Apple se enfrenta a una nueva realidad
The Wall Street Journal Americas
El Galaxy S III, de Samsung (izquierda), le ha robado cachet al iPhone de Apple.
Henry Ford no inventó el automóvil. Ni siquiera inventó
la línea de ensamblaje. Pero inventó la industria automotriz para un
mercado masivo. En su primer año completo de producción, el Modelo T
capturó apenas 11% de un mercado consistente en 123.990 vehículos. En
1924, quince años después, el Modelo T dominaba 62% de un mercado
compuesto por 3.185.881 vehículos. No es una exageración decir que el
crecimiento del mercado automotor fue en buena parte el crecimiento del
Modelo T.
Dos años después, el mercado se seguía expandiendo, pero la cuota de
Ford no solo se estaba reduciendo en términos relativos. Las ventas del
Modelo T se estaban desplomando en términos absolutos.
Hasta el momento, la historia de Apple es la historia de Ford antes
del abismo. Las ventas de su popular iPhone siguen creciendo, pero está
disminuyendo la participación de mercado y, por ende, los márgenes de
ganancias. Apple puede seguir siendo una empresa robusta, pero su
dominio de los mercados de los teléfonos inteligentes y las computadoras
tipo tableta ha empezado a erosionarse y sólo la tarea de defender el
precio de su acción mantendrá más que ocupado al equipo de gestión. Ese
es el mensaje que envía la abrupta corrección de las últimas semanas.
Apple no inventó el reproductor de
música digital, la interfaz de usuario gráfica o la pantalla de tacto.
Inventó iTunes y el iPod, añadió un teléfono y una pantalla y los adaptó
a las redes de banda ancha móviles que ya estaban siendo instaladas.
Apple también tuvo la suerte de coincidir, casi por casualidad, con la
revolución de las aplicaciones.
Los logros de la empresa tecnológica durante su apogeo se pueden
resumir en uno sólo. Sus equipos de diseño e ingeniería estaban a años
luz del resto a la hora incorporar los últimos adelantos tecnológicos en
un producto que pudiera caber en su mano. Apple era invencible gracias a
su dominio del factor de forma del iPod.
¿Cuáles eran las probabilidades de que Apple siguiera siendo
imbatible? Cero. Hoy en día, las últimas novedades en llegar a sus manos
no son innovaciones de hardware, ni sistemas operativos. Son los
servicios en nube, sector en el que Apple no ha sido muy fuerte y en el
que probablemente no se volverá fuerte, como lo ha hecho Google
.
El Modelo T no pudo haber sido el Modelo T si el automóvil no
hubiese estado camino de convertirse en un producto demasiado
interesante para que los consumidores se sintieran satisfechos con un
sólo modelo, un sólo fabricante o un sólo diseño.
Pasa lo mismo con el iPhone. Los consumidores no sólo quieren cosas
diferentes de sus teléfonos inteligentes, sino que quieren que sean
diferentes entre sí, lo que explica porque hoy por hoy un Galaxy S, de
Samsung, está ganando más cachet que un iPhone.
Algunos analistas aún esperan que un ecosistema cerrado le permita a
Apple mantener su dominio considerable de un mercado que, de otra forma,
quiere explotar hacia la diversidad. Pero un ecosistema cerrado nunca
llegó a ser la fuerza sólida que algunos tenían en mente. La llegada de
la nube estaba destinada a romper en mil pedazos cualquier inclinación
hacia un sistema donde un ganador se lo lleva todo, de la forma que
Pandora y Spotify están empezando a hacer ver a iTunes como un fastidio
enrevesado.
A su vez, las esperanzas de que Apple siguiera encontrando industrias
para reinventar, como lo hizo con la distribución de la música, tampoco
tenía ningún asidero en la realidad. Se trataba, más bien, de una
apuesta sentimental en un mundo competitivo donde abundan los ejecutivos
igual de astutos e inteligentes que los de Apple. Observar la
desesperación con la que algunos analistas promueven la idea de que la
televisión representa la próxima gran oportunidad de Apple no deja de
ser patético.
Pero es cierto que estas expectativas irrealistas nunca se
incorporaron en el precio de la acción de Apple. A lo largo de todo el
ascenso espectacular de la compañía, el precio de la acción reflejaba un
cierto escepticismo en relación al crecimiento que la empresa estaba
registrando. En realidad, no sería exagerado decir que un mercado
bursátil escéptico ha tratado el efectivo en las arcas de Apple (que
actualmente bordea los US$137.000 millones) como si fuera una cuota
considerable de todo el efectivo que la empresa ganará por el resto de
su historia.
La caída en el precio de la acción de Apple, que acumula un descenso
de más de 30% desde mediados de septiembre, no refleja la explosión de
una burbuja o un colapso de la confianza en el equipo de gestión. La
baja se puede explicar fácilmente como el múltiplo de una reducción
modesta en las proyecciones de crecimiento de sus ventas y ligeras
rebajas en los márgenes de ganancia previstos sobre dichas ventas. El
mundo pensó que Apple (para retomar la analogía del Modelo T) estaba
entrando en 1925. Ahora cree que comienzos de 1926 puede estar más cerca
de la realidad.
Esto no quiere decir que ahora Apple sufrirá las horribles secuelas
de Ford, cuyo equipo de gestión se negó a adaptarse a un mercado donde
los competidores se habían puesto al día y, en algunas formas, habían
superado al Modelo T. Tim Cook no debe engañarse a sí mismo. Sin ánimo
de ofender a Steve Jobs, un fundador carismático tiene un mayor margen para cometer errores catastróficos.
Pero esto es lo que asusta. Por definición, el precio de la acción de
Apple se apoya hoy incluso más que antes en sus vastas reservas de
efectivo. Si la empresa quiere de verdad decepcionar a sus accionistas,
basta que avive los temores de que nunca verán este efectivo en la forma
de repartos de dividendos o recompras de acciones.
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