Paraguay: El cambalache político
SALAMANCA. – Hablaba con el padre César Alonso de las Heras (Zamora 1913, Asunción 2004), hace varios años ya, sobre la vida política de aquellos años que le tocó vivir con la Academia Universitaria, cuyos integrantes, en su mayor parte, terminaron sobresaliendo en la vida pública del país. “En ese momento –me dijo– me preguntaron qué opinaba de la creación del Partido Demócrata Cristiano. Yo no estaba muy de acuerdo. Pensaba que lo mejor era el bipartidismo que dio muy buenos resultados en muchos sitios. En los Estados Unidos, por ejemplo”.
Desde que entramos en una tullida y desvirtuada democracia (no me hablen de “transición”) hemos dado muestra que lo único claro que se tiene en la cabeza es cómo reunir los votos necesarios para prenderse de las tetas del Estado, de este modo solucionar problemas personales y ejercer en todo momento el “mbarete” apoyados por la frase: “Y para eso mandamos”. No han cambiado mucho las cosas desde los años de la dictadura.
En un comienzo se unieron diferentes partidos políticos bajo el lema de Alianza Patriótica para el Cambio, entre ellos el recientemente inaugurado Partido Tekojoja que propuso al obispo Fernando Lugo (San Pedro, 1951) como candidato a la presidencia. Después de un tira y afloja con El Vaticano Lugo salió victorioso, le permitieron que colgara los hábitos (los buenos, los malos parece que perduran) y asumió la Presidencia el 15 de agosto de 2008. Esta es la historia en breve.
En Salamanca es muy popular una comida llamada “chanfaina”, muy parecida a nuestro “batiburrillo”, cuya única regla es poner todo lo que a uno se le ocurre y cuyos sabores no desentonen entre sí. La famosa Alianza Patriótica terminó siendo eso: una chanfaina o un batiburrillo, depende de qué lado del charco miremos las cosas. Se logró así un gobierno que no es de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario. No puedo imaginar en qué deben coincidir ideológicamente para diseñar un país los miembros de los diferentes partidos que componen el gobierno, desde el izquierdismo “siglo XXI” de Lugo y sus adláteres, al liberalismo más rancio y clásico de Alfredo Jaeggli; con la ventaja que Jaeggli sabe qué significa “liberalismo” y los otros no tienen ni idea de lo que es ser “socialista”.
Ahora estamos frente a un nuevo batiburrillo: la Alianza Patriótica para el Cambio, donde se cometerán los mismos errores que el anterior entrevero y donde el objetivo es el mismo: lograr los votos necesarios para seguir repitiendo la historia. Mark Twain decía: “La historia no se repite. Pero hay veces que rima”. Pues para que deje de seguir rimando, lo que hace falta son partidos políticos bien organizados, con ideas claras, con políticas claras, con una ideología definida, de modo que sepamos que si votamos a tal estamos votando por tales principios; si votamos por el otro, pues por otros distintos. Creo que el padre Alonso tenía razón: un sistema bipartidista bien organizado y, sobre todo, partidos modernos en un momento en que aquellas utopías atrás de las cuales corríamos, han naufragado. El ejemplo más claro: la Internacional Socialista tenía como socios a los sátrapas, cleptómanos, crueles, despiadados tiranos de Egipto y Túnez. Hasta que fueron derrocados la Internacional Socialista no se enteró nunca de su reprochable proceder. Entonces, se apresuraron a echarlos; sí, echarlos cuando estaban ya en el avión volando hacia el exilio con el oro que lograron robar del banco a última hora.
Se ajusta a nuestra historia lo que le dice E.M. Ciorán (Rumania, 1991- París, 1995) a un amigo que sigue viviendo en su país natal bajo el dominio soviético: “El reproche capital que se le puede hacer al régimen de usted es el de haber arruinado la utopía, principio de renovación de las instituciones y de los pueblos”. (“Historia y Utopía”, Tusquets, Barcelona 2003, p. 28). Esto es lo que han hecho aquellos que se convirtieron en políticos profesionales que corren nada más que atrás de los votos en lugar de correr atrás de las utopías. Necesitamos entusiasmar a los jóvenes, debemos dejar de demonizar a los dos grandes partidos tradicionales y darles un nuevo contenido. Tanto el Partido Colorado como el Partido Liberal han tenido sus grandes hombres, sus grandes intelectuales, sus momentos de grandeza. El objetivo es rescatarlos y dejarnos de pueriles experimentos.
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