Para los periodistas, amor severo
SAN DIEGO. - No es exactamente una primicia que éstas son épocas duras para la industria periodística que tanto quiero.
Por eso, quizás sea un buen momento para que los que aún trabajan en periódicos —o los que solían hacerlo— reciban una dosis de amor severo.
En la mayoría de los diarios estadounidenses, la circulación ha bajado agudamente y el personal de la sala de redacción ha quedado reducido a un esqueleto.
No es sorpresa alguna que los tiempos sean especialmente difíciles para los periodistas no-blancos de los medios impresos, por lo menos para los relativamente pocos que permanecen en el negocio.
Según el censo anual de diversidad de la American Society of News Editors (ASNE), el periodismo impreso está perdiendo gente de color más rápido que periodistas de todo tipo. El total de puestos de periodistas en los diarios declinó en un 2,4 por ciento en 2011. Para los periodistas de minorías, la caída fue de un 5,7 por ciento.
El estudio contó 40.600 periodistas en periódicos y sitios Web de periódicos. Cinco mil de ellos, o un 12,3 por ciento, eran periodistas de color. Había 1.886 afroamericanos, 1.166 asiático-americanos y sólo 132 amerindios. También hubo —en una categoría que conozco íntimamente— 1.650 periodistas hispanos.
Esto se está convirtiendo en un pequeño club. Las minorías pasaron las últimas cinco décadas tratando de entrar por la puerta. Y sin embargo, cuando vienen los despidos, muchos de ellos están entre los primeros en salir.
Tampoco fue eso una sorpresa. He escrito para periódicos en los últimos 23 años —como freelancer, reportero, columnista y miembro de la junta editorial— y esto es algo que he aprendido: considerando que los que dirigen periódicos son gente que dice a los demás qué hacer y qué pensar, es curioso que no les guste mucho que los demás los obliguen a hacer lo mismo. En una conferencia de escritores de editoriales y editores, recuerdo escuchar a uno de los editores alardeando sobre cómo su periódico había criticado a un político local por no practicar la acción afirmativa al contratar al personal de su oficina, olvidando el hecho de que la junta editorial de su periódico era culpable del mismo pecado.
Nosotros, los periodistas de color, quizás creyéramos que habíamos ganado el debate convenciendo a los directivos de que los periódicos debían diversificar su personal. Nos equivocamos. En mi parecer, la primera oportunidad que tuvieron los directivos de volver a su zona de tranquilidad eliminando a las minorías, la aprovecharon.
Como resultado, están todos estos talentosos periodistas de mediana edad flotando con artículos para escribir, y sin embargo, no están seguros de cuál será el próximo capítulo.
Y aquí viene el amor. No tiene sentido tenerse lástima, o jugar a ser víctima, o lanzar una campaña de relaciones públicas para recuperar el puesto de trabajo. Supérenlo. Y sigan adelante en su vida.
Se los digo yo. Ya no trabajo en un diario, pero aún escribo para periódicos —mediante esta columna. También escribo para revistas y páginas Web.
Cuando se eliminó mi puesto en una junta editorial y me despidieron en 2010, sentí la tentación de jugar con las mismas emociones que muchos de mis colegas sintieron: ira, frustración, resentimiento, preocupación. Pero no tuve tiempo. Tuve que barajar un montón de trabajos y cumplir con una variedad de plazos.
Casi dos años después, nunca he tenido más trabajo, nunca he sido más feliz y más productivo. El tiempo que solía pasar en reuniones y política interna de la oficina, ahora lo dedico a escribir más. Aprendí a ser más creativo y emprendedor; a dar forma y comercializar mi marca, y estoy trabajando más en radio y televisión. No me he re-inventado, pero he re-definido mis oportunidades. En ese camino, aprendí la gran verdad que es un consuelo para todo el que queda despedido —en periodismo o en cualquier otra área: El hecho de que un empleador no esté interesado en uno no significa que no haya otro listo para llevárselo.
Es una de las cosas que siempre me ha gustado en mi generación X. Siempre supimos que no íbamos a vivir la vida profesional de nuestros abuelos, trabajando 40 años en la misma empresa a cambio de un reloj de oro. Pero tampoco somos como nuestros padres, muchos de los cuales se sintieron personalmente heridos cuando fueron despedidos en la crisis económica de los años 90, porque habían sido leales a su empresa e ingenuamente esperaban lo mismo de vuelta. Para los de la generación X, que se criaron siendo auto-suficientes, la vida consiste en absorber los golpes y decir a los empleadores: “¿Quieren esto? Muy bien. Si no, adelante y den una oportunidad a otro”.
Ahora, vuelvan al trabajo. Aún hay historias que contar.
©2012, The Washington Post Writers Group.
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