Las claves de la crispación norteamericana
El líder de la minoría republicana en el Senado de los Estados Unidos, Mitch McConnell, resumió impecablemente lo que estaba pasando en la batalla campal que puso a su país al borde de la suspensión de pagos la semana anterior: "El objetivo es impedir la reelección de Obama".
Con Estados Unidos a punto de declararse en moratoria sobre una deuda de más de 14 billones (trillones en inglés) de dólares y el mundo aguantando la respiración ante las consecuencias previsibles -colapso de la poca confianza que queda, disparada de las tasas de interés, humillación universal de la primera potencia y enfrentamientos graves con tenedores de deuda norteamericana como China-, el verdadero problema era estrictamente ideológico. Para entender la crispación que se vive en Estados Unidos, hay que comprender bien el rol determinante que juega la ideología.
1. George W. Bush
Es un error creer que la crispación es reciente. La que se vive hoy nació en la Presidencia de George W. Bush, por partida doble. De un lado, el rechazo visceral de la izquierda -mal llamada liberal- a un mandatario al que veían como altamente ideologizado en los temas de Defensa, religión e impuestos. Del otro, la frustración de un sector de la derecha que, no queriendo declararle la guerra política a aquel Presidente para no hacerle el juego a la oposición, veía con espanto el aumento de los déficit, la deuda y la emisión monetaria nada menos que con un republicano en la Casa Blanca. La polarización que se dio con Bush hijo superó la que se había visto con Ronald Reagan en las postrimerías de la Guerra Fría. Allí está la placenta de la que salió todo lo que vemos hoy, incluido el episodio político zanjado a medias con el acuerdo para aumentar el techo de la deuda y recortar el déficit fiscal en 2.2 billones en los próximos 10 años.
2. Barack Obama
El triunfo de Barack Obama exacerbó la polarización heredada de George W. Bush por tres motivos: venía del ala demócrata que había hecho jirones, políticamente hablando, a la administración anterior con su oposición frontal a la intervención militar en el Medio Oriente; tenía una formación estatista y multiculturalista que hacía ver a los conservadores, de por sí frustrados por la falta de liberalismo económico de Bush, el peligro de la europeización definitiva del modelo de sociedad estadounidense; y era afroamericano, algo que para amplios sectores sureños y del Medio Oeste americano era un trago amargo, lo reconocieran o no. Que Obama tuviera amplio reconocimiento internacional, exactamente al revés de Bush, y un carisma atractivo para sectores medios, lo hacía aun más intolerable por aquello del lobo disfrazado de oveja. Todavía se recuerda la virulencia de las expresiones contra Obama en los mitines que presidió la "número 2" del ticket republicano, Sarah Palin. En general, Obama representaba para la derecha la desviación ideological de su país desde la "contracultura" de los años 60, con la interrupción de Ronald Reagan en los 80.
3. Tea Party
Se cree comúnmente que el Tea Party nació bajo el gobierno de Obama y que fue creado con una organización y unos líderes muy definidos. No: su origen está en el gobierno de Bush precisamente entre muchos conservadores que veían la deriva estatista de un mandatario que a pesar de su conservadurismo valórico y férrea creencia en una Defensa vigorosa estaba contribuyendo al crecimiento desbocado del Estado. No tuvo líderes definidos, y mucho menos una organización nacional: fue una espontánea movilización, aquí y allá, de grupos de base que inspirados en las células revolucionarias del fines del siglo 18, quisieron llamar la atención sobre el gradual deterioro del modelo otrora basado en un gobierno limitado y la libre empresa.
La expansión veloz y desordenada que tuvo este fenómeno, del que se hizo eco la cadena FOX de Rupert Murdoch con especial interés, lo convirtió en un movimiento de masas con muchas consecuencias políticas. Tan es así, que ha logrado capturar a buena parte del Partido Republicano y, lo que es mucho más importante, fijar los términos del debate. Lo que se discute hoy en el Capitolio, la Casa Blanca y la prensa está en buena medida determinado por la influencia que el Tea Party ha tenido en la política estadounidense. Su influencia en el campo de las ideas tiene ya dimensiones históricas comparables a las de la izquierda en tiempos de la guerra de Vietnam.
Su feroz impugnación de la clase dirigente abarca tanto a republicanos como a demócratas, pero han sido los primeros los más afectados. En buena cuenta, los republicanos están partidos entre un ala tradicional y un ala gobernada ideológicamente por el Tea Party. La prueba definitiva es que el acuerdo logrado a la hora undécima por Obama y los republicanos para evitar la suspensión de pagos refleja un viraje a la derecha (al centro, dicen algunos) de parte del Presidente actual. Y éste, a su vez, ha sido forzado a ello por unos republicanos altamente amenazados por el Tea Party, al que en parte se han sometido a regañadientes. Si bien el voto a favor del acuerdo es una victoria del Tea Party, se da la paradoja de que el Tea Party lo ha denunciado por insuficiente. El conteo final también refleja la división del partido de la derecha, pues 66 republicanos votaron en contra del acuerdo en la Cámara de Representantes y 19 de 46 republicanos hicieron lo mismo en el Senado. Para ellos el acuerdo no iba lo suficientemente lejos en cuanto a la reducción del déficit y la demolición del Estado agigantado.
4. Mientras peor, mejor
Un factor a tener en cuenta en semejante contexto es la determinación del Tea Party, y en general de los conservadores hastiados por el aumento del gasto y la deuda, para forzar un cambio en el sistema. En esa lógica, las crisis no son situaciones a evitar, sino oportunidades a aprovechar. Mientras para los norteamericanos no ideologizados y buena parte de resto del mundo lo que sucedía a medida que se acercaba el 2 de agosto, la fecha del temido vencimiento del plazo para evitar la moratoria, era una tragedia, para el ejército civil del Tea Party y sus aliados en el Capitolio era la ocasión dorada para concentrar la mente del país en el tema central: la reducción del Estado.
Han dicho muchas veces que la hipertrofia estatal no será revertida hasta que el sistema haga crisis definitiva. El 2 de agosto era uno de los síntomas posibles de esa crisis final. Por tanto, cuando el Presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, fue humillado por su propio partido, el Republicano, al verse obligado a retirar la propuesta que había elaborado como solución al impasse, lo que estaba sucediendo era algo así como la victoria del Tea Party sobre el liderazgo tradicional de la organización. Es decir: el momento que venían persiguiendo desde hacía años, y más exactamente desde que en 2010 se renovó parte del Congreso tras la victoria republicana en las elecciones de mitad de temporada.
5. Las elecciones de 2012
Todo lo antes mencionado se agudiza por los comicios de 2012, en los que Barack Obama intentará ser reelecto y los republicanos capturar la Casa Blanca para iniciar el regreso del país a las raíces. Esta perspectiva, que de por sí intensificaría las cosas, lo complica todo doblemente por la situación en que se hallan tanto Obama como los republicanos. El Presidente, si bien tiene una popularidad baja de 42 por ciento que en el caso de los votantes blancos se reduce a 36, ha aprovechado la crisis para labrarse una imagen centrista, al revés de lo ocurrido en los primeros dos años de su gestión, cuando el plan sanitario y el aumento del gasto habían izquierdizado su perfil. Después de todo, acaba de suscribir un acuerdo para reducir en 2.2 billones el déficit en una década, la mitad de lo necesario para estabilizar la deuda en 65 por ciento del PIB, haciendo concesiones a la derecha como admitir el principio de reducción de beneficios de la Seguridad Social y el aumento de la edad a partir de la cual se recibe el Medicare (atención médica a los ciudadanos de la tercera edad).
Esto saca de quicio al ala radical del conservadurismo, porque hace temer una vez más el escenario del Obama capaz de ganar las elecciones con piel de oveja. A lo cual se suma el que nadie se ha destacado hasta ahora como líder del Partido Republicano de cara a los comicios. El gran protagonista de la derecha es una idea -el programa del Tea Party-, no una persona. Lo cual se refleja hoy, por ejemplo, en el hecho de que los potenciales candidatos presidenciales, con la única excepción del ex gobernador Mitt Romney, están recaudando cantidades muy pequeñas de dinero. Las donaciones en general constituyen hoy la quinta parte de la que recibió George W. Bush en su mejor momento.
Los conservadores empiezan a enervarse ante la perspectiva de ganar el debate nacional, fijar los términos de la agenda, forzar a Obama hacia el centro y … perder las elecciones para volver a empezar desde cero. Ni Michele Bachmann, ni Sarah Palin, para citar a dos heroínas del Tea Party, ni un Jon Huntsman, el ex embajador en China, más bien pegado al ala moderada, han podido establecer un liderazgo del partido.
6. La prensa
Finalmente, es imposible entender el escenario de alta crispación sin el factor mediático. De un tiempo a esta parte, la explosión de canales de cable especializados en información política, no sujetos a las reglas tradicionales de moderación de los canales de señal abierta, ha pasado a jugar un papel dominante. Esto sucede de dos formas: con periodistas altamente ideologizados tanto a izquierda como a derecha, y otorgando tribuna a los personajes más radicales de ambas organizaciones partidistas. Al principio, los demás medios trataban esos excesos con desdén, pero la televisión de cable, especialmente FOX en la derecha y MSNBC en la izquierda, ayudada por los diarios digitales y las radios de información política, también ferozmente ideologizadas, fueron creando un ambiente en el que lo que parecía marginal se volvía central. ¿Cómo ignorarlo desde la gran prensa? Esta no sólo empezó a reflejar a los personajes y asuntos que antes se circunscribían a canales de cable: pasaron a tomar partido también. Hoy el Wall Street Journal y el New York Times son a su modo parte de la caja de resonancia de la crispación.
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