La película que casi se va con el viento: crónica de una adaptación cinematográfica
La autora de esta novela la escribió de atrás hacia adelante, pero ni semejante proeza representó tanta dificultad como trasladar su historia a la pantalla. Lo que el viento se llevó es considerado un clásico tanto en la literatura como en el cine, sin embargo, aunque la novela fue un éxito desde el primer momento, hubo varias situaciones que casi se llevan volando la adaptación cinematográfica antes de que llegara al público.
En 1926, Margaret Mitchell, una periodista de Atlanta, sufrió una compleja lesión en el tobillo que la obligó a retirarse y permanecer bastante tiempo en casa. Impulsada por su marido, Mitchell aprovechó las horas para escribir fragmentos sueltos de una novela basada en su extenso conocimiento de la historia norteamericana. Según se cuenta, la escritora procedió a organizar los fragmentos y reescribió todo de atrás hacia adelante, partiendo del último capítulo y terminando en el primero. A este proceso le siguieron varios años de revisiones y, finalmente, en 1936 la autora publicó su libro. La novela fue situada en la época de la Guerra Civil estadounidense y la posterior Reconstrucción, y en ella Mitchell contó la historia de Scarlett O’Hara, una joven obstinada y egoísta quien se enfrenta a las adversidades de la guerra y a los cambios sociales que la acompañan. En el proceso, la protagonista conoce el amor, la pérdida y las dificultades económicas, lo que la lleva a despertar su determinación y voluntad de sobrevivir.
Armada de confianza en su obra, poco antes de su publicación, Mitchell inició una campaña de distribución del manuscrito para una posible producción de la versión cinematográfica. Sin embargo, las cabezas de todos los grandes estudios rechazaron su historia por no creerla atractiva para la audiencia. En lugar de darse por vencida, la autora envió algunas copias adicionales a otros miembros de la industria y, en un golpe de suerte, llegó a manos de alguien con suficiente interés y los contactos adecuados para poner en marcha el proceso de producción.
De acuerdo a su propio recuento de la historia, Katharine Hepburn, una de las más grandes estrellas de la época, recibió el manuscrito, lo leyó de una sentada y lo consideró fascinante. Unos días más tarde, se encontró con el productor David O. Selznick, amigo suyo quien tenía en las manos el libro de Mitchell y al que sus ejecutivos ya habían rechazado. «No lo leas, David. Solo cómpralo», aconsejó Hepburn. Selznick siguió el consejo (aunque eventualmente leyó el libro durante un viaje por el Atlántico) y compró los derechos para la adaptación cinematográfica por 50.000 dólares, la suma más alta pagada con ese objetivo hasta entonces. Una vez que se publicó el libro, el fenómeno en el que se convirtió convenció a Selznick de que, en definitiva, había tomado la decisión correcta. Eso sí, no tenía la menor idea de las dimensiones que alcanzaría su proyecto.
Desde el inicio del proceso de producción, Selznick estaba seguro de que el protagonista masculino, Rhett Buttler, debía ser interpretado por Clark Gable. El único problema era que Gable se encontraba bajo contrato con Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), un estudio distinto y que se rehusaba a “prestar” a su estrella. Frente a esto, Selznick se vio obligado a considerar a otros grandes actores y estrellas de la época, pero en todos los casos se encontró con que no estaban disponibles o no eran adecuados para el rol. Como último intento, el productor decidió jugar un haz que tenía bajo la manga. Daba la casualidad que L. B. Mayer, cabeza de MGM y empleador de Clark Gable, era nada más y nada menos que su suegro, y tras una serie de negociaciones llegaron a un trato: MGM no solo prestaría a Gable, sino que también financiaría una parte de la película, mientras que Selznick se haría cargo de pagar el salario del actor y lanzaría su producción a través de la compañía de Mayer, quien obtendría la mitad de las ganancias. Todos ganaban… si eran capaces de encontrar a su protagonista femenina.
Para encontrar a la actriz que pudiera interpretar a Scarlett O’Hara se inició una campaña de enormes proporciones. Se comenzó haciendo pruebas de cámara a todas las grandes estrellas de todos los estudios y se preseleccionaron a algunas de ellas, para luego pasar a considerar a starlets y actrices de menor rango que esos mismos estudios tuvieran bajo contrato. A esto se sumaron también alrededor de 1.400 audiciones a actrices desconocidas, y pronto el mundo entero estaba atento a la búsqueda, esperando un rostro nuevo y descubierto especialmente para ese rol, pero nadie parecía ser capaz de llenar los zapatos de Scarlett.
Fue tal la dificultad para seleccionar a la actriz adecuada que se hizo un trato con Katharine Hepburn -misma que había sugerido adquirir los derechos de la novela- para que, si un par de días antes del inicio programado del rodaje no se tenía a la artista adecuada, ella tomara el rol (aunque, en realidad, todos sabían que la situación habría estado lejos de ser ideal). No obstante, dos semanas antes de que este plazo se cumpliera, el hermano del productor, Myron Selznick, un reputado agente, llevó a una joven actriz británica al estudio y, con un “Te presento a Scarlett O’Hara”, le brindó a su hermano la solución al problema: Vivien Leigh.
El tema de quién debía dirigir el filme también representó un conflicto. George Cukor había sido seleccionado como director desde el momento en que se adquirieron los derechos sobre la novela, pero éste comenzó a tener algunos conflictos con Clark Gable, a quien le preocupaba la posibilidad de que le diera mayor protagonismo a su contraparte femenina por ser conocido como un “director de mujeres”. Adicionalmente, Selznick se encontró inconforme con los resultados iniciales, por lo que Cukor fue retirado y reemplazado por Victor Fleming, aunque el primero siguió trabajando en privado con algunos de los actores (especialmente Leigh) para fortalecer sus interpretaciones. Finalmente, Fleming fue relevado por Sam Wood debido a que se encontraba exhausto por la enorme presión que imponía el proyecto, pero regresó después de 24 días para concluir el rodaje.
En lo que al guion se refiere, la adaptación de la novela fue realizada con maestría por Sidney Howard, aunque Fleming no se encontraba totalmente conforme con el resultado. Fue por ello que contrató una serie de diferentes escritores que produjeron versiones ligeramente distintas. Algunas de esas versiones jamás llegaron a ver la luz del día, como aquella escrita por Scott Fitzgerald, quien se dedicó a actuar en casa escenas de la novela junto a su pareja para poder determinar la mejor manera de encararlas en el guion.
Pero no fueron solo Fitzgerald y su pareja quienes jugaron a ser la dupla protagónica de la historia para poder escribir el libreto. Selznick había contratado a Ben Hecht para que reescribiera el guion en una semana, sin siquiera haber leído la novela. Para cumplir ese objetivo, productor, director y guionista se encerraron en una suite de hotel por ese lapso de tiempo, con Fleming y Selznick actuando las escenas basándose en el guion original para que Hecht se familiarizara con ellas y pudiera reescribirlas. Así, tras una semana viviendo a base de comer maní salado y plátano (porque, obviamente, parar para comer era una pérdida de tiempo), los tres emergieron triunfantes con buena parte del guion reescrito, aunque la versión final se asemejó casi en su totalidad al original. Finalmente podían continuar con la producción.
La primera escena en ser filmada fue aquella que presentaba un gran incendio. Para lograr el mayor realismo posible, la producción tomó la decisión de retratar fuego real y en proporciones verídicas. En ese momento el estudio tenía escenografía que ya no necesitaba montada en algunos lotes traseros y, como de cualquier manera iban a deshacerse de ella, ¿por qué no prenderle fuego? Tenían una sola oportunidad para capturar las llamas en cámara y lo lograron. El único problema fue que semejante incendio atrajo la atención de los vecinos, quienes no tenían idea de que era una situación planificada y controlada, por lo que llamaron a los servicios de emergencia, los cuales se encontraron en puertas del estudio unos minutos más tarde para darse cuenta de que no tenían nada que hacer ahí.
La película, cuyas grabaciones habían iniciado el 26 de enero de 1939, tras dos años de preproducción, terminó de filmarse el primero de julio de ese año y en septiembre el público tuvo un primer vistazo. Para despistar a la prensa antes del estreno oficial, el productor, su socio y su esposa cargaron las latas que contenían las cintas de la película en un auto y manejaron sin destino fijo hasta encontrar un pequeño cine, el Fox Theatre en una locación relativamente alejada -Riverside, California-. Coordinaron con el gerente para que se anunciara una doble función, de la cual la segunda película sería una sorpresa. Tras concluir la primera cinta se les instruyó a los miembros de la audiencia que no podrían reingresar si abandonaban la sala ni tendrían permitido hacer llamadas telefónicas una vez que se cerraran las puertas. El título apareció en la pantalla y el público comenzó a aplaudir y silbar, comprendiendo finalmente que el extraño nivel de hermetismo que rodeaba la función se debía a que eran los primeros en ver la cinta que por tanto tiempo se había anticipado. Tras cuatro horas y 25 minutos (más adelante fue cortada a poco menos de cuatro horas) que parecieron volar, el filme concluyó y el público aplaudió de pie.
El 15 de diciembre de 1939 Lo que el viento se llevó fue estrenada oficialmente en Atlanta, convirtiéndose en un clásico instantáneo. La megaproducción de más de tres millones de dólares (la tercera película más costosa hecha hasta entonces) recaudó más de 100 veces lo invertido y significó innumerables distinciones para el equipo que en ella había trabajado. Finalmente, tras tres años de noches cortas y presión extrema, el proyecto que dentro del círculo de quienes habían participado había pasado a ser conocido como “La emergencia más larga de la historia” por sus múltiples contratiempos, había llegado a su fin. Fueron tales las dimensiones alcanzadas, que David O. Selznick no produjo otra película por cerca de cuatro años, al no tener idea de cómo igualar ese éxito. En cuanto a Margaret Mitchell, la creadora de la historia, quedó gratamente sorprendida con el resultado, especialmente tras haber tomado la inteligente decisión de mantenerse al margen de tan caótico proceso.
Esta película es la más larga que creo haber visto en mi vida. Y me encanta. Me parece una digna adaptación de la historia original, con ese encanto que solo tienen las películas antiguas, y no me sorprende que hasta ahora no se impulsen grandes intentos por producir nuevas versiones. ¿Cómo podrían superar un clásico como este? Ahora, conociendo todos los baches que logró esquivar su producción, no me queda más que admiración por el equipo que, por allá al final de los treintas, ejecutó tan compleja labor con semejante resultado.
IG: @cami_calasich
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