Otros Castros
MADRID. – El restaurante El Borbollón, queda en Recoletos,7. Entre el Paseo de la Castellana y Serrano, a metros de La Cibeles, y de Casa de América. Con una carta –menú que resume lo mejor de la cocina vasca y los especiales del día, lo único malo que a uno le puede pasar allí es toparse con el expresidente Aznar o su mujer Ana Botella. Fue fundado hace más de 25 años por los hermanos Castro: “que somos tres, Eduardo, en la cocina, Alfonso en el bar, y yo en la sala, oriundos de Segovia, nada que ver con Fidel”, aclara Enrique.
Ahí nos reunimos a almorzar con un viejo amigo y colega cubano radicado en Madrid, con un estatuto no muy claro –cosas de Zapatero, de Moratinos y de socialistas–, quien me explicaba algunas otras cosas extrañas como lo son como los negocios entre España y Cuba. En los hoteles por ejemplo los españoles le piden los empleados a un organismo del Estado cubano que es al que le pagan. Al trabajador después es el organismo es el que le fija el sueldo, “imagínate”. Ahora si a la empresa un día no le gusta el empleado, le dice al burócrata cubano “a este no lo quiero más” y se lo cambian, como si fuera un mueble, ahí no hay sindicato ni derecho laboral que valga.
Esa situación, claramente violatoria de los derechos básicos de los trabajadores cubanos, no ha generado protestas ni denuncias de los sindicatos españoles. Según mis colegas, en ello juegan varios elementos: primero, que los sindicatos españoles son de izquierdas y en ese sentido tienen el conocido doble discurso en materia de defensa de derechos y libertades según donde sea, como en alguna medida lo tiene actualmente el propio gobierno español. Segundo, no hay queja de los sindicatos cubanos, que son del propio aparato, y tercero, están los trabajadores objetivamente explotados , sin dudas por los empresarios españoles, pero que ellos desde su realidad cubana se sienten unos privilegiados.
El salario que le da el organismo es el mínimo y no tiene ningún derecho, esa es una realidad, pero por otro lado la empresa le da una caja con artículos de tocador, ropa, uniforme, come en el hotel y si es bueno y se preocupa le pasan un sobre bajo cuerda, y a eso hay que sumarle las propinas. El que tiene eso se siente un rey.
“Mira –me decía mi colega–, en Cuba se cuenta un chiste de un médico neurocirujano que se emborrachaba y le venían delirios de grandeza y decía que era maletero del Hotel Nacional”.
Tampoco el problema de Cuba –el verdadero– tuvo cabida en la continuamente ampliada plataforma de los Indignados. “Cuando comenzó el movimiento –me dijo– con mi mujer vimos que esa podía ser una nueva vía para canalizar nuestros reclamos, pero rápidamente nos desilusionamos, buena parte de los manifestantes vestían camisetas con la cara del Che; lo de ellos iba por otro lado”.
¿Será, como decía don Ramón de Campoamor, que nada es verdad ni mentira, y que todo es según el color del cristal con que se mira?
Mientras los jóvenes y trabajadores desocupados españoles se indignan y reclaman a su gobierno, este a su vez le reprocha gobierno alemán de Angela Merkel. Pero parece que la política de esta, y también de los gobiernos de Finlandia, Holanda y algunos otros del norte, tiene como propósito evitar que sus trabajadores se enojen en serio y se nieguen a seguir pagando para subsidiar a otros que trabajan menos, tienen mas días de vacaciones, se jubilan más jóvenes, y gozan de mejores leyes de despido y más tiempo de seguro de paro y que además se indignan.
No solo sería, entonces, una cuestión del color del cristal, sino que algunos los llevan más ahumados que otros.
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