En la Argentina está mal visto ser exitoso
Si usted construye una casa en un country automáticamente pasa a ser objeto de persecución fiscal, porque los funcionarios populistas consideran que cobrarle impuestos confiscatorios a quien aumenta su patrimonio constituye un acto de solidaridad social.
Si tiene un auto nuevo le puede ocurrir lo mismo, además de considerarse un insulto a la pobreza existente y, por lo tanto, si le roban y lo matan, usted se las buscó por mostrar su progreso.
Si invierte en una empresa y le va bien, el Estado no sólo lo va a decapitar con el Impuesto a las Ganancias, sino que, además, le inventará gravámenes distorsivos para la economía en su conjunto, porque considerará que la ganancia no se debe a su esfuerzo personal, iniciativa, capacidad de innovación y riesgo asumido, sino que se lo debe a la sociedad. Por lo tanto, tiene la obligación de entregar parte de su patrimonio e ingresos a los políticos para que redistribuyan su dinero, apareciendo ellos como Papá Noel.
Por esta última razón, Argentina es el país que más carga tributaria le aplica a las empresas, según los trabajos que anualmente publica el Banco Mundial.
¿Por qué los argentinos fugan su dinero al exterior? Porque le tienen miedo al Estado. Mostrar que se tiene bienes en la Argentina no es un acto de audacia, es un acto temerario.
Si, por ejemplo, usted construye una casa en un country y le da trabajo al arquitecto, a los obreros de la construcción, al plomero, al pintor, al electricista, al jardinero, al que limpia la pileta, al personal de mantenimiento, entre otros, no está creando puestos de trabajo según el credo populista y demagógico que nos domina desde hace décadas, sino que, según el pensamiento de los saqueadores que se apoderan del Estado, usted es el enemigo.
¿Por qué? Porque los populistas están dominados por un resentimiento feroz hacia todo aquel que logra progresar y hace progresar a sus semejantes proporcionándoles trabajo, para que, con dignidad, puedan mantener a su familia.
Si usted progresa gracias a que invierte, asume riesgos y genera ingresos para el resto de la población, le está quitando clientela a los políticos que necesitan manejar abundantes planes sociales para controlar los votos y el poder. Necesitan de la dádiva que ellos otorgan con la plata de los que producen, para que la gente pueda sobrevivir y, de paso, tienen la ocasión de pegarle una buena tajada a los millones de pesos que manejan para incrementar su patrimonio personal.
El enemigo número uno del populista
Si usted observa el comportamiento de los populistas demagogos, va a encontrar que siempre buscan a un culpable o enemigo para explicar la pobreza. Para ellos es necesario crear resentimiento social haciéndole creer a la gente que la pobreza de unos es producida por la riqueza de otros.
La pobreza no es causa de los dislates que hacen en materia económica e institucional. Ellos no tienen la culpa de la miseria en que sumergen a la población. La culpa la tienen los que invierten y ganan, los fondos buitres, el establishment, el Fondo Monetario Internacional, Wall Street, las privatizadas, los grupos concentrados, los medios hegemónicos, el que cambia el auto o cualquiera que ponga su plata en Argentina.
¿Qué han logrado incentivando el resentimiento social? Que la gente gire su dinero al exterior y, en vez de financiar el crecimiento de la Argentina, termine financiando el crecimiento de los países desarrollados en los que los argentinos depositan sus ahorros para ponerlos a salvo del Estado depredador.
Es bueno recordar que la gente no fuga sus capitales a la Nicaragua de Daniel Ortega, o a la Venezuela de Nicolás Maduro. De la misma forma que, dicho sea de paso, los “progres” con sensibilidad social se van a vivir a España, Francia o Estados Unidos y no a Corea del Norte o al “paraíso” comunista que dejó Fidel.
Recordemos que en Argentina se confiscaron los ahorros con el plan Bonex 1989, luego se aplicó el corralito y el corralón para el uso del dinero en bancos; la pesificación asimétrica y la confiscación de los ahorros de los trabajadores que voluntariamente eligieron las AFJP. Amén de confiscarle los dólares a los exportadores a un precio vil, entregarle pesos que nadie quiere y, encima, cobrarle impuestos por haber exportado. Todo muy demencial.
Con todas estas políticas populistas, en lugar de crear puestos de trabajo en la Argentina con los ahorros que generan los que producen en el país, los argentinos terminan financiando la creación de empleos en los países desarrollados.
Fuga de capitales parcial
Sin embargo, en esto de la fuga de capitales, el Gobierno actual tiene una lectura muy particular. ¿Por qué? Porque por un lado mantiene la obligación de los exportadores de vender sus divisas. Ellos tienen que ingresar los dólares al país porque es una obligación social. Mantener el capital propio en el exterior es sinónimo de traición a la patria. Pero, al mismo tiempo que rige esta regulación, recordemos que la vicepresidente compró dólares ni bien asumió la presidencia Mauricio Macri y dijo: “dolaricé mi plata porque no se qué va a pasar con la economía”.
Si ellos desconfían de otro gobierno tienen derecho a refugiarse en el dólar, pero si ellos están en el gobierno y hacen las mil barbaridades posibles, entonces, el que quiere defender sus ahorros no tiene derecho desconfiar del gobierno K. Es un enemigo de la patria.
El populismo demagógico no para de igualar hacia abajo. El objetivo no es que todos prosperen, sino que todos sean iguales, aunque ello implique que todos vivan en la pobreza. Salvo, claro está, la nomenklatura de políticos demagogos que vive a costa de la población.
En síntesis: si invertir en la Argentina implica ser perseguido por el Estado y ser señalado como el responsable de la pobreza de la gente, quienes logran ahorrar terminan preguntándose: ¿vale la pena invertir mis ahorros en mi país mientras gobiernen los populistas?
Después de tantos años de populismo, no debe extrañar que el nivel de pobreza ya supere el 40% la población, desocupación encubierta en planes asistenciales y empleo público provincial y una población que mira con desánimo el futuro y canaliza su bronca en otras propuestas populistas de outsiders de la política.
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