Brasil: La heredera apuesta a un estilo zarista. ¿Sabrá sostenerlo?
La renuncia de Antonio Palocci a la jefatura de la Casa Civil la semana pasada puso fin, aparentemente, a la primera tormenta en el Gobierno de Dilma Rousseff. La presidenta nombró en su lugar a la senadora Gleisi Hoffman (exdirectora financiera de Itaipú Binacional), cuyo único certificado de cintura política, imprescindible para ese puesto, sería el de ser la esposa de Paulo Bernardo, ministro de Comunicaciones y hábil factótum del PT, el partido gobernante.
No fue ése el único saldo de la crisis: en el Ministerio de Relaciones Institucionales (encargado de la articulación política), colocó a Ideli Salvatti, hasta ese momento ministra de Pesca. Lapidaria fue la reacción en Brasilia: con el nuevo triunvirato de «técnicas» -Dilma, Gleisi e Ideli- en los principales puestos políticos, el remedio sólo agravó la enfermedad.
Es que la enfermedad, según indicó desde San Pablo a este diario un importante operador del PT, no fue la acusación contra el renunciado Palocci por tráfico de influencias y por haber acrecentado 20 veces su patrimonio en los últimos cuatro años, sino la demora e indecisión de Dilma en resolver esa crisis política.
Si bien aún con el escándalo de «Palocci, el Breve» (como llama una prensa ensañada con la gestión de apenas 21 semanas de quien fue ministro de Hacienda en el primer Gobierno de Lula y artífice de la campaña de Dilma), una encuesta de Datafolha muestra que en junio el índice de aprobación de la presidenta trepó a un 49% (frente al 47% de mayo), una lectura más fina revela que 6 de cada 10 brasileños creen que ella se perjudicó con el episodio.
«La demora de Dilma expuso en carne viva el déficit de gobernabilidad de su administración», agregó el militante del PT, que pidió no dar a conocer su nombre. «El estilo zarista de Dilma, por su escasa inclinación para hacer política en el Congreso, tiene los mismos síntomas que el de Fernando Collor de Mello, que ya conocemos cómo terminó de mal», dijo esa fuente.
«Palocci era, además, el nexo con los mercados financieros y por eso ahora va a tener que recostarse más en el PSDB» (el partido de centroizquierda de Fernando Henrique Cardoso, a quien Dilma «reivindicó» en su cumpleaños 80, luego del ostracismo al que lo sometió Lula)», agregó preocupado.
«El riesgo de una líder gerente como Dilma es que les deja terreno libre a terceros para la articulación política», dice Renato Janine Ribeiro, profesor de Filosofía Política en la Universidad de San Pablo. Según el profesor, durante la crisis ese rol fue acaparado por el vicepresidente Michel Temer y su partido, el centrista PMDB, que impidió en el Congreso la aprobación del Código Forestal como señal de poder y «control político».
Intereses
«La cuestión central son los intereses gobernantes, porque Dilma, en consonancia con la opinión pública, dijo que no cedería a las demandas del PMDB para acceder a más cargos administrativos», señaló el operador del PT (en referencia, sobre todo, a los millonarios proyectos alrededor del Mundial de fútbol 2014, que los pemedebistas querrían controlar). «Es malo para la gobernabilidad, a veces hay que entregar espacios con la nariz tapada: es como si Hermes Binner, de resultar electo presidente, quisiese gobernar sin el andamiaje del PJ», ejemplificó.
Otros analistas hablan de una crisis intestina, grave, dentro del PT, que en sordina colaboró para la salida de Palocci. Para el analista Elio Gaspari, el PT está dividido en la Cámara baja, con su presidente Marcos Maia (Rio Grande do Sul) enfrentado a Candido Vaccarezza (San Pablo), el líder de la bancada y del grupo «paulista», al que pertenecía Palocci.
Pero Dilma, parece, quiso desarmar el poder de ese grupo y vetó a Vaccarezza, postulado desde el seno del PT para ocupar el Ministerio de Relaciones Institucionales, en lugar de Luiz Sergio, otro activo «operador» del PT paulista. Luego de un enroque digno de la cultura kirchnerista, Dilma entronizó a Ideli en Institucionales y colocó a Sergio en Pesca.
La purga de «cuadros paulistas petistas» (que es la corriente Nuevo Brasil, fundada por Lula y José Dirceu, con hegemonía paulista desde 1994) obedecería también a directivas de Joao Santana, el spin doctor que asesora a Dilma en sus movimientos políticos. Pero más allá de esa dosis de marketing político puro, en Brasilia señalan que en la crisis, si bien Dilma se quiso mostrar como una «dirigente dura» e independiente del armado político heredado de Lula (de allí que buscase remover a los paulistas del PT), no pudo despegarse de ese esquema.
Es que Lula intervino, como bombero ostensible frente al incendio, moviéndose entre parlamentarios y aconsejando al mismo Palocci que no renunciase. ¿El resultado? Malas noticias para el proyecto marketinero del equipo de Dilma: según Datafolha, el 64% aprobó la interferencia de Lula en el affaire Palocci. En otras palabras: aun sacándose de encima a los acólitos de Lula en el Planalto (léase Palocci y Luiz Sergio), Dilma sigue encadenada a la sombra de su predecesor. Y a su legado de gobernabilidad.
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