Masones eran los de antes

Por Alberto Benegas Lynch (h)
La
masonería dieciochesca y sus continuadores hasta bien entrado el siglo
decimonónico, se estableció principalmente para combatir a gobiernos
autoritarios, por ello es que eran sociedades secretas y como muchas de las
iglesias se plegaron al poder político del momento, aquellas asociaciones se
tomaron como antirreligiosas cuando en verdad la mayor parte de ellas hacía
jurar a sus miembros no solo la enemistad con toda manifestación de gobiernos
totalitarios sino su creencia en Dios, tal como lo documenta la copiosa
bibliografía disponible en la materia. Hasta principios del siglo veinte muchos
mantuvieron su afiliación a la masonería
como un modo de advertir contra posibles abusos del Leviatán, pero con el
tiempo esas entidades fueron en gran medida deteriorando su sentido y
renunciando a sus propósitos originales para convertirse en una asociación de
mafiosos.
Debido
a sus propósitos independistas de estas instituciones en los siglos XVIII y XIX
y, como queda dicho, en vista de que la Iglesia católica adhería a las
estructuras del poder opresor, es que desde Clemente XII con su encíclica In Emminenti de 1738, se condenó a la
masonería y el Código de Derecho Canónico, en su Canon 2335, excomulga a sus
miembros (recordemos también que el papa Urbano VIII excomulgó a los que
fumaban nicotina, el mismo que denegó el permiso para que Galileo fuera
enterrado en la cripta familiar y el que prohibió que se llevara a cabo una
colecta para costear su tumba) y en la encíclica de León XIII, Humanum Genus, el pontífice se alarma
que los masones “propugnan la separación de la Iglesia y el Estado” y
“sostienen la igualdad de todos los cultos”.
Precisamente,
la denominada “doctrina de la muralla” establecida por Jefferson (masón igual
que George Washington, James Madison, Benjamin Franklin y la mayoría de los
Padres Fundadores de la revolución más extraordinaria en la historia de la
humanidad), es decir, la separación tajante entre la religión y el poder,
después de la experiencia criminal de la persecución y la intolerancia
religiosa europea de la que provenían los artífices del milagro norteamericano,
separación que constituyó un paso fundamental para la preservación de la
libertad, imitado por todas las naciones civilizadas del orbe.
Debido
a la antes señalada oposición de los masones al totalitarismo y sus denodados
esfuerzos por remover las cadenas de la opresión, es que los gobiernos de
Stalin, Hitler, Mussolini y Franco prohibieron y persiguieron esas sociedades
ya en pleno siglo veinte (y es lo que hoy ocurre implacablemente en Cuba, Irán
y Corea del Norte cada vez que se insinúa la constitución de una sociedad
secreta). Por eso es que en los prolegómenos de la revolución bolchevique, el
Partido Comunista en Moscú votó por unanimidad una declaración que Alcibíades
Lappas -en su formidable obra La
masonería argentina a través de sus hombres de donde nos hemos nutrido para
varios pasajes de la presente nota- transcribe de este modo: “Es de
imprescindible necesidad que los órganos dirigentes del partido rompan todos
los puentes que llevan a la burguesía y que, por consiguiente, corten
radicalmente toda relación con la Masonería. Debe llevarse al partido comunista
el pleno conocimiento del abismo que separa al proletariado de la burguesía […]
La Masonería es la más deshonesta e infame engañifa que ha urdido contra el
proletariado, una burguesía inclinada al radicalismo. Nos vemos en la
necesidad, pues, de combatirla con el máximo rigor”.
Antecedentes
de las logias masónicas se encuentran en Escocia, Inglaterra, España, Francia, en
los mencionados Estados Unidos y en el resto de América en la época de las aludidas
faenas independentistas (la más conocida fue la Logia Lautaro). Respecto de lo
que hoy es Argentina, a riesgo de parecer más una guía telefónica que un
artículo, transcribo los nombres de algunas de las más distinguidas
personalidades que eran fervientes masones, quienes contribuyeron a que ese
país estuviera durante una larga época a la vanguardia de las naciones
civilizadas (antes que el populismo hiciera estragos debido al abandono por
parte de otras generaciones de los valores de una sociedad abierta…como
escribió Tocqueville, resultado de pensar que “el progreso moral y material
está garantizado”): Juan Bautista Alberdi, Manuel Belgrano, José de San Martín,
Domingo Faustino Sarmiento, Bernardino Rivadavia, Juan Martín de Pueyrredón, Mariano Moreno, Vicente López y Planes, Justo
José de Urquiza, Santiago Derqui, Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Florencio
Varela, Carlos Pellegrini, Figueroa Alcorta,
Aristóbulo del Valle, Eduardo y José Antonio Wilde, Gervasio Posadas, Leandro
N. Alem, Nicolás Rodríguez Peña, Salvador María del Carril, Antonio Bermejo,
Roberto Repetto, Lisandro de la Torre, Valentín Alsina, Prilidiano Pueyrredón,
Florentino Ameghino, Rodolfo Rivarola, Victorino de la Plaza, Zenón Pereyra, Luis
María Drago, Joaquín V. González, Augusto Montes de Oca, Amancio Alcorta,
Carlos de Alvear, Rómulo Naón, Juan José
Paso, Martín de Alzaga, Olegario Andrade, Guillermo Brown, Norberto Quirno
Costa, Adolfo J. Bullrich, Miguel Cané, Estanislao del Campo, Vicente L.
Casares, Julio Argentino Roca, Francisco Chevallier-Boutell, Juan A. Gelly y
Obes, José Benjamín Gorostiaga, Miguel Goyena, José T. Guido y Spano, Eduardo,
José María y Ricardo Gutiérrez, José Hernández, Belisaro Hueyo, Bernardo de
Irigoyen, Emilio Jofré, Hilario N. Lagos, Juan Gregorio Las Heras, Bonifacio
Lastra, Eleodoro Lobos, Lucio Vicente López, José B. Lynch, Agustín y José
Nicolás Matienzo, Domingo Matheu, José María Miguens, Bernardo Monteagudo y mi
bisabuelo paterno, Tiburcio, fundador de la primera bodega argentina,
gobernador de Mendoza y senador nacional por esa provincia en “tiempos de la
República” (estaban en el gobierno nacional sus amigos Julio A. Roca -con quien
había ido al colegio en Concepción del Uruguay- y Carlos Pellegini, como queda
mencionado, los dos masones). Dicho sea al pasar, su biblioteca mendocina contaba
con las obras de autores como Adam Smith, David Hume, John Stuart Mill,
Frédéric Bastiat y Jean Baptiste Say, tal como consignan María Susana Azzi y Ricardo
de Titto en Pioneros de la industria
argentina.
Como
es sabido, el origen de la francmasonería, una expresión francesa, se remonta
al siglo VIII como una hermandad de albañiles de ayuda mutua y que ha tenido
distintas derivaciones a través del tiempo. Con Ezequiel Gallo, en la época en
la que trabajábamos en ESEADE, decidimos participar de una tenida en una de las
masonerías en la ciudad de Buenos Aires pero finalmente desistimos en vista de
las informaciones que nos llegaron sobre el deterioro manifiesto de muchas de
esas asociaciones en cuanto al estatismo que las invadía.
Por
los mismos motivos, no acepté una invitación para asistir a una de las logias
en Rosario (en oportunidad de una conferencia mía en la Universidad Nacional de
esa ciudad), invitación que se debió a que mi mencionado bisabuelo paterno había
sido un miembro local propuesto para ser gran maestre y, en Arroyo del Medio,
en la estancia de su abuelo, se firmó uno de los “pactos preexistentes” que
menciona el Preámbulo de la Constitución argentina (véase, por ejemplo, de
Ricardo Levene Manual de historia del
derecho argentino). Además, como es del público conocimiento, de un largo
tiempo a esta parte, reiteramos que muchas de esas instituciones se han
convertido en reuniones de mafiosos que promueven el crimen (habitualmente
asociados a conocidos gobernantes).
Simultáneamente
a la masonería existieron célebres asociaciones que abiertamente conspiraban
contra tendencias absolutistas como, en
el caso argentino, la Jabonería de Vieytes frente al mercantilismo españolista
y durante la tiranía rosista la Librería de Marcos Sastre, sesiones
transformadas en el Salón Literario y luego la logia denominada Asociación de
Mayo que, a pesar de ser una entidad secreta, debido a las amenazas que
recibían los integrantes por parte del régimen, tuvo que trasladarse al exilio,
primero en Montevideo con La Joven Argentina y luego como el Club
Constitucional en Valparaíso.
Hoy,
dado que han resucitado dictadores con manto electoral -contemporáneamente,
Hitler inició el camino- es del caso volver a reconsiderar las asociaciones
secretas para oponerse (sin los riesgos de persecuciones implacables) a los abusos del Leviatán y a todas las
corporaciones socias del latrocinio que se lleva a cabo impunemente desde el
poder, supuestamente establecido para proteger y garantizar los derechos de la
gente.
Por
ejemplo, el caso venezolano donde se apunta al establecimiento de un sistema
cubano con elecciones como máscara, la tierra de los distinguidos masones
Nariño y Miranda tan tergiversados hoy por el chavismo. Por ejemplo, sin
perjuicio de otros muchos canales, como una de las posibles vías de defensa
contra el manotazo más extremo a la propiedad privada que acaba de asentar el
kirchnerismo argentino al completar la autoritaria ley de mercado de capitales
de reciente data (que ya autorizaba a la Comisión Nacional de Valores la
intromisión a cualquier empresa por cualquier motivo) con el decreto 1023 que
elimina la intervención de la justicia, con lo cual se pone al descubierto el
más crudo fascismo en cuanto a que el gobierno permite que se registre la
titularidad de una sociedad comercial a nombre de privados pero usa y dispone
el aparato estatal a su antojo.
Por
el momento, quedaron atrás los políticos argentinos de la talla de Leandro N. Alem
-como hemos apuntado, también masón- que en un célebre discurso en 1880 en la
legislatura de la Provincia de Buenos Aires, sostenía que siempre se necesita “una política
liberal que deje el vuelo necesario a todas las fuerzas y a todas las
actividades; en economía como en política, la teoría que levantan los
principales pensadores, los hombres más distinguidos del antiguo y del nuevo
continente, teoría que va inculcando, por así decirlo, en el seno de todas las
sociedades, se puede condensar y ellos la sintetizan en esta sencilla fórmula:
no goberneís demasiado, o mejor dicho o mejor expresada la idea: gobernad lo
menos posible. Si, gobernad lo menos posible, porque mientras menos gobierno
extraño tenga el hombre, más avanza la libertad, más gobierno propio tiene y
más fortalece su iniciativa y se desenvuelve su actividad”.
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