Gadafi y la democracia directa
En el año 2006, cuando Muammar Gadafi ni sospechaba que un día abandonaría el poder en Libia, el sociólogo británico Anthony Giddens le hizo una visita. En aquella oportunidad, el excéntrico dictador recibió a su huésped europeo en medio del desierto africano, en una especie de oasis que se había acondicionado especialmente para que ambos pudieran charlar. Llevado por la manía persecutoria que padecía, Gadafi vivía en cientos de lugares distintos, montando todo un "resort" de tiendas beduinas donde quiera que iba y haciéndose rodear de las amazonas que formaban su guardia personal.
La ocasión era muy preciada para Giddens. Desde hacía mucho deseaba entrevistarse con el líder libio para conocer a profundidad su pensamiento, pero sobre todo para intercambiar opiniones sobre las supuestas coincidencias que Gadafi decía haber encontrado entre la socialdemocracia europea y sus propias teorías sobre el funcionamiento del Estado.
Como sucede con muchos autócratas, Gadafi pretendía ser un hombre de ideas profundas. Su visión política, social y económica se hallaba condensada en el célebre "Libro verde", publicado en los setenta, una obra desigual que mezcla socialismo, panarabismo y religión, pero con la que el caudillo suponía haber planteado una alternativa a la democracia liberal y al comunismo soviético. De ahí que estuviera interesado en conocer a Giddens, eminente propugnador de la "tercera vía" británica.
Asegura Giddens, en un artículo posterior, que la plática con Gadafi le hizo albergar esperanzas en torno a las reformas que la "revolución verde" podía experimentar en Libia. Después que el "Líder fraterno" le hablara de la urgencia de cambiar la democracia representativa por la directa, el inglés intentó hacerle ver que manejar una nación prescindiendo de mecanismos de representación era, en definitiva, antidemocrático. Y se atrevió a recordarle que el igualitarismo laborista no comete el error de considerar la competencia y el beneficio económico como contrarios al desarrollo de los pueblos.
Incluso los que tenemos serias críticas que hacerle a Giddens podemos descubrir en esta entrevista suya con Gadafi una magnífica muestra del abismo que suele separar a las democracias occidentales de las revoluciones mesiánicas orientales. Pero también sirve para confirmar la extraña ingenuidad con que cierto academicismo europeo concibe a los déspotas tercermundistas. "En teoría, Libia tiene un autogobierno sin un Estado", llegó a escribir Giddens, con asombroso candor, después de su encuentro con Gadafi.
El autor del "Libro verde" sostenía que la democracia representativa propiciaba la tiranía. Detestaba particularmente los regímenes parlamentarios y los sistemas multipartidistas, acusándolos de configurar verdaderas élites desligadas del pueblo. Abogaba, en cambio, por la liquidación de todas las estructuras estatales conocidas y por el montaje de una organización de asambleas "populares" superpuestas, ordenadas en círculos de poder que ascendían de lo puramente local a lo nacional.
Con inconfundibles ribetes de anarquismo y hasta concesiones forzadas al libertarismo, las direcciones a las que apuntaba esta supuesta "Tercera teoría universal" podían llegar al infinito, pero en la práctica confluían alrededor de los dictados de una sola persona: Muammar Gadafi, quien llevaba las riendas del país aunque oficialmente no ejercía ninguna tarea dentro del cuerpo estatal de Libia. Si bien no todo en su libro es descabellado, las concreciones del "Líder fraterno" en el ejercicio del poder terminaban reproduciendo buena parte de los vicios que aseguraba prevenir.
El oprobioso final de Gadafi es también el peor epílogo para su teoría universal, porque ese "autogobierno sin Estado" al que Giddens concedía el beneficio de la duda estaba muy bien encarnado, paradójicamente, en el estrafalario caudillo de la "revolución verde". Por eso era a él a quien los libios querían fuera del poder, y fue para reducirlo a él que estalló una encarnizada guerra civil. Su muerte cruel, a manos de salvajes milicianos, simboliza otro fallido experimento de democracia directa.
El autor es escritor y columnista de El Diario de Hoy.
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- 4 de septiembre, 2015
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