Argentina: Clase media, corrupción e indiferencia colectiva
El Imparcial, Madrid
Parece un hecho evidente a estas horas que la corrupción ha dejado de ser una preocupación central entre los argentinos, capaz de sacudir el termómetro electoral o de movilizarnos en reclamo de una gestión más virtuosa y transparente de los negocios públicos.
No es la primera vez que esto ocurre. Sin ir más lejos, durante los noventa también supimos hacer la vista gorda a innumerables denuncias que, a lo sumo, ocuparon por unos días las planas de los diarios para terminar prontamente olvidadas, sin sanción judicial por cierto (en un país donde algunos magistrados actúan más bien como delegados del poder), o acaso desestimadas en nombre de quién sabe qué intereses trascendentes sólo discernibles en los niveles de la alta política pero inaccesibles al ciudadano común.
En particular, esta tendencia es observable en amplios sectores medios a los cuales, nuevamente, no parece perturbarlos que su indiferencia contribuya a hacer del gobierno de la ley una fórmula vacía de contemporaneidad y de significado, que deberíamos cuanto antes restablecer. (Hasta qué punto lo dicho corrobora la existencia de un acuerdo implícito entre vicios públicos y privados que explicaría nuestra generalizada tolerancia a la ausencia de reglas es quizá tema para otra entrega aunque no dudaría en principio en abonar esta hipótesis).
Por lo demás, se trata de una realidad otras veces registrada que quiero hoy ilustrar mediante un pasaje de Tocqueville, en el comienzo de sus Souvenirs, alusivo a esa burguesía francesa que, tras la coronación de Luis Felipe, se revelaba no sólo como “la única dirigente de la sociedad” sino también como su “arrendataria”, acaparando “todos los cargos”, aumentándolos “prodigiosamente” y acostumbrándose “a vivir tanto del Tesoro público como de su propia industria”. De este modo, proseguía Tocqueville, el espíritu propio de la clase media, afanoso de bienestar y “muchas veces deshonesto”, se reflejaba en el espíritu general de la administración y al cabo en un gobierno “sin valores y sin grandeza”. “La posteridad, que no ve más que los crímenes deslumbrantes y a la que, por lo común, se le escapan los vicios, tal vez no sepa nunca hasta qué punto la administración de entonces había adoptado, al final, los procedimientos de una compañía industrial, en la que todas las operaciones se realizan con vistas al beneficio que los socios pueden obtener de ellas. Aquellos vicios se debían a los instintos naturales de la clase dominante, a su poder absoluto, al relajamiento y a la propia corrupción de la época. El rey Luis Felipe había contribuido mucho a acrecentarlos. Y él fue el accidente que hizo mortal la enfermedad.”
Me parece que esta cita contiene una lección aprovechable para nosotros en la medida en que nos previene contra el riesgo de que nuestra ansias de consumo y estabilidad económica sequen la fuente de la moralidad pública y nos conviertan, sin ejemplaridad a la vista, en ciudadanos impasibles, aislados unos de otros, a quienes el cuidado de la política y las instituciones ni siquiera les afecta. Una lección sobre todo para aquellos que no tememos ya a la abolición violenta de las leyes sino, como Tocqueville en su tiempo, “a su degradación y su precoz caducidad”.
- 23 de julio, 2015
- 21 de mayo, 2024
Artículo de blog relacionados
Diario de América Se anuncia un próximo pronunciamiento de la Suprema Corte de...
10 de mayo, 2012- 1 de febrero, 2010
The Wall Street Journal P>Caravanas de camiones blindados y cargados de lingotes y...
27 de noviembre, 2009Instituto Juan de Mariana Hay temas que los políticos, escasos de valentía y...
6 de septiembre, 2011