El fin del Estado, el principio del cambio
Disertación pronunciada en el marco del VI Congreso de Economía Regional organizado durante los días 7 y 8 de noviembre de 2019 en la Ciudad de Corrientes, Argentina.
Cuando debatimos sobre los cambios necesarios para revertir este presente azaroso que nos toca vivir lo hacemos sobre aspectos meramente técnicos referidos a economía, finanzas, producción, servicios, empleo, etc. Nunca he escuchado que hablemos de nuestra responsabilidad en el cambio. Además, las soluciones propuestas siempre se establecen suponiendo que sigue existiendo el principal responsable de esto: el Estado. En un mundo en el que al manifestar nuestras ideas es más fácil ser insultado que escuchado, en el que es más fácil vender a bajo precio la propia capacidad que administrarla uno mismo, en el que mayorías no calificadas se imponen al genio individual, en ese mundo lo más fácil es esconderse.
Parafraseando a Glenn Gary, el miedo a la Libertad en el individuo, proviene de su incapacidad de asumirla, y es esa incapacidad lo que se interpone en el desarrollo de sus capacidades para superar el terror a no ser gobernado por terceros. La putrefacción de nuestro espíritu y nuestra dignidad es la consecuencia. En los escasos momentos de lucidez nos encontramos desnudos de sueños y sin hambre de mañana.
Todo por no querer aceptar algo que para muchos resulta chocante: el Estado es innecesario. Sólo el anhelo por recuperar nuestra dignidad puede permitirnos resurgir del desecho políticamente correcto en que nos hemos convertido. Años de moralina altruista, de tradición de lo dado y no lo creado, han moldeado al individuo a conveniencia del Estado, las religiones y todos los corporativismos circundantes. No es posible basar la dignidad humana en la creencia del individuo como imagen de un dios o un líder. El significado ético de la dignidad humana es independiente de cualquier convicción religiosa o política, no es un acto inmanente a ellas.
El ser humano para ser digno debe ser libre, necesita hacer uso de su vida y su libertad para poder trabajar. Necesita disfrutar del fruto íntegro de su trabajo para intercambiarlo con otros humanos libres y dignos y así, poder aspirar a tener una casa mejor, un coche mejor, una escuela mejor, una salud mejor, una policía mejor. Estos bienes y servicios no son dignos o indignos. Solo son suficientes o insuficientes para satisfacer las necesidades de cada uno, que sí somos dignos, y por ello intocables.
Entiendo que ya es hora de reclamar nuestra dignidad, libertad, soberanía sobre la propia voluntad, una hegemonía responsable sobre lo que conforma el universo propio. Momento de auto reivindicarnos. Recordar que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de nuestra Libertad, de las vidas de nuestros hijos y vecinos, de nuestro entorno.
Las relaciones de poder son mucho más complejas que lo que parece. Existe una sencilla razón: creer que las relaciones de poder son estrictamente unilaterales, una imagen ciertamente equivocada sobre el tema. Es mucho más complejo, todo individuo u organización es receptor y emisor de poder. El poder está en todas partes, no solo reside o se circunscribe al Estado. Hay poder en toda la red de relaciones sociales que atraviesan a los individuos. Un punto central es que no toda relación es una relación de poder porque la relación de poder se ejerce sobre sujetos libres, lo cual implica que siempre hay posibilidad de decidir resistir, de modificar o de retrovertir esa relación. Estado e Individuo tienen poder, solo que el individuo lo resigna y el Estado lo acrecienta. El más urgente de los problemas de nuestra época, es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo, decía Borges.
El Estado tiende a crecer y remover todo obstáculo que impida ese crecimiento, tiene voluntad propia, no es razonable asumir que actuará contra sus propios intereses. Si bien no es una persona, está formado por personas, sometidas a una voluntad común. Las Constituciones no colaboran en frenar el crecimiento del Estado, es más, las más recientes animan este accionar. El Estado nos protege pero nunca de él.
Ya es tiempo de empezar a comprender que el Estado necesita una continuidad del orden social para subsistir, no así el cuerpo social, que es susceptible de construir nuevas formas de convivencia que excluyan el concepto de Estado; que la Sociedad necesita del Individuo para garantizar su existencia, pero no a la Sociedad el Individuo que se auto gobierna, resolviendo situaciones por medio de soluciones contractuales; al fin y al cabo, Borges tenía razón, la muchedumbre es una entidad ficticia, lo que realmente existe es cada individuo. La muchedumbre jamás será impulsada por el lado virtuoso, todo lo contrario, por el poder de la masa someterá a todo aquel que se oponga a sus designios, una situación moral y éticamente incorrecta. Nunca se ha visto ni se verá a la masa dirigida por el juicio y la razón, solo por la exageración emotiva que los mantiene en profundo trance por su Líder.
El Estado asume que los individuos contribuirán a crear el bien público, entendiendo que se llama bien público a todo aquel bien que el Estado decida que es un bien público. Se asemeja a un encuentro de palomas –individuos- y halcones –Estado-, donde los individuos lo crean aplicando su esfuerzo y riqueza –por ellos generados- y el Estado –sin aportar nada- se beneficia como free rider. Por ello, debemos asumir que los llamados bienes públicos se pueden proveer de forma voluntaria, sin necesidad de que un tercero organizado -Estado- imponga su voluntad sobre nosotros.
Si debatimos sobre los fundamentos de los derechos individuales y los límites al poder, podemos concluir que el Estado no tiene derecho alguno sobre la propiedad de los bienes muebles e inmuebles de los individuos. Sin embargo, el comportamiento del Estado no es muy diferente al de los Príncipes que “sustraen la propiedad de los particulares y la saquea…” que describía Juan de Mariana hace más de 400 años. Perjudica y arruina a la sociedad toda, pero en especial a los hombres productivos y emprendedores, sobre quienes dirige sus más despiadados ataques.
Muchos piensan que la política puede resolver cualquier dificultad que se presente a la sociedad. Pero es un error: con demasiada frecuencia, la política sólo se sirve a sí misma. Propone soluciones mágicas. Prometiendo cuidar, mimar, proteger al ciudadano, el Estado genera un creciente infantilismo social, una ciudadanía dependiente, quejumbrosa, blanda, que protesta pero es muy poco crítica. Una masa pedigüeña, tendiente a despotricar pero no a buscar soluciones. Incentiva una notable mengua de la responsabilidad individual, fomentando la ilusión de nuevos “derechos”, mientras disuelve los correspondientes deberes. Derechos para algunos, obligaciones fiscales para el resto de los contribuyentes; prerrogativas por la mera pertenencia a un colectivo. No hay que caer en tan burda trampa: los derechos especiales para un grupo concreto se denominan privilegios. Sin embargo, generalmente se admite de buen grado la desigualdad originada en diferencias de mérito y esfuerzo.
El Estado identificó que resulta mucho más fácil aferrarse al poder en una sociedad organizada en diferentes rebaños. Un régimen clientelar, donde los votos se logran concediendo privilegios legales a determinados grupos u otorgando dádivas a ciertos colectivos con el dinero de los contribuyentes. Considera al ciudadano común demasiado estúpido para entender y juzgar correctamente la política, evidenciando un profundo desprecio por la gente en general. Así, endosa la responsabilidad del malestar que se propaga por muchos Estados a un electorado ignorante, sin que los principales responsables, políticos y gobernantes, hagan autocritica y asuman su culpa.
La responsabilidad personal, que cada individuo pueda y deba decidir su propio destino sin limitarse a seguir al rebaño, es consustancial a una sociedad abierta, contractual y de individuos libres. El individuo consciente de sus derechos y obligaciones no resulta fácil de adoctrinar, ni de ser disuelto en el grupo o la masa, que tenderá a desaparecer.
Freddy Koffman, coach empresarial, filósofo y fundador de Linkedin, opina que el rugido que hace que una oveja se transforme en tigre es: “yo soy responsable de mi vida”. Hasta que un ser humano no proclama esto, no es humano, es un proyecto de ser humano. Hasta ese momento, en que una persona asume “yo soy responsable de mi vida, me declaro como protagonista único y principal de mi vida”, solo es una oveja y parte del rebaño sometido al Estado.
Así, en el entendimiento que el Estado necesita del individuo para subsistir, no así el individuo del Estado, ya es momento de rugir, que nos declaremos protagonistas únicos y principales de nuestras vidas, de gozar plenamente del fruto de nuestro esfuerzo. De comprender que el fin del Estado, es el principio del cambio.
En este camino sucumben, tal vez por siempre, algunas de las ideas más caras del liberalismo clásico. Pretender limitar el crecimiento del Estado por medio de la separación de poderes, “el santo grial” del pensamiento político, sin dudas es una de ellas. Lanzar al ruedo la idea de que el Estado, y mucho más uno elefantiásico, es innecesario es liberadora para el individuo; revela una relación que no es simbiótica, sino parasitaria. Entender esto, hacerlo carne, permite ver y enfrentar a los políticos y a quienes pretenden beneficiarse de los individuos por medio del Estado, como lo que realmente son: parásitos que no terminan de devorarnos por completo porque su vida depende de la nuestra.
El autor es Director de la Fundación Club de la Libertad, Corrientes, Argentina.
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