. Esta abundancia de políticos incompetentes y mediocres termina forzando a buscar políticos patanes, con muchas fallas humanas, por que son muchas veces la única alternativa a la inercia de los políticos de siempre, que luchan por intereses personales o de grupos de poder que los financian. Muchos ciudadanos que podrían aportar en política, o en soluciones evitan intervenir para no ser parte del circo mediático de la política, donde desaparece el orden personal y privado por miedo a ser injustamente linchados en la opinión pública, sea por asociaciones previas, que no tienen por que empañar su record profesional, o personal, o simplemente por el natural deseo de proteger la privacidad de la familia y amistades más cercanas.
En nuestra sociedad tan mediática y expuesta a cualquier intento de desacreditación es lo normal, pero mientras no se proteja la esfera privada de quienes participan en política, solo los más malos, que no tienen nada que perder, participarán. O aquellos quienes no tienen vergüenza de ser humillados en público, por que tienen vocación de mártires y están dispuestos a participar de manera frontal, aún a riesgo de causar daño a sus seres más queridos, al exponerlos a la calumnia, tan frecuente en la política. La política se ha convertido en un deporte de riesgo extremo. Con esto no estoy no digo que estoy a favor de proteger a los malos o a los corruptos, si no que estoy más bien a favor de recuperar el concepto de presunción de inocencia a menos que se pruebe lo contrario. Como parte de estos valores fundamentales de nuestra democracia y república tiene que existir la voluntad a mantener estos principios, por más de que nos indigne la falta de justicia. Con esto quiero decir, que si los corruptos salen libres por contubernio con los jueces y autoridades corruptas, el problema no está en el principio de la presunción de inocencia y su aplicación, si no con dichas autoridades y jueces corruptos que por tecnicismos o simple corrupción no enjuician y persiguen a los corruptos.
Otro elemento importante para el desarrollo de una sociedad sana es la formación del ideal de nación o patria, de objetivos a perseguir que sean ambiciosos , que apelen al sentido de trascendencia de los ciudadanos de una comunidad y de libertad. No me refiero a que esto sea un objetivo del estado, si no más bien de sus ciudadanos, y que estén dispuestos a su vez a involucrarse en proyectos más trascendentales que potencialmente superen su tiempo vital y productivo. Cuáles son esos proyectos trascendentales, va a depender en gran medida de las ideas de civilización que tengamos.
Disfruto leer sobre el descubrimiento de las Américas y el periodo, mas o menos de 300 años que le siguió en el imperio español, entre otras cosas por ese celo civilizatorio, en el que se embarcó esa España fragmentada de reinos cristianos y taifas y su lucha por recuperar el territorio perdido tras la invasión de casi 700 años en la península ibérica. Cierto es que ese afán civilizatorio y evangelizador no estuvo en un comienzo. En un principio esos reinos cristianos solo buscaban protegerse y recuperar el territorio perdido tras la invasión, poder volver a ejercer su libertad, practicando la fe de los antepasados, su cultura y poder librarse del yugo que significó esa invasión, ya sea por medio de impuestos o pérdida de derechos al estar bajo la dominación de otra cultura. Las constantes invasiones causaban zozobra ante los ataques que sufrían los reinos cristianos, donde muchos eran esclavizados o forzados a adoptar una cultura y una religión que les era ajena.
Con el descubrimiento de las Américas y el final de la reconquista, los objetivos se engrandecen, una vez que se logra dicho objetivo de libertad, ese celo de recuperación de una nación, se convierte en un instinto civilizatorio. No solo hubo en un principio, el deseo de enriquecerse, sino de evangelizar y convertir a los nuevos súbditos. Nótese que, en este caso particular a diferencia de otras aventuras europeas en descubrir otras tierras, el deseo de enriquecerse estaba tamizado por ese deseo civilizatorio y evangelizador que buscaba algo más profundo y transcendental. No solo buscaban hacerse ricos y expandir las fronteras del mundo conocido, para llegar por otro lado a la especería pero respetando, mal que bien, por más abusos que habrán existido, la dignidad de los nuevos súbditos que se incorporaban a la corona española en igualdad de condiciones como súbditos de los reyes. Así, en tanto y cuanto se mantuvo ese celo civilizatorio y de respeto a la dignidad humana las cosas progresaron, mal que bien, en la dirección correcta. Lograron, al igual que los romanos en su momento, expandir su imperio e incorporar a todos estos pueblos a una civilización que tristemente hemos olvidado y preferimos ignorar. Solo cuando la dinastía gobernante y sus ciudadanos van olvidando y cambian estos principios rectores de evangelización, civilización y son reemplazados por el simple afán de obtener mayor beneficio económico, sin respetar los valores evangelizadores y a los locales, es que comienzan a germinar los deseos de ser algo separado y de tirar por tierra todo lo logrado en su mejor momento de esplendor cultural.
Tal vez, es algo que todas las civilizaciones están condenadas a repetir, una vez que llegan a su máximo esplendor cultural, la complacencia y el bienestar económico si no son redirigidas a fines más grandes y trascendentales, se convierten en su peor enemigo, pues pronto se olvidan los fines que los llevaron al esplendor y son reemplazados por fines más inmediatos o fines de corto plazo, que tarde o temprano se convierten en la fuente de su propio final. ¿Por qué vamos a sacrificarnos para el futuro si tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar hoy lo que hemos sembrado? Los ciudadanos olvidan lo trascendente y lo que es importante y favorecen el placer propio, o se embarcan en experimentos sociales que no han funcionado históricamente, por la fatal arrogancia de creer que podemos manipular y controlar todo y lograr finalmente lo que nadie ha logrado cuando se destruye la libertad.
Dicha sociedad, en nombre de la libertad, en una contradicción de lo que esto significa, la libertad de hacer el bien y escoger siempre lo mejor, es trastocado por el concepto de la libertad para hacer lo que sea, sin importar si con eso destruimos a otro, es decir se termina favoreciendo el libertinaje, la ausencia de restricciones morales y éticas en nuestras decisiones. Es así como terminamos destruyendo la dignidad humana, con la excusa de que permitir algo contrario a esto, el derecho a destruir la vida humana, no nata o agonizante o evitar el sufrimiento que es parte de la vida, es trastocado por una falsa libertad, que como canto de sirena engaña a quienes vacíos de principios, ética y moral, reclaman más libertades y menos deberes, mas derechos y mas subsidios y ayudas. En una sociedad donde se dan más derechos y libertades, menos libertad se tiene, el estado se termina convirtiendo en un barril sin fondo, donde alguien tiene que pagar estos derechos y libertades, por lo tanto solo se puede hacerlo quitándoles a todos, o peor aún a los que considera injustamente privilegiados, sea por condición social, raza o sexo.
No es de sorprenderse que así fue como se acabó la civilización romana, cuando en nombre del derecho que el estado romano había dado a sus ciudadanos a ser alimentados sin trabajar, que se controlaban los precios, devaluaba la moneda y cada vez era peor la situación económica. Era más conveniente para sus ciudadanos aceptar cualquier invasor, por más bárbaro que fuera, antes que lidiar con ese estado tan dadivoso y lleno de privilegios pero que constantemente le quitaba a todos vía la inflación e impuestos. Lo mismo podemos decir de aquel imperio español que, poco a poco, primero con la caída de los Austrias y luego por los apetitos económicos de los Borbones, se buscaba sacar más ventajas de estos virreinatos, de centralizar su comercio y su administración, en un esfuerzo tardío de convertirlos en colonias en el sentido tradicional y en abandono de ese celo civilizatorio y evangelizador. No es de extrañarse que sus habitantes tarde o temprano terminaron buscando independencias, cuando finalmente Fernando VII, al ser liberado por Napoleón, pateo el tablero y se negó a jurar fidelidad a la constitución de Cadiz. Las repúblicas independientes no fueron muy exitosas tampoco y el imperio español se fragmentó en muchas republiquitas. Es entendible, desde esta óptica, que al final el modelo virreinal se había convertido en una pesada carga en la cual se había perdido ese celo civilizatorio, evangelizador y se había preferido en su última etapa, migrar a un sistema más extractivo y colonial con las reformas que se dieron a partir del borbón Carlos III.
Este ciclo lo vemos en estos tiempos donde los estados Europeos, ante el costo exagerado del pesado estado de bienestar, tarde o temprano colapsarán o tendrán que usar cada vez más la fuerza, impuestos y expolio para seguir operando y ofreciendo tantos derechos. Solo los que vienen de lugares en peores condiciones y con culturas menos desarrolladas que la occidental serán los que quieran emigrar a estos países. Tarde o temprano en Europa se verán obligados a abandonar sus principios, no sin antes colapsar y destruir a su paso toda un rico legado histórico de civilización y cultura occidental. Hispanoamérica está en una encrucijada similar y solo recuperando esos altos ideales, recuperando esos valores occidentales y esa cultura civilizatoria, podrá salir de ese subdesarrollo y atraso en el que se encuentra sumida.
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