La romantización de la nada: la pulsión universitaria hacia la utopía
Las academias contemporáneas están a las antípodas de ser lugares donde impere la libertad. Pero, ¿cuál es el elemento galvanizador que ha provocado que las universidades occidentales sean creadoras a mansalva de activistas y no de profesionales del sector? Podría proceder de la influencia de las facultades de la Europa Central y del Este bajo los regímenes comunistas que dominaron los diversos países durante medio siglo. A partir de 1948, la misión fue la expansión de la doctrina marxista-leninista y se creó una especie de burocracia similar a las estructuras del estado socialista. El homo sovieticus de Zinoviev se trasladó a todas las instituciones, el objetivo era generar una “nueva universidad” en contraposición a la universidad “tradicional”, tildada de burguesa (Rüegg & Sadlak, 2011, págs. 86-87).
Mi foco de atención se dirige a los años 60-70’2 y a las organizaciones de izquierdas que imperaban en las facultades occidentales. Fue en esa época cuando se produjo un aumento de estas instituciones en Occidente, un claro ejemplo es Francia, que entre 1970 y 1974 crearon dos tercios del total de las universidades de las que disponen en la actualidad (Neave, 2011, pág. 48). La segunda mitad del s.XX experimentó un ferviente auge de las teorías políticas e ideológicas, incluso reemplazando a las doctrinas marxistas, ya por aquel entonces un tanto desacreditadas.
Llegó la época de la posmodernidad y con ella la “revolución” de la subjetividad. Esas ideas calaron hondo hasta en las ciencias duras, aunque la investigación empírica las desplazó haciéndolas falsables a la luz de la evidencia. Pero eso no evitó que se inmiscuyeran dentro de las humanidades y de las ciencias sociales. El resultado se plasmó en los currículums académicos, los cuales, ya llevaban el pedigrí de los nuevos intelectuales que fueron realmente perspicaces a la hora de transcender en el imaginario colectivo de muchas generaciones de estudiantes. Me estoy refiriendo a los Sartre’s, Foucault, Derrida, De Beauvoir, Althusser, Lacan y compañía.
El profesor Rothblatt lo plasma de esta forma “the curriculum reflected the new sensibilities, which included hypotheses about the place of women in society (feminist theory), the treatment of minority and other ‘marginal’ populations, the imperial histories of European nations and the role of past elites” (Rothblatt, 2011, pág. 264). El nuevo pensamiento secular se había convertido en dogma, tanto es así que incluso los teólogos se quejaron de la nueva intolerancia que había entrado de lleno en las universidades. Se extendió una lozana ortodoxia que proclamaba a los cuatro vientos su supuesta tolerancia, pero que en el fondo tenía muy poca paciencia con las cuestiones relativas a la religión y a sus valores. Esa nueva corrección dogmática fue algo incluso revitalizador en términos culturales en su contexto.
Todo esto se fundió con el nihilismo intrínseco de dichas corrientes culturales que, llevadas al paroxismo conducen irremediablemente al relativismo. Las nuevas ideas estuvieron nutridas de filosofías como el Kantismo, Hegelianismo o el propio Marxismo. Lyorard, siempre con un toque escéptico, postuló en su libro La condition postmoderne (1979) que los metarrelatos habían acabado “La condition postmoderne est pourtant étrangère au désenchantement, comme à la positivité aveugle de la délégitimation. Où peut résider la légitimité, après les métarécits?” (Lyotard, 1979, pág. 8). Estas ideas tenían un impacto importante dentro de la generación que crecía en las democracias occidentales, como articula C. Butler, “they were liberated to some degree from theology by existentialism” (Butler, 2002, pág. 15), yo añadiría que la substituyeron por este.
Otro campo de batalla para la nueva tendencia fue la importancia otorgada al poder de las palabras. El lenguaje pasó a tener una relevancia fundamental, ya que apareció la concepción de que a través de este se podía cambiar la realidad. Dicha noción irradia idealismo por doquier, pero la encontramos muy candente en la actualidad. No sólo en el discurso político, sino en las facultades de letras (con especial mención a las de educación, sociología, historia, etc). La premisa de fondo era que el lenguaje que era capaz de excluir a aquellos que estaban fuera de la norma, aquí se incluían a: brujas (referencias medievales), curanderos, homosexuales, mujeres, comunistas, anarquistas, activistas, etc (Butler, 2002, pág. 45). Empezó así una escalada de opresiones y taxonomías donde preponderaba la autopercepción del “yo”.
Sin duda, unos de los que más énfasis pusieron en la relación entre el discurso y el poder fue Foucault. En su visión, los discursos estaban construidos para excluir y controlar a la gente, especialmente a aquellos considerados enfermos o locos3. El filósofo francés se posicionaba a favor de la víctima y analizaba el poder de abajo a arriba y no simplemente como una conspiración de intereses de clase. El punto era: ejercer poder dañaba el espíritu igualitarista. Incluso atacaba a la Ilustración, cuyo pilar fundamental era la razón. El autor se basaba en que esta tenía elementos incipientes de totalitarismo que siempre excluirían a lo marginal, porque lo veía como irracional. Según él, lo irracional abarcaría a las cuestiones del deseo, la sexualidad, la feminidad, etc.
Grosso modo este era el caldo de cultivo que impregnaba el imaginario colectivo de buena parte de las izquierdas académicas en los años 60’ y posteriores. Afirmar que la tendencia ha acabado sería absurdo. De hecho, buena parte del discurso mainstream está impregnado de una fina capa de aroma foucaultiano. Aun así, hay buenas razones para pensar que el relato empieza a caer en descrédito. El profesor de literatura D. Giglioli, en un reciente ensayo, sostiene que la víctima ha pasado a ser el héroe de nuestro tiempo, este rol genera identidad y reconocimiento. Para más inri, esta especie de autovictimización legitima sus opiniones basándose en la ofensa y el sufrimiento. El libro está dedicado a las víctimas reales que quieren dejar de serlo, “il dispositivo vittimario ha dalla sua la forza della parola senza mediazioni, presente a se stessa e non bisognosa di verifiche esterne” (Giglioli, 2014, pág. 29)
En general, la categoría de autores postmodernos mencionados no son los únicos que han tenido impacto dentro de las universidades. A mi juicio, el elemento revolucionario que existía antaño cuando se reivindicaba a la clase obrera se difumina con la postmodernidad, puesto que se incurre en taxonomías muy estrechas de categorías personales creadas ad hoc, u otras como la raza o el sexo que son fácilmente clasificables. Aun así, tienden irremediablemente a su fragmentación. En otras palabras, por ejemplo, en el campo del feminismo actual esta categorización se ve reflejada en las diversas disputas entre las corrientes del mismo, son célebres las discordancias entre las TERFS (feministas radicales trans-excluyentes) y una parte del colectivo LGTBIQ+.
Más allá de estas corrientes, otro elemento que ha constituido buena parte del pensamiento hegemónico de las universidades es el marxismo (¿cultural?). El problema quizás haya sido la mezcla de ambos y la pérdida del sujeto histórico que reclamaban los padres del comunismo: el proletariado. “Ante todo, el proletariado es presentado como la clase revolucionaria, la única revolucionaria” (Marx & Engels, 2019, pág. 35). Quizás el remake de Marx y Engels fue Gramsci y su supina insistencia en la cultura.
Gramsci, según Anderson, no fue un filósofo stricto sensu, sino el único teórico que era político. Su obra está en deuda con Maquiavelo, concretamente en los Quaderni dal carcere (1935) donde el partido revolucionario se convierte en una especie de versión moderna del Principe, cuyo poder unitario exaltó el filósofo florentino (Anderson, 2017, pág. 85). Una de las aportaciones más interesantes que hizo Gramsci fue su concepto de Hegemonía4. Esa idea la transformó refiriéndose ahora a la dominación burguesa en Occidente, la cual había impedido la repetición de una revolución como en Rusia (Anderson, 2017, pág. 99). Esta premisa basada en el poder (se podría trazar el paralelismo con el discurso de Foucault) era definida en función del grado de consenso que tenía entre las masas populares, las cuales, estaban dominadas (muy en la línea la noción marxiana de Alienación).
Así pues, dentro de la mezcolanza de diversas cuerdas ideológicas, la universidad se ha encargado de formar a activistas sociales (lo que Peterson llama los social justice warriors) y, a mi juicio, la producción académica ha ido mermando en términos de calidad a medida que la politización se ha hecho más acuciante. El coste de oportunidad de dedicarte al activismo político lo pagas con menos tiempo para investigar.
Para ir finalizando, una de las cuestiones que más me fascina es el “autoodio” de buena parte de la intelligentsia y de los estudiantes hacia Occidente y en este caso, hacia Europa. Paradójicamente, esa institución nacida en el seno de nuestra civilización, ha engendrado las semillas de su propia destrucción (espero que solo en términos culturales). Durante mi periplo universitario he asistido, primero como partícipe, y luego como antagonista, a todas las miríadas de corrientes ideológicas que pululaban por las facultades. A pesar de la exaltación de diferencias de las mismas (ínfimas), es fácil identificar patrones comunes, como, por ejemplo: odio exacerbado hacia el capitalismo (también emplean términos auxiliares del tipo “neoliberalismo” palabra que la mayoría no sabría cómo definir), idealización del comunismo, categorías de oprimidos y opresores (quizás de ahí la influencia del marxismo), subjetividad extrema, corrección política y, a fin de cuentas, lo que vendría a ser el “rebelde sin causa”.
Caprichos del destino, etimológicamente la palabra nihilismo proviene del latín nihil que se traduce como “nada”. En cambio, “utopía” aparece por primera vez en la novela de ficción de Moro y literalmente significa ou “no” y topos “lugar”, es decir, el no lugar. La negación de lugar es la afirmación de la nada. Pero, ¡hasta la nada tiene sus consecuencias! Como plantea Mumford “it is dangerous to remain in the utopia […], for it is an enchanted island, and to remain there is to lose one’s capacity for dealing with things as they are” (Mumford, 2011, pág. 16). Ergo, corremos el riesgo de caer en lo que en los galimatías económicos se conoce como la economía normativa, es decir, aquella que explica la realidad en términos condicionales (cómo deberían ser las cosas) y la economía positiva (la que explica la realidad tal como es).
En cualquier caso, dilucidar responsabilidades exclusivamente en el estudiantado me parece envalentonarse. Se trata de una cuestión sistémica con variables endógenas y exógenas. El postmodernismo aplicado se centra especialmente en la analogía con la economía normativa, puesto que se enfoca en lo que debe ser y no en lo que es. Los sectores académicos del postcolonial studies¸ queer theory, critical race theory, gender studies, ableism, etc, han colmado las facultades y han provocado que la ideología desplace al conocimiento. Me refiero especialmente a lo que en el mundo anglosajón se conoce como el Grievance studies affair, en el cual, una serie de académicos se dedicó a enviar papers falsos a revistas académicas relativas a los campos mencionados. El resultado fue que muchas de esas “investigaciones” fueron publicadas. Algunas de las fake que colaron fueron: las reacciones humanas a la cultura de la violación y performatividad queer en los parques urbanos para perros en Portland5, una defensa de los culturistas gordos6, la superación de la transfobia en los heteros a través de juguetes penetradores (las palabras literales son Going in Through Back Door)7.
Sea como fuere veo una correlación evidente entre la decadencia de Occidente y la de las universidades, eso no quiere decir que sea la causa. El nuevo macartismo dentro y fuera de las aulas es contra todo aquel que se atreva a señalar la conversión de la universidad en escuelas de cuadros ideológicos que tienen como función crear activistas antisistema que creen haber descubierto la sopa de ajo con sus postulados, cuando estos no son más que las continuidades de hace 60 años. Nihil novi sub sole.
Como broche final, mi interpretación es que se ha pasado de la lucha de clases a la lucha de las opresiones. Quizás lo más pedante de todo esto sea que realmente consideran estar marginados por el sistema cuando, en realidad, las tendencias postmodernas impregnan buena parte del mundo exterior a la academia. Solo hace faltar ver cómo las grandes plataformas se suben al carro de todos estos movimientos y ofrecen sus productos con perspectiva de género, toques emancipadores, “rompiendo” roles de femeninos, etc. Es hora de decirles que, ni son originales, ni son antisistema, sino que son el sistema.
1 Nota Bene: cada vez que me refiera a “universidades”, estaré remitiendo a las facultades de humanidades y ciencias sociales, puesto que suelen estar asociadas al tema que se aborda en este artículo.
2 Hay que entender que el contexto de los 60’ estaba marcado por el Civil Rights Movement, la Guerra del Vietnam (el enfrentamiento bélico con más contenido visual hasta la fecha), el movimiento de los hippies, el mayo del 68’, el descrédito de la URSS y los partidos comunistas, la aparición del posestructuralismo, la generación baby boomer, la revolución sexual, la aparición de la píldora anticonceptiva (en USA en 1960, en la RFA en 1961, en Inglaterra en 1961, en Francia se aprobó con la Ley Neuwirth en 1967) que significó un cambio radical en la concepción entre hombre-mujer, etc.
3 Estos argumentos los desarrolló de la siguiente manera: Historically, the process by which the bourgeoisie became in the course of the eighteenth century the politically dominant class was masked by the establishment of an explicit, coded and formally egalitarian juridical framework, made possible by the organization of a parliamentary, representative régime. But the development and generalization of disciplinary mechanisms constituted the other, dark side of these processes. The general juridical form that guaranteed a system of rights that were egalitarian in principle was supported by these tiny, everyday, physical mechanisms, by all those systems of micro-power that are essentially non-egalitarian and asymmetrical that we call the disciplines […]. The ‘Enlightenment’, which discovered the liberties, also invented the disciplines (Foucault, 2019, pág. 209).
4 Término que provenía del socialismo ruso y en concreto, de Plejánov y Axelrod respecto a la dirección de la clase obrera durante la Revolución Rusa.
5 Puede consultarse aquí: https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/0966369X.2018.1475346.
6 Pasen y lean: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/21604851.2018.1453622.
7 https://link.springer.com/article/10.1007/s12119-018-9536-0.
Bibliografía
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Col, J. J. (2007). Diccionario auxiliar español-latino. Buenos Aires: Instituto Superior Juan XXIII.
Foucault, M. (2019). Discipline and Punish: The Birth of the Prison. New York: Penguin.
Giglioli, D. (2014). Critica della vittima. Un esperimento con l’etica. Roma: Nottetempo.
Lyotard, J.-F. (1979). La Condition Postmoderne. Rapport sur le savoir. Paris: Les Éditions de Minuit.
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Mumford, L. (2011). The Stories of Utopias. New York: Barnes & Noble.
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Rüegg, W. (1992). A History of the University in Europe. Cambridge: Cambridge University Press.
Rüegg, W., & Sadlak, J. (2011). Relations with authority. En W. Rüegg, A History of the University in Europe. Universities since 1945 (Vol. IV, págs. 73-123). Cambridge: Cambridge University Press.
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