«El nacionalismo es la peor construcción del hombre»
El País, Madrid
Mario Vargas Llosa ha dedicado tres años a reconstruir la vida de Roger Casement, pionero defensor de derechos humanos, que protagoniza 'El sueño del celta'
Mario Vargas Llosa recoge en su nueva y estupenda novela aquella reflexión del escritor y político uruguayo José Enrique Rodó: "Un hombre es muchos hombres". No digamos ya en el caso de Roger Casement (1864-1916), personaje real inspirador de uno de los lanzamientos más esperados del otoño literario. Diplomático reservado, sir y escritor, temprano relator de derechos humanos, héroe irlandés, traidor británico, torpe estratega militar, homosexual atormentado, reo ajusticiado… De la suma de todos los casement resulta una obra que Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) ha tardado "tres años" en culminar, desde aquel lejano y nebuloso "descubrimiento del personaje en una biografía de Joseph Conrad".
El tiempo se fue en documentar la peripecia de un cónsul británico que, despertado a los horrores del colonialismo de Leopoldo II, viajó por el Congo belga en 1910 para documentar la barbarie con descarnado realismo en el informe que le daría fama (y que ahora rescata Ediciones del Viento en La tragedia del Congo). No fue esa la única amarga denuncia de Casement. La situación de los indígenas al servicio del sistema de la extracción del caucho en la Amazonia mereció otro de sus relatos de estilo aterrador por su exacta sobriedad.
Entregado a la causa nacionalista irlandesa, viajó a Berlín para conspirar contra Reino Unido en plena I Guerra Mundial, participó en el alzamiento del Ulster de 1916 y acabó condenado a morir ahorcado tras tres meses en prisión y un juicio que conmovió a la sociedad británica por el aireamiento de unos diarios repletos de escabrosas aventuras homosexuales cuya autenticidad aún es objeto de debate. "Es un personaje múltiple, con varias biografías que no encajan muy bien", explicaba recientemente Vargas Llosa en su casa de Madrid, donde se mostró tan brillante, preciso y generoso como la lectura de sus libros hacía presagiar. "Fue, sobre todo, uno de los primeros europeos que tienen una conciencia clara de lo que es el colonialismo".
Pregunta. Sorprende el nacionalismo fervoroso de su protagonista. Un atributo poco común en sus héroes…
Respuesta. Siempre he tenido terror de esa forma de fanatismo. El nacionalismo me parece la peor construcción del hombre. Y el caso más extremo de nacionalismo es el nacionalismo cultural. Aunque en ciertas circunstancias puede representar valores libertarios…
P. ¿Hay un buen nacionalismo?
R. En ciertos pueblos aplastados por colonizadores, que aspiran a liberarse del ocupante, el nacionalismo tiene un valor positivo. Pero lo peligroso es cuando se convierte en una ideología. El nacionalismo significa violencia, prejuicios, distorsión de valores. Casement vive la parte más idealista, que es la de la lucha contra el opresor.
P. El libro está repleto, desde su mismo título, de sueños y fantasías.
R. El sueño del celta es un poema que escribió Casement, que era muy mal poeta. A mí las fantasías me sirvieron para tapar los huecos de un personaje enigmático. Y luego están las fantasías políticas. Leopoldo II fue un gran fabricante de sueños; él consigue que le regalen el Congo porque monta una ficción, un mito sobre sí mismo, sus intenciones y sus designios. Por eso Casement se va al Congo, en pos de ese sueño.
P. Y se topa con el horror más absoluto y conradiano, el horror del coronel Kurtz…
R. Es un libro también sobre cómo ciertas circunstancias deshumanizan a los hombres hasta hacerlos monstruos. Eso también lo vivió en el Perú, con el sistema de extracción del caucho. Se cometían las mayores atrocidades desde la impunidad más absoluta. Es como una especie de inmersión en el mal. Casement vive eso y mantiene una distancia, lo escribe, lo documenta y no se vuelve loco.
P. ¿La barbarie de África, que se suele despachar como un continente sin remedio, es heredada?
R. Por supuesto. No hay barbarie comparada a la del colonialismo. Y además deja unas secuelas de las que África nunca se ha podido recuperar. No dejó nada positivo. En otras partes se puede decir que algo quedó…
P. ¿Como en América?
R. Allá se trasladó una parte de Europa que echó raíces. Se recreó una nueva versión de Occidente. Pero en África fue el saqueo por el saqueo. Como eran culturas muy primitivas fueron arrolladas sin ninguna oposición. Fíjese, tanto tiempo después no hay manera de que el Congo se ponga en pie. Leopoldo II ha sido la gran maldición del Congo.
P. Sin olvidar al bestial dictador que fue Mobutu…
R. Les ha tocado lo peor. Tal para cual. Los horrores que hicieron ambos…
P. ¿Diría que la figura de Leopoldo II ha quedado fijada en la historia en su justa envergadura genocida?
R. En Bélgica, no. Sigue teniendo un museo maravilloso, que es una especie de pequeño Versalles. No sabemos cuántas, pero se calcula que murieron 10 millones de personas en su época. Casi como dos veces el Holocausto judío. Es, de hecho, el primer gran Holocausto moderno. Ahí siguen todavía, entre matándose, con ejércitos extranjeros interviniendo en el Congo.
P. ¿Cree, como Robert Kaplan, que hay países incapaces de construir una democracia?
R. En lo inmediato no creo que haya ninguna posibilidad para el Congo. Es el país que peor lo ha pasado en el África y probablemente en el mundo. Hay una fuerza de las Naciones Unidas a la que han dado unas instrucciones completamente disparatadas, yo lo pude comprobar cuando viajé con Médicos Sin Fronteras para escribir un reportaje en El País Semanal. Solo actúan para que se apliquen los acuerdos de paz, pero les prohíben que intervengan en los asuntos internos.
P. Los periódicos informan regularmente de episodios pavorosos como las recientes violaciones en masa acaecidas en Congo ante la pasividad de la ONU.
R. Cuando viajé, un médico me habló de que el gran problema eran las violaciones. Todos violan porque la violación se ha convertido en un arma política, militar. Haces daño al enemigo violando a sus mujeres. Es el objeto más vulnerable, codiciado que hay. Y me impresionó muchísimo. Me contó varios casos espantosos y se echó a llorar. ¡Qué extremos de barbarie! Todo esto lo vio Casement de una manera muy premonitoria. Sus informes son de una enorme riqueza etnológica, antropológica y desde luego política. Luego es muy interesante la evolución del personaje, cómo siendo un anglófilo imperialista y anglicano se hace independentista irlandés y católico. Vive una contradicción permanente siendo diplomático británico se instala en la duplicidad que en realidad es una triplicidad, si se añade el asunto de su homosexualidad. Depende del ángulo desde el que lo mires cambia completamente de sentido, de valencia moral, política.
P. El lector que desconozca el personaje histórico, quedará fascinado con otra dimensión, la novelesca…
R. Siempre va a quedar alrededor de él una gran incertidumbre. ¿Qué cosas son ciertas de las que se le han atribuido? Sobre todo lo relativo a sus escandalosos diarios, está hundido en los fondos de la inteligencia británica. Y en Irlanda, por una parte es considerado un héroe, pero por otra hay una incomodidad absoluta. Nadie lo reivindica abiertamente porque provoca mucho malestar, porque es un país católico, moralista, tradicionalista. Hablas con los independentistas, reconocen que es un héroe y niegan de entrada todo lo que se le ha atribuido.
P. ¿Cree que sus diarios fueron falseados?
R. Es una polémica que siempre está muy viva. Quedan historiadores que sostienen que los diarios son falsificados. Mi impresión tiende a aceptar que si no totalmente, en gran parte son auténticos. Es una cosa de novelista, no de historiador. No había materialmente tiempo para que se hiciera una falsificación ajustada a los pormenores de la vida de Casement. Pasaron tres meses entre que lo apresaron y su ejecución. Por otra parte, las barbaridades que él cuenta, sobre todo las sexuales, es casi imposible que las cometiera sin que lo supieran los de alrededor, sin que fuera la comidilla de la comunidad de colonos. Y luego están las proezas sexuales, técnicamente imposibles…
P. De la novela se deduce que era su forma cobarde y tímida de vivir cosas que no le estaban deparadas.
R. Creo que así fue. Lo más probable es que llevase su homosexualidad de una manera muy reprimida, tomando inmensas precauciones. No solamente la moral, la legalidad victoriana era feroz. Uno podía acabar en la cárcel. Quizá su desfogue eran sus diarios.
P. La historia de Casement nos enseña que, por mucho positivo que uno haga, su imagen pública valdrá lo que sus últimos actos. ¿Llegó a sucederle a usted con su incursión en la política a principios de los noventa?
R. Si tuviera que hacerlo de nuevo no la haría. No lo lamento, ya lo viví. Aprendí cosas… Más negativas que positivas. Pero me sirvió. Normalmente, un intelectual ve de la política lo mejor. No ve la cosa menuda, pequeña, mezquina… todo lo que se relaciona con el poder es muy degradante. Si no quieres que la política sea peor de lo que es, tienes que actuar. Y eso implica, como decía Max Weber, vender el alma al diablo. La política no es para los puros. Es humana en el sentido más terrible de la palabra.
P. El sueño del celta guarda cierta similitud con La fiesta del chivo, parte de la historia como pretexto de ficción…
R. No he hecho nunca novela histórica. No es lo mío ofrecer una versión más o menos animada de los hechos. La historia ha sido para mí siempre una materia prima, para fantasear, para intentar a partir de ahí contar una ficción.
P. Sostiene la periodista cultural Janet Malcolm que toda biografía es un acto de traición…
R. Es un acto frustrante. Sartre dedicó muchos años a escribir sobre Flaubert. En El idiota de la familia trataba de averiguar valiéndose de todos los adelantos intelectuales de nuestra época qué se puede saber hoy sobre un hombre. Escribió tres enormes volúmenes, inmensos, que te tomaba meses leer, al final no había llegado siquiera a Madame Bovary.
P. ¿Hemos de advertir un cierto agotamiento de la vida, de su día a día, como fuente de inspiración en su obra reciente?
R. Una historia que pasa en la literatura no es una historia anterior a la literatura. Es una historia que se vuelve literatura, porque las historias que pasan en la vida suceden no con palabras, sino con hechos. Al volverse literatura, se convierten en otra cosa. Se convierten en una cosa que vale por el vocabulario, la simbología, el estilo, la estructura. La literatura se puede apropiar de todo. Lo que resulta es literatura, no es sociología, historia o política aunque de todo haya en una novela. Lo maravilloso del género novelesco es que es un género caníbal que se apropia de todo y le da otra dimensión.
P. ¿Aún se considera periodista?
R. Escribo en periódicos. Y a veces aún hago periodismo de calle. Fue además una fuente maravillosa de temas, de personajes. No sé qué porcentaje, casi la mitad de las cosas que he escrito provienen de mis tiempos de periodista.
P. ¿En qué trabaja ahora?
R. En un pequeño ensayo, La civilización del espectáculo. Cómo la cultura contemporánea prima el espectáculo. Lo que no pasa por el espectáculo no es cultura.
P. ¿Hay vuelta atrás para eso?
R. No creo que se pueda recuperar. El espectáculo se ha convertido en el valor de nuestra época. Ya no hay valores, nadie sabe qué cosa es buena, qué cosa es mala, qué cosa es bella, qué cosa es fea. Vivimos en una de las épocas más confusas de la historia.
P. Ensayos, obras de teatro, columnas de opinión… ¿No teme que la superproducción le impida estar a su propia altura?
R. Siempre hay miedo a perder el pie. Hay que tratar de mantenerse lúcido, no volverse una ruina humana. Uno hace lo que puede… Lo que no creo que deba pensar un escritor es en retirarse. Si el tiempo te retira, la enfermedad te retira, claro, pero si tienes ilusiones hay que seguir trabajando.
P. Edward Said hablaba del interés de cierto estilo tardío…
R. Sí, claro, pero siempre me ha angustiado mucho la idea de esos escritores que pierden el fuego, se callan. Me sentiría muy desgraciado si no pudiera trabajar. Con el tiempo se pierden capacidades, me temo que sí, pero hay que mantener la lucidez y el espíritu crítico. Perder el espíritu es una enfermedad en la que caen muchos escritores. Es como volverse una estatua en vida.
P. ¿Y el Nobel de Literatura?
R. Pensar en ello es malo para el estilo, tardío o no.
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