Femenino, feminización, ¿feminazismo?
Los discursos de moda utilizan la letra “a” hasta el hartazgo. Hoy parece haberse encontrado en el idioma la fórmula demagógica para congraciarse con la sociedad respecto a la no discriminación. Hay casos que rayan en lo ridículo como “lideresa”. O no veo la necesidad de cambiar “juez” por “jueza”, puesto que si es una mujer quien lo ejerce –y se la ve–, ¿cuál es el problema? Además es correcto decir “la juez”, igual que “la presidente”.
Las palabras empiezan a ser cambiadas en la política, ya no es el uso popular el que impone con el tiempo. Los cambios en el lenguaje, dicen algunos, pueden modificar el pensamiento, aunque la pura verdad no está en lo que se dice sino en lo que se hace. “Miembras”, “sujetas” (ej., sujetas de cambio”), “símbolas” o una nueva y pésima manera utilizar la @: “paraguay@s”, “amig@s”, “chic@s”, lo cual suena mucho más femenino que masculino.
En los discursos, hablados o escritos, las transformaciones abundan: “Los niños y las niñas…”, ¿por qué no la niñez? ¿Qué se viene próximamente: pobres y “pobresas”?
Los cambios en el lenguaje utilizados por los grupos políticos de poder son ya extremadamente notorios; en Argentina, Cristina Kirchner mide cada una de sus expresiones en su afán de mantenerse en el área de una rentable diversidad. Muchos ya llaman a este tipo de uso “feminazismo”.
“El discurso feminista por sí solo no cambia la realidad. Podés decretar que a partir de ahora todas las palabras van a tener su correspondiente terminación en ‘a’, y no por eso las mujeres vamos a ganar los espacios laborales que nos están debiendo desde hace un montón de tiempo, o vamos a abandonar los trabajos precarizados que son mayoría para las mujeres. Es decir, hay condiciones estructurales que necesitan políticas públicas de profundidad y no soluciones cosméticas”, dice la Dra. en Ciencias Sociales, la argentina Adriana Amado.
La mujer es hoy uno de los blancos más codiciados por los principales grupos de poder: la política y la publicidad. Son ellos los que le marcan la personalidad, qué debe hacer, qué debe comprar, qué debe reclamar.
Pero ella, tomada como persona contemporánea, aún no existe. Todos los roles asumidos por tantas mujeres en empresas importantes, son logros solo individuales (y en el lugar). A nivel social el reconocimiento sigue lejos. Una veterinaria contaba que al atender en una clínica la gente llegaba y, aun viéndola con el guardapolvo, preguntaba: “¿Y el doctor?”. Ante esto las feministas toman revancha; un hombre me decía que en su lugar de trabajo (oficina pública) lo obligan a utilizar todo el tiempo “ellas y ellos”, “esperados y esperadas”, “informados e informadas”. Vaya con la poesía larga y aburrida, ¿este uso de femenino y masculino aclara el mensaje o lo hace difuso?
Que la mujer consiga espacios no depende de modelar el lenguaje al antojo, cosa que al final en vez de igualar solo separa, divide, discrimina y proporciona buenos chistes. “La mujer en el cine”, “asumió el cargo una mujer”… ¿qué tiene el ser mujer? Margarita Yourcenar no fue la primera mujer en integrar la Academia Francesa por su sexo.
¿Son responsables las mujeres por la falta de un cambio de prácticas sociales?, preguntaba una periodista a la Dra. Amado. “Claro que sí son responsables. Si muchas de las mujeres hubiéramos podido organizarnos y manifestar nuestro descontento con las publicidades ofensivas, seguramente estos señores las estarían cambiando. Así como estamos aprendiendo a reclamar porque el teléfono celular funciona mal, tenemos que aprender a reclamar a los medios y anunciantes que lo que estamos viendo no nos gusta. Hay que ejercer algún tipo de control”.
A las meras palabras, por muy a favor de la mujer que suenen, se las lleva el viento. Los hechos son los que cuentan.
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