Rousseff, Mujica, Guerrilla de los 60 y Chávez
Desde el 1 de enero de este año, Dilma Rousseff es la presidenta de Brasil. Resultó electa en segunda vuelta con el 56% de los votos. De su trayectoria política nos interesa referirnos a su etapa como militante guerrillera en la década de los años 60.
A los latinoamericanos podría resultarles inexplicable que en la campaña electoral de 2010 los opositores no atacasen a la candidata Rousseff por su pasado guerrillero con simpatías comunistas. Sin embargo, la razón es muy sencilla: los brasileños saben que esta mujer no empuñó las armas contra un régimen democrático para derrocarlo, sino que lo hizo contra una dictadura que, a través de un golpe militar, había tomado el poder en 1964. Igualmente conocen que por esa incursión en la violencia armada en contra de la dictadura, ella pagó una condena de 3 años de cárcel cuando apenas contaba con 23 años de edad.
La senda política de José Mujica guarda parecido con la de Rousseff. Es presidente de Uruguay desde el 1 de marzo de 2010. Electo en segunda vuelta con el 52%, militó en los años 60 en las filas de la guerrilla tupamara de inspiración comunista. Aunque su participación guerrillera es anterior a la dictadura cívico-militar (1973-1985), su estadía en la cárcel durante 13 años hasta el retorno de la democracia en 1985, y su conducta leal posterior a ese retorno, contribuyeron a que su imagen política fuese vista más como la de un opositor a la dictadura militar que como la de un guerrillero enemigo de la democracia.
Los presidentes Rousseff y Mujica se han actualizado a los nuevos tiempos que han sido marcados por el fracaso y derrumbe del socialismo en la URSS en 1991. Por un lado, sostienen un firme compromiso de gestión de gobierno con la mejoría de la situación social de los sectores más pobres de sus países. Por el otro, han honrado su palabra de que dicha gestión estará apegada a la consolidación del régimen democrático en el cual fueron electos y no impulsan ninguna iniciativa de corte totalitario: no pretenden perpetuarse en el poder hasta su muerte, ni concentrarlo en sus manos, a través de cambios en la Constitución; no dan trato de “enemigo” a la oposición ni expresan deseos de “pulverizarla”, tampoco atentan contra los espacios de la opinión pública y mucho menos se plantean sustituir en Brasil y Uruguay el Estado de Derecho por los derechos del Estado.
En contraste, cuando analizamos la lucha guerrillera venezolana de los años 60 -adelantada por el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y teledirigida por Fidel Castro- destaca como su característica más resaltante que se llevó a cabo para derrocar un gobierno democrático y no una dictadura militar. Obnubilados por la revolución cubana, la guerrilla estableció como objetivo instalar una dictadura de corte castrocomunista en Venezuela en sustitución de la democracia representativa (la odiada “democracia burguesa”) que nació con el Pacto de Punto Fijo y que apenas había comenzado a gatear en nuestro país a comienzos de los años 60. Hoy, en el discurso anacrónico que pronuncian y en la acción antidemocrática que ejecutan ex guerrilleros y afines en cargos de alto rango del gobierno actual, se corrobora que ese era su objetivo. Además, intentan reescribir nuestra historia en su beneficio, maquillando de heroica la acción sangrienta y antipatriótica de la guerrilla.
De manera similar a la lucha guerrillera, el golpe militar de febrero de 1992, encabezado por el actual presidente Hugo Chávez, fue ejecutado contra un régimen democrático y no contra una dictadura militar. Su objetivo central era el mismo: derrocar la democracia en Venezuela. Los decretos a implementar, si el golpe hubiese triunfado, confirman que el fin no era otro que instalar una dictadura militar en el país (1). El “socialismo del siglo XXI” que mercadea desde 2005, no es más que una consigna que presenta en un envoltorio nuevo al viejo y único socialismo que ha existido en la URSS, la China de Mao, la Camboya de Pol Pot, la Corea de Kim Il Sung y la Cuba de Fidel Castro; es decir, un régimen totalitario productor de esclavitud y miseria.
Brasil y Uruguay cuentan hoy con democracias estables, pero no así Venezuela porque Chávez no es Rousseff ni Mujica.
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