Diccionarios
Es innegable que el franquismo fue una dictadura, y Franco, un dictador sin paliativos. Que si hubiera ganado el otro bando habríamos sufrido un régimen totalitario de izquierdas, quizá sí o quizá no, qué quieren que les diga. El hecho es que ganaron quienes ganaron e impusieron una dictadura de derechas, que fue más soportable para algunos de los vencidos que para otros, y que no satisfizo a todos los vencedores por igual. Yo nací en 1951, en una familia de vencidos por partida doble, nacionalistas vascos y republicanos. En mi caso, el franquismo fue más llevadero que para los hijos de vencidos que nacieron antes, pero me dio tiempo a enterarme de que el franquismo era una dictadura, vaya si me enteré. Una dictadura con un amplísimo apoyo interior y muchos simpatizantes en el exterior, también eso es innegable.
Ahora bien, amplitud de base y reconocimiento internacional no otorgan credenciales democráticas a dictadura alguna. Cabe discutir si la dictadura de Franco fue más o menos benigna o suave que otras dictaduras de la misma época, pero comparar el franquismo con el antifranquismo por mor de una tranquilizadora equidistancia retrospectiva no tiene justificación posible. Mientras Franco vivió y hasta dos años después de su muerte, la neutralidad equivalía a franquismo. El propio régimen la interpretaba así. Entre los franquistas había buena gente y verdaderos sinvergüenzas, como entre los antifranquistas, pero no es ésa la cuestión. No se puede comparar moralmente franquismo y antifranquismo, por la sencilla razón de que el primero, que monopolizaba el poder, ni siquiera aceptaba la existencia del segundo.
Para el franquismo, los antifranquistas eran —éramos— humo y sombra, un fantasmón creado y movido desde el exterior por los dos grandes enemigos de España, la masonería y el comunismo. El pueblo español, el único pueblo español, estaba con Franco. Los antifranquistas no pertenecían a ese pueblo ni a otro alguno. En una dictadura, el dictador decide lo que existe y lo que no existe, y Franco había decidido que en su España, en la España de Franco, no existía antifranquismo. Los franquistas, que eran muchos, millones, funcionaban como prótesis mentales del Caudillo y tampoco concedían al antifranquismo un estatuto ontológico. Como el Mal o el pecado, eras simple negatividad, ausencia de ser. Te consideraban un agente o un tonto útil al servicio de los enemigos de España, y sus reacciones contigo podían ir desde la violencia a la reconvención paternalista, pero en ningún caso admitían que te asistiera el derecho de expresar en público tus ideas contra el régimen, y mucho menos el de participar en política.
Así pues, toda vez que la democracia, tal como la entiende la Constitución vigente, es lo opuesto al franquismo (y a cualquier dictadura), negar o silenciar el carácter dictatorial del régimen de Franco en un diccionario biográfico auspiciado por la Real Academia de la Historia resulta sencillamente intolerable, además de escandaloso. Pero no sólo la Real Academia de la Historia: todas las demás academias del Instituto de España están moralmente obligadas a desautorizar una pifia nada trivial que empaña el prestigio del conjunto.
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