Espiando a la centroderecha
Tuve ocasión hace unos días de participar en la celebración del aniversario de Libertad y Desarrollo en Santiago. No pude resistir la tentación: era una ocasión perfecta para indagar sobre lo que está pasando en las entrañas de la centroderecha chilena, pues allí se hizo presente un amplio espectro que va desde el liberalismo hasta el conservadurismo, entreverado con sus pares de otros países. ¿Qué están pensando, haciendo y diciendo? Desdoblándome para cumplir con la parte formal del programa pero también satisfacer mi curiosidad sobre esta materia, me las ingenié para espiarlos de cerca. Estas son algunas de las conclusiones.
1 La latinoamericanización
Muchos hablan -hablamos- de la latinoamericanización de Chile. Suele emplearse el término en un sentido crítico para señalar a Chile como un país que va adoptando en su vida pública algunos rasgos que parecían superados, más propios de países del vecindario con instituciones menos sólidas, consensos menos firmes y economías menos modernas. Sin embargo, en el evento de LyD descubrí que la latinoamericanización de Chile puede tener también, en las actuales circunstancias y especialmente en relación con la centroderecha, un sentido más optimista.
Me refiero a que, avasallada por la marea populista de los últimos años, la centroderecha chilena se había colocado en años recientes a la defensiva, apoyándose sobre sus talones con el temor a caerse de espaldas ante la arremetida frontal que había sufrido. Que habían sufrido, quiero decir, sus modelos, sus ideas, su herencia. La pérdida de soporte popular del gobierno de la Nueva Mayoría y la reacción de un sector de la sociedad civil contra ciertas reformas socialistas le habían devuelto algo de ánimo y orgullo. Pero no era suficiente: la debilidad de los partidos de ese lado del espectro, la sucesión de cuestionamientos éticos al mundo de la política y la empresa, y la gran incertidumbre sobre lo que ocurrirá en el futuro cercano, le impedían recuperar del todo la moral.
Hasta que América Latina vino al rescate. El desmoronamiento en cámara lenta del gobierno de Dilma Rousseff, el triunfo de Mauricio Macri sobre el kirchnerismo, la aplastante victoria de las fuerzas democráticas contra el “juggernaut” del chavismo en Venezuela y la sombra negra que se cierne sobre la economía ecuatoriana han significado para la centroderecha chilena algo así como un desagravio y una redención. O por lo menos la promesa de ambas cosas. Y eso se palpa al instante cuando uno trata a sus políticos, sus intelectuales, sus activistas y sus simpatizantes aunque sea un par de días.
Qué ironía, recuerdo haber pensado durante las reuniones del evento, que la latinoamericanización de la causa liberal chilena sea una noticia redentora. Normalmente, ocurriría lo contrario. Pero hoy el avance del liberalismo latinoamericano -entre otras fuerzas no populistas que se benefician de lo que está sucediendo- otorga a la centroderecha chilena una nueva validación y le ofrece un sentido de pertenencia. Esto se nota en las conversaciones privadas, las expresiones públicas, su forma de interactuar con los pares de otros lares.
2 El estrellato político de los intelectuales
Octavio Paz, un tenaz crítico de la izquierda, solía decir: la derecha no tiene ideas, sólo intereses. Era una forma de aludir a muchas cosas, entre ellas el papel comparativamente menor que han jugado en la centroderecha latinoamericana, tanto en el liberalismo como en el conservadurismo, los intelectuales. A diferencia de la izquierda política y “oenegera”, que ha sido siempre deferente con la izquierda intelectual (y desde la aparición de Maradona, con la deportiva), la centroderecha latinoamericana, tanto la política como la empresarial, ha sido, con honrosas excepciones, más bien desdeñosa de los intelectuales. Diría, a vuelapluma, que por tres razones: no sentía la importancia de las ideas para su causa; asumía que todos, o casi todos, eran de izquierda y, por último, el “cosismo”, el “resultadismo”, el “economicismo” y todos esos ismos petrificados parecían una apuesta más exitosa que el debate ideológico y la contribución de la cultura a la consecución del desarrollo.
Sé que hay excepciones y que los “think tank” son un abrevadero en el que la centroderecha política bebe desde hace años en Chile. Pero por lo general el prestigio y el papel de los intelectuales no es el mismo, ni remotamente, en la centroderecha que en la centroizquierda.
Pues bien: la centroderecha chilena, quizá como resultado de la pérdida de crédito social de sus políticos y algunos de sus empresarios, está poniendo en valor a sus intelectuales de un modo muy visible. También está descubriendo, o redescubriendo, la importancia de la cultura política, que tiene relación con, pero no es lo mismo que, la economía política.
Es posible que Roberto Ampuero y Mauricio Rojas hayan prestado a esto una contribución decisiva, pero me queda la duda de si ellos son una causa o un síntoma, es decir de si su participación fundamental en el debate de ideas ha ayudado a prestigiar el concepto mismo de lo importante que son las ideas en el liberalismo, o si su irrupción como figuras de referencia en este momento ha coincidido con una necesidad, un vacío, que pedía a gritos la construcción de un poder intelectual de orientación liberal. Hay muchas más personas e instituciones vinculadas a este proceso, pero los cito a ellos porque su contribución es altamente emblemática de lo que está sucediendo en el liberalismo.
Lo que más escuché en boca de los participantes no fue: queremos regresar al poder o queremos ganar elecciones; más bien: queremos dar y ganar la batalla de las ideas. Esto lo decían -y lo cuchicheaban en privado- los políticos, los empresarios y, obviamente, los intelectuales.
Ampuero ha comentado que el espíritu refundacional de la Nueva Mayoría ha despertado a quienes, en el otro lado, quieren capturar la imaginación de los chilenos con ideas. Me parece una novedad interesante para Chile y América Latina, independientemente del resultado.
3 Valores y diversidad
Respecto de la coalición que agrupa a cuatro organizaciones de la centroderecha, Chile Vamos, sobre la cual pregunté su opinión y pronóstico a muchas personas, encontré actitudes más bien tentativas. Es lógico e inevitable, por tanto eso no me sorprendió. En cambio sí me llamó la atención escuchar muchas veces, tanto de liberales como de buen número de conservadores, que había sido un error arrancar discutiendo acerca del aborto y la eutanasia. Oí decir esto incluso a personas tenazmente opuestas a ambas cosas, conservadores de pura cepa.
El argumento no fue táctico, ni siquiera estratégico, sino en cierta forma cultural y por eso lo traigo a colación. Se acepta, desde una parte del conservadurismo (bien que a regañadientes), que hay otras sensibilidades en el liberalismo y la centroderecha en general, y que tratar de eliminar la diversidad como punto de partida en la construcción de una alternativa política de largo alcance es privar a ese sector de una riqueza potencial significativa.
Desde ese punto de vista, podría decirse que muchos miembros, simpatizantes o compañeros de ruta -si se me permite la expresión- de Chile Vamos están dos pasos por delante de los dirigentes políticos que convirtieron las primeras discusiones en un dogma valórico. Ello, independientemente de sus propias posiciones, que, repito, en muchos casos son conservadoras.
4 El factor Colombia
La invitación al ex Presidente Alvaro Uribe para participar en el evento y sostener un diálogo con Sebastián Piñera dio pie a una circunstancia insólita: la chilenización del enfrentamiento -altamente colombiana- entre el Presidente Juan Manuel Santos y el ex Presidente Uribe, hoy convertidos en acérrimos adversarios en gran parte debido a las posiciones divergentes que mantienen sobre la negociación con las Farc que se llevan a cabo en La Habana.
Piñera, que es amigo de ambos, mantuvo una posición comprensiva con las dos posturas, tanto la que postula necesidad de negociar la paz, al menos parcialmente, en los términos actuales, como la que señala los riesgos de hacer excesivas concesiones. Ello dio pie a que Uribe polemizara con Piñera frontalmente. Pero lo importante no es que existiera este intercambio intenso y ameno, sino que la división de opiniones también era evidente entre muchos participantes.
El caso colombiano no es, a priori, una referencia muy importante para la centroderecha de Chile o de la mayor parte de países latinoamericanos, pero de un tiempo a esta parte ha surgido la preocupación de que la extrema izquierda pueda ganar posiciones políticas en aquel país y pasar a ser un factor clave de la vida democrática. De allí que el enfrentamiento de Uribe con Santos, dos figuras que son de centroderecha aun si se considera que el segundo está adoptando posturas caras a la izquierda, provoque divisiones entre políticos e intelectuales de la centroderecha latinoamericana, la chilena incluida.
Es otro síntoma interesante de latinoamericanización de muchos liberales y conservadores de Chile.
5 El liderazgo
La paradoja de que se hable constantemente de la necesidad de renovar el liderazgo de la centroderecha chilena y de que Sebastián Piñera, un ex presidente, siga siendo, con mucha diferencia, el referente político de ese sector quedó en evidencia, una vez más, durante las reuniones de LyD, en todas las cuales estuvo el propio ex mandatario. Lo cual me lleva a una conclusión: la centroderecha quiere que sea el propio Piñera el que lleve a cabo esa renovación.
No es infrecuente que, en un momento de incertidumbre y duda, de reveses y expectativas, se apele a la figura conocida que ya tuvo éxito una vez para producir un cambio que tarde o temprano lo afectará a él mismo. Ocurre en muchos ámbitos, incluido el deporte. Por ejemplo, tras el fracaso de España en el Mundial de Brasil, el consenso en ese país era: hay que jubilar a las vacas sagradas y traer a una nueva generación de futbolistas. Sin embargo, de inmediato se decidió que quien debía conducir ese relevo generacional era Vicente del Bosque, el mismo entrenador que había dirigido a España durante el Mundial de Brasil y llevaba años en el cargo. ¿Por qué? Porque no había un verdadero competidor: sólo él suscitaba la fe en que era posible volver a triunfar, aun si su nombre no podía desligarse de la experiencia reciente. España temía que, en ausencia de su figura referencial, no fuera posible un traspaso generacional ordenado y gradual que evitara males mayores de los que quería corregir.
A Piñera, tengo la sensación, le pasa algo semejante. Sus adversarios y críticos en la centroderecha dicen: es hora de cambiar de líderes. Pero luego dicen, en voz más baja: mejor es que él lidere ese cambio, porque todas las otras opciones encierran muchos riesgos y porque ha logrado preservar una imagen de éxito en medio del naufragio de la centroderecha organizada en los último años.
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