¿Podrá Santos desmarcarse de las inercias que hereda?
La presente crisis entre Colombia y Venezuela no es la primera. La pregunta es si puede ser la última de una serie espasmódica de denuestos, peleas, amenazas y ruptura de relaciones diplomáticas -como la actual, vigente desde el 22 de julio pasado-, que caracterizó la convivencia de esos países desde 2004 a esta parte. La respuesta -y la esperanza-, para muchos, está depositada en Juan Manuel Santos, que a partir del próximo sábado 7 asume la presidencia colombiana. En otras palabras, ¿podrá el nuevo mandatario revertir ese sello confrontativo, frontal y nada diplomático que marcó la relación colombiano-venezolana con Álvaro Uribe, el presidente saliente, por un lado, y Hugo Chávez por el otro?
Tarea difícil para Santos, por varias razones. La primera de ellas es la doble inercia que representan Uribe y Chávez para él. Aunque Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa con Uribe, arrasó las elecciones de junio montado sobre el caballo del uribismo -ofreciendo un cambio dentro de la continuidad-, le va a costar ponerle el bozal a su mentor y antecesor. Es que Uribe no tiene intenciones de desaparecer de la escena pública. Si planea en un futuro disputar la alcaldía de Bogotá o si va a formar parte del comité de la ONU que investigará el incidente de la flotilla humanitaria en Gaza, poco importa.
· Éxitos y fracasos
Por más que el sábado le entregue el mando a Santos, lo que no va a endosarle Uribe son sus dos grandes éxitos. El primero es su conexión con la gente. Después de dos periodos presidenciales, se retira con una economía floreciente (+7% para el PBI 2010) pero además con 70% de imagen positiva, y eso sin tener de su lado a los grandes medios de comunicación. El segundo es haber triunfado sobre las FARC. Según cifras oficiales, en 2002 cuando asumió, había 32.000 narcoguerrilleros; hoy no pasan de 8.000. En 2002, el 63% de los colombianos creía que las FARC podían tomar el poder; hoy, según Gallup, el 85% dice que se puede derrotar militarmente a la guerrilla. Pero además, Uribe siempre retroalimentó ambos éxitos mediante la confrontación con su adversario internacional, Hugo Chávez. Cada pelea le trajo mayor consenso entre los colombianos.
Por eso, para dejarlo en blanco sobre negro, es que hace 15 días denunció ante la OEA que el gobierno venezolano permitía la presencia de más de 80 campamentos de las FARC y cerca de 1500 narcoguerilleros. Y, para no dejar dudas de que no piensa quitarse el uniforme de fajina, Uribe dijo Voy a pedirle a Santos que me permita, desde la noche del 7 de agosto, participar como colaborador de la Fuerza Publica , para agregar que continuaría sirviendo a Colombia desde cualquier trinchera.
En inercia parecida, aunque inversamente proporcional, está Hugo Chávez. Después de 11 años en el poder, el venezolano es un paladín de los récords negativos: la mayor inflación del continente (superaría este año el 45%); denuncias generalizadas de corrupción en el gobierno, incremento de los índices de inseguridad, desabastecimiento, vaciamiento de las cuentas públicas y malversación de la renta petrolera. Con el índice de aprobación más bajo en una década, Chávez -al igual que Uribe, un gran comunicador con la gente- necesita desviar la atención de sus desastres domésticos. Por eso es que le vienen tan bien -tanto como a Uribe- los episodios cuasi bélicos con sus vecinos. Por eso también, es poco probable que a partir de la asunción de Santos el venezolano decida quitarse la piel de lobo para colocarse el delantal de Heidi.
· Isla
Otro factor, poco percibido durante esta última crisis venezolana-colombiana, dejaría a Chávez más aislado que nunca, y, casi como una fiera enjaulada, más predispuesto aun a la confrontación distractiva con Colombia. Ese ingrediente es Cuba. Por primera vez, el régimen de los Castro, que siempre apadrinó a Chávez en todas sus aventuras antiuribistas (y, por extensión, anti-imperio estadounidense), le habría soltado la mano. Cuestiones prácticas: además de estar La Habana en un proceso de tibio acercamiento con Washington, sin petrodólares para repartir, el sobrino Chávez ya no sería un pariente a cortejar desde la isla.
El aislamiento, peligroso, de Chavez, confrontaría a su vez con un giro de timón en las relaciones exteriores de Colombia que prometió Juan Manuel Santos durante la campaña presidencial. Anticipó que buscaría la diversificación, tanto en el ámbito bilateral como también en la búsqueda de nuevos socios y alianzas estratégicas en el ámbito internacional. En otras palabras, la política exterior de Santos apuntaría a desmarcarse de su propio padrinazgo, casi exclusivo, de Washington (otra forma de aislamiento) para reforzar otras relaciones con el vecindario sudamericano, además de las incondicionales que hoy tiene con Chile y Perú.
Así, el cambio en las relaciones exteriores de la administración Santos rompería la inercia heredada de Uribe y buscaría una distensión con Venezuela. Resta saber si Chavez, cada vez más atrapado en su laberinto de fracasos, puede salir de su encerrona. Cabría una débil esperanza en la intercesión del brasileño Lula da Silva, quien hasta ahora supo llevar bastante bien al venezolano. Pero en enero 2011, quien lo suceda en Brasilia, sea José Serra o Dilma Rousseff, no tendrá esa paciencia franciscana. Por eso, no le quedará otra al colombiano Santos, que tomarse en serio eso de ser el 'santo' de la película que viene.
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