Venezuela: ¿Cuán lejos estamos de una gesta electoral limpia y democrática?
La discusión acerca de la democracia incluye a menudo los conceptos libertad e igualdad. Para algunos la libertad es algo ajena a la democracia que ante todo promueve la igualdad ante la ley, la justicia distributiva, la igualdad de oportunidades, con controles muy precisos sobre el funcionamiento general de la sociedad, sacrificando a veces libertades individuales.
Libertad y democracia son entonces conceptos que si bien no se contraponen se distancian entre sí. Esta democracia gira en torno a la sociedad, a la integración social y a la igualdad y privilegia la democracia en sentido social y económico.
Para otros, por el contrario, libertad y democracia son complementarios y hasta se confunden. Advierten que la libertad es un principio básico de la democracia y le atribuyen a ésta las características de la libre competencia y de la economía de mercado para hablar de democracia liberal; ésta gira en torno al individuo, prioriza la democracia en sentido político, privilegia la iniciativa y la innovación personal y su lógica libertaria puede traducirse como igualdad de oportunidades de llegar a ser desiguales.
Pero, sin que importe mucho el perfil, en todas las democracias se renuevan con alguna frecuencia los poderes nacionales, regionales y locales mediante procesos electorales. A través del sufragio la ciudadanía tiene la posibilidad de influir sobre el proceso político y legitimar sus autoridades. Hay otras maneras de incidir sobre esos procesos pero las elecciones suelen tener gran significación. El acto de votar es una de las muchas modalidades de participación política y para que esto se dé los ciudadanos tienen que estar ampliamente informados de las distintas opciones electorales y por supuesto deben estar en total libertad de escoger. Las campañas electorales deben ser un ejercicio democrático en el cual los candidatos exponen y debaten ampliamente sus ideas, sus programas y sus propuestas. Los ciudadanos, por su parte, elegirán libremente también a sus representantes o a los administradores de la cosa pública; escogerán de acuerdo con sus preferencias y convicciones al que mejor los interprete, al que más los convenza. Es así como el pueblo delega en otros su voz y su representación. Desafortunadamente en la, cada vez más débil, democracia venezolana estos comicios se ven alterados por prácticas ilícitas como el clientelismo (voto cautivo), el intercambio de votos por prebendas de todo tipo (ofertas de empleo, de subsidios, etc.) y por la compraventa pública, abierta y descarada del voto. Se dice que de todo esto hay en las elecciones venezolanas.
Esto despedaza la democracia y así no hay vencedores ni vencidos, todos son perdedores, en especial los que creen que la política es un instrumento para lograr igualdad, justicia y convivencia. Algunos argumentan que estas prácticas son pautas culturales, comportamientos acostumbrados y como tales inevitables, que “es imposible estar arrimado al fuego y no quemarse”. ¡Qué fatalismo! Parece que en Venezuela un porcentaje de votantes no parece convencido por nadie o no le interesa informarse; ese grupo no le dará su voto a nadie sino que lo venderá, porque habrá quien le pague. ¿Cuánto? Para un oportunista cualquier suma es ganancia y para un pobre, el poco dinero es una ayuda para atenuar las penurias.
La pobreza tradicional genera a veces una psicología permisiva y laxa en la que las consideraciones éticas no tienen espacio. Un poco de dinero es quizá lo único que los pobres pueden lograr de un proceso electoral y para los aspirantes el asunto se vuelve cómodo puesto que con votos comprados no hay más compromiso con sus “electores”. El voto libre y espontáneo sólo se da en un contexto de mayor democracia económica y de justicia social. Pero, ¿Cuán lejos estamos en Venezuela de una gesta electoral limpia y realmente democrática?
- 12 de julio, 2025
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