Corrigiendo las primarias
Aunque el torrente de improperios está anegando la política, las dos formaciones están actuando de forma sensata y en tándem en torno a algo considerado otrora cuestión de repercusión constitucional — el mecanismo a través del que se deciden los candidatos presidenciales.
El proceso de las presidenciales de 2012 arranca dentro de 17 meses — en febrero en lugar de enero. Según el reglamento adoptado por los comités nacionales de las dos formaciones, ningún compromisario de una convención nacional saldrá elegido antes del primer martes de marzo — menos en el caso de los de Nueva Hampshire, Carolina del Sur y Nevada, y Iowa puede celebrar sus asambleas en febrero.
No está grabado en el corazón de los hombres por la mano de Dios que los Cuatro Privilegiados serán los primeros, pero podría ser así. Aunque sólo albergan el 3,8% de la población del país, desde luego son representativos de cuatro regiones. Sea como sea, ocuparán el candelero hasta que empiece el diluvio de compromisarios — quizá en marzo pero preferiblemente en abril.
Cualquier acto Republicano de selección de representantes celebrado con anterioridad al primer día de abril será penalizado: El resultado no puede ser, como prefieren muchos Republicanos, una distribución en la que hay un ganador único que es el que recibe más votos. Los acontecimientos de marzo "decidirán la distribución de los compromisarios de forma proporcional". Esto significa únicamente que algunos serán asignados de manera proporcional al voto total.
Dado que los Demócratas son demócratas rigurosos, no celebran actos en los que hay un ganador único, de manera que no tienen esta vara con la que disciplinar a los estados desobedientes. En lugar de eso, ellos blanden — son, después de todo, progres — un estímulo: a los estados se les ofrecen representantes como recompensa a desplazar sus comicios de selección hasta bien entrada la temporada de candidaturas, y por agrupar sus comicios con los de los estados vecinos.
Cada formación desea maximizar sus posibilidades de elegir candidato a un aspirante fuerte y — esto a veces es idea de última hora — alguien que no avergüence al partido como presidente. Así que ambas formaciones tienen igual interés en prolongar el proceso de selección para reducir la probabilidad de que un torrente de victorias al principio decida los comicios antes de haber cumplido su función de selección y examen.
Con los estados rivalizando con destreza por las primeras posiciones, el riesgo ha consistido en que el proceso se comprima en algo parecido a unas primarias nacionales anticipadas. Esto favorecería claramente a los candidatos conocidos y consolidados y excluiría virtualmente a todos los demás.
Ha habido otras propuestas. Una divide a la nación en cuatro regiones que celebran votaciones a intervalos mensuales, rotando el turno de celebración cada cuatro años. Otra prolonga el proceso durante 10 intervalos de dos semanas, votando los últimos los estados más grandes, dando la posibilidad de ganar fuerza a los candidatos menos conocidos.
Tales planes, sin embargo, exigen una cooperación entre los estados próxima al altruismo, algo con lo que no hay que contar. En su lugar, los dos partidos mantienen una tónica Madisoniana, entendiendo que los incentivos son más eficaces a la hora de alterar el comportamiento que las exhortaciones morales.
Hablando del sagrado Madison, las reformas de los partidos son un pequeño retorno a lo que preveía la Constitución — normas establecidas para algo importante. Los Padres de la patria consideraban la elección de los candidatos presidenciales algo tan crucial que quisieron que el proceso estuviera controlado por la Constitución. De forma que inventaron un sistema dentro del cual la elección de los candidatos presidenciales y la elección del presidente tuvieran lugar de forma simultánea:
Los electores reunidos en sus estados respectivos, en cifras equitativas a los representantes y senadores de sus estados, votarían a dos candidatos a presidente. Cuando el Congreso contabilizase los votos, el que más recibiera se convertiría en presidente, y en vicepresidente el segundo.
Esto no sobrevivió al rápido ascenso de los partidos. Tras las presidenciales de 1800, que se decidieron en la Cámara por 36 votos, se adoptó la Duodécima Enmienda y de pronto la nación tenía lo que ha tenido desde entonces — un proceso de importancia supina pero sin reglamento establecido. El proceso ha venido siendo la versión política de "la tragedia de Hardin" — al actuar de forma interesada todo hijo de vecino, los intereses de todo hijo de vecino salen perjudicados.
En 1952, el Senador de Tennessee Estes Kefauver ganó todas las primarias Demócratas a las que concurrió menos las de Florida, con las que se alzó el Senador de Georgia Richard Russell. De manera que el candidato fue… el Gobernador de Illinois Adlai Stevenson. Los líderes del partido, una especie tan extinta como los dinosaurios, tenían aversión a Kefauver.
Hoy, las modestas reformas de los partidos — la mejor clase de reforma — han paliado de alguna forma los riesgos inherentes de la democratización integral del proceso de candidaturas. Desde luego la democratización no ha registrado mejoras dramáticas equiparables en el nivel de los candidatos. Y el Presidente titular, cuya campaña constituyó su cualificación para ocupar el puesto, es prueba de que ni siquiera una campaña prolongada y taimada es indicador infalible de una gestión pública hábil.
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