Libia: Irracionalidad y fanatismo
SALAMANCA. – Los intentos desesperados que está realizando Muamar el Gadafi para recuperar el dominio de un país del que ya no lo tiene consisten principalmente en lanzar a sus hombres sobre algunas ciudades tanto del este como del oeste de Libia, donde la insurrección se ha hecho fuerte y trabaja con entusiasmo para reorganizar el país.
Solo la capital, Trípoli, y la ciudad de Sirte, la tercera en importancia en el país y lugar natal del dictador, siguen resistiendo. El ejército regular ha sufrido grandes mermas a causa de las deserciones y de aquellos que se han plegado a los rebeldes poniendo a su disposición sus armas y sus conocimientos, ya que en los alrededores de Bengasi ciudadanos comunes están recibiendo instrucción militar preparándose para el asalto final a Trípoli.
Todo esto es sabido y en el tiempo que media entre el momento que escribo estas líneas y su aparición en el periódico muchas cosas habrán cambiado ya. Solo algo permanecerá firme. Gran parte de quienes resisten en Trípoli son seguidores fieles de Gadafi, miembros la Legión Panafricana que creó en los años ochenta principalmente con mercenarios, pues sabía que de tener problemas el Ejército se negaría a disparar contra sus conciudadanos, tal como sucedió. La explicación que dio fue que tal cuerpo serviría “para defender la revolución”.
Me llama la atención porque todos estos sátrapas, que son llamados eufemísticamente “tiranos” o “dictadores”, son en realidad execrables delincuentes para quienes el crimen y el robo constituyen una parte imprescindible de su personalidad. Quienes justamente proclaman que han hecho la revolución para “entregarle al pueblo la libertad usurpada por las oligarquías” son los primeros en formar cuerpos especiales, no importa cómo se llamen, para mantener bajo control continuo y estricto al pueblo. No les han entregado ni la libertad ni el poder, se los han arrebatado y sienten miedo, un miedo profundo que vengan a reclamárselo. Como el pueblo libio se lo está reclamando en este momento a Muamar Gadafi. Ese mismo pueblo engañado y oprimido durante cuarenta y dos años, a los que el tirano les llamaba “hijos” y se proclamaba “padre” de todo, que decía vivir en una “jaima” (tiendas de los beduinos en el desierto) porque no quería ser diferente en nada a nadie. Los rebeldes han entrado en el palacio que tenía Gadafi en Bengasi, y no solo encontraron en sus sótanos las cámaras de tortura y los lúgubres calabozos en que mantenía presos a sus enemigos, sino han descubierto también que disfrutaba de sauna, jacuzzi, gimnasio para él solo y otras “debilidades” propias de occidentales.
Aunque de pronto nos pase desapercibido, porque lo consideramos explicable, la “revolución de los ayatolá” en Irán también tiene sus “guardianes de la revolución” que en estos días estuvieron cumpliendo su deber apaleando a todos aquellos jóvenes que intentaban repetir la experiencia de los jóvenes de Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Yemen, Omán hasta donde sabemos. Las “democracias teocráticas” no pueden permitir que los infieles se subleven contra las autoridades que allí ha puesto Dios, Alá, Mahoma o el letal gas de mostaza que utilizaba Saddam Hussein en Iraq en contra de los curdos.
Fidel Castro, más metódico y también más eficiente, creó unos comités revolucionarios que funcionan por lo menos uno por manzana y su objetivo principal es vigilar a los vecinos y tratar de ver si existe alguno que no comulga con los principios que ha mantenido durante cincuenta años hasta lograr sumir a su país en la más triste de las miserias.
Hugo Chávez cuenta con los seguidores de la “revolución bolivariana” y devotos del “socialismo del siglo XXI” que hasta ahora nadie sabe de qué se trata y cuyo objetivo parece ser empobrecer cada día más al país.
En Paraguay ese mismo papel desempeñaron las seccionales coloradas en los años 50 y 60, cuando la patética “guardia urbana”, compuesta por civiles armados, patrullaban las calles de la ciudad y tenían como centro de operaciones la seccional más cercana. Cuando éramos “detenidos” (qué ironía utilizar esta palabra cuando en realidad era un secuestro) por no estar afiliados al Partido Colorado, nos llevaban a la seccional, donde permanecíamos hasta que nos dejaban en libertad cuando se levantaba el toque de queda virtual que solo ella, la guardia urbana, conocía. Las dictaduras no son gratuitas: una columna de irracionalidad y fanatismo las sostiene.
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