Cuba: Trucos viejos, trucos nuevos

Las manos vuelan sobre la mesa. De tan rápidas, solo se alcanza a ver
la estela que dejan los dedos y el brillo de un anillo de oro. Podrás
adivinar –al menos la primera vez– debajo de cuál recipiente se esconde
la pequeña esfera de papel. Te has metido en esa habitación, de
una oscura cuartería, para comprar un par de zapatos a un precio más
barato que en las tiendas. Pero cuando te adentras en el enrevesado
pasillo, la joven que te propuso aquellos precios ventajosos se esfuma.
Así que te quedas allí parado, a pocos metros de dos hombres que juegan
como si no estuvieras, pero que a la vez dirigen todos sus gestos hacia
tus ojos. En pocos minutos te propondrán apostar y creerás que puedes descubrir dónde está la escurridiza pelotita. En menos de una hora habrás perdido todo el capital que llevabas contigo.
En Cuba han surgido últimamente nuevos
métodos para birlarle a la gente su dinero. Hay de todo. Billetes de un
peso a los que se les dibujan burdamente dos ceros para “hacerlos pasar”
como si fueran de cien. Bolsas con jeans vendidos en un portal, que al
llegar a casa solo contienen un viejo saco de recolectar papas. Supuestos
agentes inmobiliarios que se esfuman con la paga sin haber hecho
siquiera su trabajo. Hasta “viajes en lanchas hacia La Florida” que
terminan con los interesados comidos a mosquitos en un manglar, sin que
aparezca nunca la embarcación. Recientemente ha surgido un nuevo tipo de hurto que involucra casi siempre a un supuesto extranjero.
Alguien, con acento argentino o francés,
alquila un taxi. Le propone al chofer una buena suma de dinero por
contratarlo durante todo un día. Con el auto en movimiento el acongojado
extranjero empieza a contar todos los problemas que tiene con su mujer
cubana, a la par que describe la rentable empresa que está montando en
la isla. El itinerario casi siempre incluye ir a un hotel, pasar por un
hospital, recoger unas maletas en la casa de algún “amigo” y hasta
tomarse una cerveza en un bar. Cuando ya el conductor ha entablado
cierta amistad con su cliente, entonces este último le pide algo de
dinero para pagar un trámite con la excusa de que no le aceptan billetes
de cien o que solo le quedan euros. “Préstamelo unos minutos que
enseguida vamos a un banco para cambiar y te lo devuelvo”. Y el turista
de sombrero y camisa de flores se baja del auto. Después de esperarlo
por más de una hora, el taxista empieza a sospechar, pero ya el
estafador está bien lejos de allí.
Si que se
esconde bajo un recipiente apela a nuestro ego, a hacernos creer que
nuestros ojos pueden ir más rápido que las manos del jugador, la trampa
del “turista que nos pide dinero” se basa en la extendida creencia de
que los extranjeros “nunca pueden ser más pícaros que nosotros”. De
manera que aprovechándose de ese falso estereotipo, los estafadores de
La Habana están haciendo su agosto. Para qué entrenar las manos o
esperar a que la “presa” entre en un destartalado cuarto en busca de un
par de zapatos, si con hablar como un bonaerense o un quebequés la
ganancia puede ser mayor. Cierto olor a crema solar, gafas oscuras,
bermudas anchas y la mirada curiosa hacia los edificios que se ven desde
la ventanilla del taxi… basta eso y la estafa estará a punto de hacerse
con el contenido de tu bolsillo.
Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
- 5 de noviembre, 2015
Artículo de blog relacionados
Townhall – El Instituto Independiente El Partido Demócrata tiene dos grupos de...
10 de marzo, 2013La Nación Las restricciones cambiarias, el control de precios y la inflación fueron...
22 de abril, 2013La Opinión, Los Angeles SAN DIEGO, California. -El jefe del servicio de inmigración...
20 de agosto, 2009El Nuevo Herald Cuando estaba listo para escribir esta columna me surgió una...
12 de abril, 2006