Estado de bienestar
Hace unos días causó sorpresa la noticia que el líder del gobierno de Alemania Friedrich Merz declaraba imperativo reducir el estado de bienestar, este se había vuelto impagable. La declaración resulta sorprendente teniendo en cuenta que quien lo dice es un político de trayectoria demócrata cristiana o social demócrata. Por lo general la social democracia desconfía de cualquier reducción del estado de bienestar, se opone vehementemente a permitir que sea el mercado el que provea soluciones privadas, a cuestiones que ellos consideran son de exclusivo ámbito del sector público.
Sus declaraciones causaron revuelo, Alemania no es precisamente un país pobre o un país irresponsable con sus finanzas. Tal como lo refleja este comentario Chris Edwards del CATO Institute sobre el déficit fiscal en los países de la OCDE, mayoritariamente países desarrollados, actualmente tienen altos porcentajes de gastos del gobierno como parte del Producto Interno Bruto. En el caso de Alemania específicamente está entre los más altos a la izquierda de la gráfica, aunque no es de los peores (ver cuadro 15.1 del texto citado) y más bien al mismo nivel que el promedio de los países de OCDE (columna en rojo a la izquierda), que pertenecen a la Eurozona. Hay países como Francia (primera columna del cuadro), Italia (tercera), en mucha peor situación que Alemania.

Podremos estar en desacuerdo con las políticas públicas social demócratas que tienden a buscar más soluciones públicas a problemas que podrían ser resueltas por el sector privado, pero no se puede negar que los alemanes después de la devastadora Segunda Guerra Mundial, por lo general, han preferido llevar una política fiscal prudente y todo lo que hacen está cuidadosamente financiado y planificado para no causar desequilibrios fiscales o monetarios. Gran diferencia con Estados Unidos, Francia u otros países desarrollados, donde constantemente se está buscando maneras de prolongar el problema del excesivo costo del estado de bienestar y no lo enfrentan, si no hasta una indeterminada, pero cercana fecha futura, en que le toque lidiar con el problema a alguien más. Ni hablar de países subdesarrollados, como los países hispanoamericanos, que no tienen ningún empacho en destrozar sus economías y su moneda con tal de no aceptar la realidad de que es insostenible el estado de bienestar y que llevan un desequilibrio fiscal sin empacho alguno. Tarde o temprano, este se vuelve insostenible pese a que los políticos de turno se niegan a aceptar la realidad, hasta cuando ya han destruido sus economías a punta de excesivos impuestos, inflación, o peor aún la destrucción moral de su población, dado los efectos dañinos que causa creer que se puede vivir sin ahorrar o trabajar.
El problema en si del estado de bienestar, más allá de su alto costo, es que altera o destruye los incentivos que mueven a los seres humanos. Si se tiene un sueldo garantizado por el gobierno, no importa si se hace el esfuerzo o no de buscar trabajo, el ser humano deja de trabajar si no hay necesidad de hacerlo. Si recibe ayudas del estado para comprar los alimentos o tener vivienda y tiene cubierto lo que necesita para subsistir, que incentivos puede tener alguien para buscar como vivir mejor. Lenta, pero paulatinamente los habitantes de países con grandes estados de bienestar terminan convirtiéndose en pedigüeños desvergonzados que salen a las calles a protestar en cuanto sus “derechos” o beneficios son reducidos. Piden cada vez más y se vuelven completamente incapaces de encontrar trabajo o valerse por sí mismos, consideran cualquier trabajo indigno de su condición privilegiada. Aquellos que se acostumbran a este tipo de beneficios dejan de ser gente productiva o trabajadora y solo demandan constantemente beneficios y dádivas, y de a poco van perdiendo su sentido de Agencia. Esto se ve en sociedades con grandes estados de bienestar, con ciudadanos dominados por el consumo de estupefacientes o viviendo con los peores vicios que la condición humana pueda desarrollar. Familias rotas sin padres o madres, se vuelven la norma, gente que solo demanda beneficios e individuos que cometen las peores atrocidades que destruyen la dignidad humana. Pero es algo que no solo sucede en economías desarrolladas, sucede también en los países pobres que lo han intentado ignorando si con eso destruyen su economía, no es cuestión de países ricos o pobres es cuestión de incentivos.
Los políticos reconocen esto, como aves de carroña que huelen la carne podrida a kilómetros de distancia, vuelan inmediatamente a ofrecer más beneficios sin importar si estos se pueden financiar o no. No les importa si es que lo financian destruyendo la economía del país via inflación o directamente quitándoles a unos para darles a otros. Así era en la Union Soviética que se le quitaba a todo aquel que tuviera propiedad, ricos o pobres para darles al resto., el resultado estaba a la vista, todo el mundo trabajaba menos y solo sobresalían en aquellas áreas que eran de interés nacional y había una gran presión política para hacerlo, so pena de terminar en algún Gulag. Hispanoamérica tampoco ha estado exenta de estos problemas de incentivos para una vida productiva y de agencia personal, con la excusa de que había que pagar el gasto del gobierno para recibir beneficios sociales magros o inexistentes, constantemente se hacían reformas agrarias, estatizaciones, desamortizaciones de bienes de comunidades religiosas o la iglesia, nacionalizaciones de empresas privadas. Otra manera de robarle a sus ciudadanos es cuando compran bienes más económicos cuando viajan, como adquirir un teléfono o una computadora de última generación, pero en cuanto regresan a sus países se ven sometidos a pagar impuestos confiscatorios para ingresarlos a su país, o lo peor verse obligados a pagar una coima a algún funcionario de turno, que le pueda hacer el favor de pasárselo más barato y rápido, que si lo hiciera legalmente (el robo institucionalizado). Lo peor es la degradación monetaria para pagar los gastos del gobierno y del estado de bienestar en los países de la región, que han experimentado con todo tipo de régimen monetario, nuevas monedas, controles de cambios, corralitos, feriados bancarios, flotación sucia, tipos de cambio diferenciados, inflación descontrolada, el resultado siempre es el mismo, envilecen la moneda y la desvalorizan y todos los ciudadanos terminan empobrecidos y perjudicados, pero el gobierno sigue ofreciendo subsidios, vivienda gratis o quien sabe que otro beneficio social. Siempre hay algún pato que paga los platos rotos, no hay almuerzo gratis como gusta decir a los economistas.
Los políticos fomentan el estado de bienestar porque saben muy bien que, un ciudadano dependiente del estado es un votante asegurado, un descamisado, una víctima, colectivo víctima, de quien sabe que injusticia pasada, o inventada. Tal descaro lo hacen bajo el eufemismo de la preocupación por los más pobres, por los más desposeídos y de lucha contra los malvados empresarios, los banqueros o gente que cree que se puede llevar una vida digna a base de trabajo y esfuerzo sin necesidad de recibir dádivas del estado o sin ayuda de otros. Marx decía con malicia y perversidad que el empresario es el que roba la plusvalía del trabajador, basado en la idea de que el valor de las cosas venía dado por el trabajo aplicado a la manufactura de algo. Lo que no sabía o quiso ignorar por deshonestidad intelectual, fue la revolución marginalista. Esta revolución en la teoría económica, descubierta independientemente, pero de manera simultánea por Walras, Menger y Jevons en la misma época que Marx promulgaba estas tonterías, descubrió que el valor de las cosas venía dado, no por el trabajo, si no por la valoración que los individuos en el mercado en sus interacciones comerciales les daban a las cosas. El valor no depende de cuanto uno trabaje, si no de cuanto uno lo valore y los demás están dispuestos a pagar cuando quieren obtenerlo. Es así como por más que el oro sea valioso, no sirve de nada y vale 0 en la mitad del desierto si no tenemos agua, en esta situación extrema que nos ayuda a ilustrar este concepto, estamos dispuestos a pagar en oro por un poco de agua si esta deja de ser abundante como lo es ahora. Un trabajador puede trabajar todo lo que quiera que el valor de su trabajo valdrá solo en función de su productividad, sus resultados y su demanda. Eso explica por qué la mano de obra es tan barata en países sin capital y con poca productividad. Por otro lado, donde la mano de obra es escasa, y hay una gran cantidad de capital que ayuda a multiplicar lo que la mano de obra hace, esta se vuelve tremendamente valiosa. Esto es lo que hace que el mismo trabajo de un país desarrollado sea mejor pagado en países más desarrollados. No es porque son más generosos los países ricos o tengan mejores leyes laborales, es porque el trabajo es más productivo y cada trabajador produce más, relativamente en comparación a lo que se haría en un país subdesarrollado.
¿Cuál es la solución al problema del estado de bienestar? Hay que reconocer que si lo que se busca es proveer para los que sufren en momentos de calamidad, lo mejor es fomentar menos bienestar social, más productividad y apertura económica para que cada cual pueda ahorrar lo suficiente y poder cubrir sus necesidades y protegerse para los malos tiempos. Esto necesita de una moneda sana que no sea destruida por los políticos y el gobierno. Si realmente estamos preocupados por los más pobres, los más necesitados, deberíamos de estar preguntándonos por qué son pobres y como el sistema económico basada en el expolio los ha condenado a la pobreza, con tanta traba burocrática, regulación, trámites, licencias, impuestos. Tendríamos también que preguntarnos por qué es tan difícil acumular capital en el país, por qué razon es que el gobierno no protege realmente la propiedad privada y más bien está siempre buscando la manera de grabarle impuestos. Deberíamos dejar que el bienestar social, ahi donde realmente sea necesario, sea algo que se hace a través de instituciones privadas con fondos privados y no instituciones públicas o financiadas con dinero del contribuyente. Dichas instituciones privadas tienen mejores incentivos que el gobierno para dar ayuda focalizada donde realmente se necesita y de una manera más honesta, basada en la caridad y no en el expolio institucionalizado que la que puede dar un burócrata o un político, que siempre actúa con criterios de beneficio político y no económicos.
Este estado de bienestar sería bastante más chico, en ese tipo de sociedad que privilegia más la iniciativa privada que la pública, sus ciudadanos necesitarían menos ayuda de terceros y aquellos quienes realmente necesitan ayuda estarían mejor atendidos que en el actual modelo. Hay que recordar, como ya lo mencioné en un artículo anterior, las iniciativas de beneficencia privadas anteceden a los grandes estados de bienestar, financiados por el gobierno. Estas instituciones privadas han ido desapareciendo paulatinamente en nombre de brindar un mayor estado de bienestar a toda la población, desnaturalizándolos y lamentablemente transformando a sus sociedades de manera negativa. El florecimiento humano y el sentido de agencia que nos impele a tener capacidad de resolver nuestros problemas, sin esperar ayuda de terceros, solo se da en aquellas instancias en que dejamos a las iniciativas privadas actuar. El gobierno en vez de buscar como reemplazar a la beneficencia privada o subsidiar o reemplazar la preocupación individual por los más necesitados, por instituciones estatales que no ayudan, se debería de preocupar en enfocarse en lo único que realmente debería de hacer exclusivamente, la seguridad y la justicia, para el resto, déjennos trabajar y ayudar a nuestro prójimo del fondo de nuestro corazón y no del látigo impuestero y destructor del gobierno.
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