Putin manda en Siria
El despliegue militar que ha ordenado Vladimir Putin en Siria tiene, sí, el propósito de proteger la base aérea que Rusia construye en ese país, como alega Moscú. Pero ese no es el asunto de fondo, sino la utilidad que tiene la base misma. ¿Cuál es? Esencialmente, blindar a Latakia, el bastión del dictador Bashar Assad, contra el Estado Islámico y otros grupos alzados en armas.
Eso, en cuanto al corto plazo; en el largo, lo que Putin pretende no exige un escrutinio demasiado refinado de sus acciones: busca consolidar la condición de Siria como Estado vasallo. Vasallo de Putin, claro. Nadie envía 2 mil hombres, cuatro aviones de combate Su-30SM, 12 aviones de ataque contra objetivos en tierra Su-25, 12 cazas Su-24M y seis helicópteros ofensivos Ka-52 (según ha revelado IHS Janes´s, la acertada empresa de análisis de asuntos de la Defensa) si no tiene planes de horizonte temporal amplio.
Da una idea del poder que Putin ha alcanzado ya en Siria el hecho de que la reacción de Estados Unidos haya sido tan cómica. Primero, John Kerry dijo que la presencia militar ampliada de Rusia en Siria “suscitaba interrogantes” sobre los verdaderos objetivos y a los pocos días dio marcha atrás, afirmando que Moscú está simplemente protegiendo su base aérea. Lo que a Kerry se le olvidó es reconocer que el objetivo de proteger la base es indisociable del objetivo de atacar a quienes atacan a Assad y por tanto de sostener al régimen.
Más coherente pero no menos impotente se mostró el israelí Benjamín Netanyahu cuando fue a visitar a Putin hace pocos días para expresarle su preocupación por la continua transferencia de tecnología bélica de Rusia a Siria. Tel-Aviv teme que parte de ella acabe siendo traspasada, a su vez, a Hezbolá, la milicia chiita que tiene estrecha cercanía con Irán y Siria. Putin le aseguró que ello no ocurrirá y siguió, tan campante, robusteciendo su músculo hegemónico en Siria.
Putin será matón, pero no es nada tonto. Tiene un mapa geopolítico en la cabeza que le dice que es indispensable no dejar caer a Assad y un olfato que le dicta que este es el mejor momento para ampliar la protección del régimen sirio porque las democracias occidentales han pasado a temerle mucho más al Estado Islámico que combate a Assad que al aliado sirio de Moscú. La geroglífica reacción de Kerry delata precisamente eso: un gobierno estadounidense que quiere tumbar a Assad para dar paso a un régimen más democrático y fiable, y al mismo tiempo quiere lo contrario, es decir acabar con las organizaciones terroristas que lideran el esfuerzo insurreccional contra ese tirano.
El ruso sabe que poco puede hacer Occidente para frenarlo, pero también sabe algo más mportante: que ni siquiera tienen ya demasiado interés en frenarlo. La preocupación inmediata -hacer retroceder o contener- al Estado Islámico ha desplazado al idealismo democrático como prioridad de política exterior de cara a esa zona. El aumento del vasallaje sirio ante Rusia es un precio que Obama sabe que no tiene más remedio que aceptar.
Desde el comienzo el autócrata ruso supo jugar muy hábilmente sus cartas y sus adversarios occidentales, muy mal. Les ganó la pulseada en Crimea en 2013 y en todo el este ucraniano en 2014, y en 2015 acabó de sellar su triunfo en Siria, plaza clave de Medio Oriente para él (ya controlaba una base naval en Tartus por razones históricas desde hacía tiempo). Ello, a pesar del colapso económico de Rusia y su relativo aislamiento internacional en los últimos años.
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