¿China está superando a Estados Unidos?
CAMBRIDGE – El siglo XXI es testigo del retorno de Asia a lo que podrían considerarse sus proporciones históricas en cuanto a población y economía del mundo. En 1800, Asia representaba más de la mitad de la población y la producción global. Para 1900, representaba apenas el 20% de la producción mundial –no porque a Asia le hubiera sucedido algo malo, sino más bien porque la Revolución Industrial había transformado a Europa y Norteamérica en el taller del mundo.
La recuperación de Asia comenzó con Japón, luego se trasladó a Corea del Sur y al sudeste asiático, empezando por Singapur y Malasia. Ahora la recuperación está centrada en China, y cada vez más involucra a la India, mientras en el proceso permite que cientos de millones de personas salgan de la pobreza.
Este cambio, sin embargo, también crea ansiedades respecto de las relaciones de poder cambiantes entre los estados. En 2010, China superó a Japón para convertirse en la segunda economía más grande del mundo. De hecho, el banco de inversión Goldman Sachs espera que el tamaño total de la economía china supere al de Estados Unidos para 2027.
Pero, aún si el PBI chino general alcanza una paridad con el de Estados Unidos para 2020, las dos economías no serán iguales en composición. China seguirá teniendo un amplio sector rural subdesarrollado. Suponiendo un crecimiento del PBI chino del 6% y un crecimiento de Estados Unidos del 2% después de 2030, China no sería igual a Estados Unidos en términos de ingresos per capita –una medición mejor de la sofisticación de una economía- hasta algún momento cercano a la segunda mitad del siglo.
Es más, las proyecciones lineales de las tendencias de crecimiento económico pueden ser engañosas. Los países emergentes tienden a beneficiarse de las tecnologías importadas en las primeras etapas del despegue económico, pero sus tasas de crecimiento generalmente se ralentizan conforme alcanzan niveles más elevados de desarrollo. Y la economía china enfrenta serios obstáculos para un crecimiento rápido sostenible, debido a sus empresas estatales ineficientes, una creciente desigualdad, una profusa migración interna, una red de seguridad social inadecuada, corrupción e instituciones inapropiadas, todo lo cual podría fomentar la inestabilidad política.
El norte y el este de China han superado al sur y al oeste. China -casi el único caso entre los países en desarrollo- está envejeciendo extraordinariamente rápido. Para 2030, China tendrá más personas mayores a su cargo que niños. Algunos demógrafos chinos temen que el país se vuelva viejo antes de volverse rico.
Durante la pasada década, China pasó de ser el noveno exportador en importancia del mundo a ser el líder, desplazando a Alemania del puesto número uno. Pero el modelo de desarrollo liderado por las exportaciones de China necesitará ajustarse a medida que los equilibrios comerciales y financieros globales se vuelvan más contenciosos. Por cierto, el duodécimo Plan Quinquenal de China apunta a reducir la dependencia de las exportaciones y estimular la demanda doméstica. ¿Funcionará?
El sistema político autoritario de China hasta ahora demostró una capacidad sorprendente para alcanzar objetivos específicos -por ejemplo, montar unos Juegos Olímpicos exitosos, construir proyectos ferroviarios de alta velocidad o incluso estimular la economía para recuperarse de la crisis financiera global-. Que China pueda o no mantener esta capacidad en el largo plazo es un misterio para los de afuera y hasta para los propios líderes chinos.
A diferencia de la India, que nació con una constitución democrática, China todavía no ha encontrado una manera de canalizar las demandas de participación política (si no democracia) que tienden a acompañar un creciente ingreso per capita. La ideología comunista desapareció hace tiempo, de manera que la legitimidad del partido gobernante depende del crecimiento económico y del nacionalismo étnico. Si China puede desarrollar o no una fórmula para manejar una clase media urbana en expansión, una desigualdad regional y un resentimiento entre las minorías étnicas todavía está por verse. El punto básico es que nadie, ni siquiera los chinos, saben de qué manera el futuro político de China afectará su crecimiento económico.
Algunos analistas sostienen que China apunta a desafiar la posición de Estados Unidos como la potencia dominante del mundo. Aún si ésta fuera una evaluación precisa de las intenciones de China (y ni los chinos pueden saber las opiniones de las generaciones futuras), es improbable que China tenga la capacidad militar para lograrlo. Sin duda, los gastos militares chinos, que subieron más del 12% este año, han venido creciendo aún más rápido que su economía. Pero los líderes de China tendrán que lidiar con las reacciones de otros países, así como con las limitaciones que trae aparejada la necesidad de mercados y recursos externos para satisfacer sus objetivos de crecimiento económico.
Una postura militar china que sea demasiado agresiva podría producir una coalición de contrapartida entre sus vecinos, debilitando así el poder duro y blando de China. En 2010, por ejemplo, cuando China se volvió más enérgica en su política exterior hacia sus vecinos, sus relaciones con la India, Japón y Corea del Sur se vieron afectadas. En consecuencia, a China le resultará más difícil excluir a Estados Unidos de los acuerdos de seguridad de Asia.
El tamaño y la alta tasa de crecimiento económico de China casi con certeza aumentarán su fortaleza relativa frente a Estados Unidos en las próximas décadas. Esto seguramente acercará a los chinos a Estados Unidos en términos de recursos de poder, pero China no necesariamente superará a Estados Unidos como el país más poderoso.
Aún si China no sufre ningún revés político doméstico importante, muchas proyecciones actuales basadas exclusivamente en el crecimiento del PBI son demasiado unidimensionales: ignoran al ejército estadounidense y las ventajas del poder blando, así como las desventajas geopolíticas de China en el equilibrio de poder al interior de Asia. Mi propia estimación es que entre el rango de posibles futuros, los escenarios más factibles son aquellos en los que China le planteará un fuerte desafío a Estados Unidos, pero no lo superará en cuanto a poder general en la primera mitad de este siglo.
Más importante aún, Estados Unidos y China deberían evitar desarrollar miedos exagerados de las capacidades e intenciones del otro. La expectativa de conflicto puede en sí misma convertirse en causa de conflicto. En realidad, China y Estados Unidos no tienen intereses en conflicto que estén profundamente arraigados. Ambos países, junto con otros, tienen mucho más para ganar en un contexto de cooperación.
Joseph S. Nye, Jr. es profesor de Harvard y autor de The Future of Power.
Copyright: Project Syndicate, 2011.
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