El pacto de los suizos
Helvecia, situada en el centro de Europa, en las estribaciones septentrionales de los Alpes, adquirió primordial importancia geopolítica gracias a los pasos del San Bernardino, Adulas y otros, y luego del San Gottardo, importantes rutas militares y de intercambio comercial.
Periclitada Roma, la lucha entre el poder imperial, reyes, condes y nobles se centraba en el señorío de los pasos alpinos. Se enfrentaron la Alta Borgoña, el Condado Suabio y luego los Condes de Saboya y de Ginebra; surgieron los Habsburgo, originarios de la Alsacia, decididos a unir ese territorio con sus posiciones alpinas.
El paso al segundo milenio coincidió con un notorio avance en la economía regional; aumentó la población, de la masa de campesinos y de pastores surgieron artesanos, comerciantes e intelectuales. Las ciudades de Basilea, Zurich, Ginebra y Berna prosperaron y adquirieron peso político.
El incremento del comercio desde Milano y Como hacia el norte aprovechó a los pobladores de los valles, dedicados al pastoreo y a la agricultura, hombres libres, apegados a su organización social y política ancestral. Los pastores, ahora ganaderos alpinos, de cuyos suministros de carne y quesos dependían los habitantes de las ciudades, así como éstos y aquéllos eran proveídos de granos y otros productos desde la llanura, participaban activamente en el comercio y en el transporte a través de los Alpes. Las duras condiciones de vida, el clima, la construcción de acueductos en terreno agreste, el cuidado del bosque, dispensador de la irreemplazable madera y defensa ante avalanchas y aludes de piedra, hicieron del alpino un pueblo de hombres fuertes, unidos por las exigencias de su entorno y socialmente conservadores.
Los cambios económicos, la pugna de los poderosos y el surgimiento de las ciudades carecieron de un ordenador: distante la Corona y su poder, los actores locales se atenían a sus cambiantes intereses. No existía un ordenamiento jurídico común, la justicia se desenvolvía en condiciones precarias. En los valles alpinos se mantenía la antigua tradición, incluso la venganza.
Con todo, la Suiza que cumple 719 años no se debe a circunstancias sociales ni económicas; es ella el resultado de una voluntad política, que se fue afirmando a medida del transcurso del tiempo y de sus crecientes resultados. Asegurar la convivencia entre los disímiles elementos del espacio alpino, en permanente pugna, era de primordial importancia. Las ciudades en constante crecimiento, la nobleza y algunas órdenes ecuestres celebraban pactos de breve duración para mantener el statu quo, especialmente cuando vacaba el trono. Las comarcas de Uri, Schwyz y Unterwalden, situadas a los pies de los Alpes, aquejadas por querellas internas, requeridas por la pugna entre el Emperador y el Papa y las pretensiones de los Habsburgo, decidieron “en atención a la maldad de los tiempos” celebrar una “alianza perpetua” para mantener las tradiciones ancestrales, asegurar la paz interna y la defensa ante el peligro externo.
Es este el pacto juramentado en 1291 por los confederados de las tres comarcas alpinas, inmortalizado por Schiller junto con la legendaria figura de Guillermo Tell. A través de los años atrajo a comunidades aledañas, llegándose así a la actual Confederación Suiza, constituida por 26 cantones, en la cual conviven gentes de diferentes culturas y religiones, se hablan tres idiomas y uno ancestral: el romance.
La organización político-jurídica de la Confederación —en derecho desde el siglo pasado un Estado Federal— permite a los ciudadanos el ejercicio directo de la democracia, tanto en el plano comunal como en el cantonal y federal. Para ello disponen de dos mecanismos jurídicos: la “iniciativa”, conforme a la cual un determinado número de ciudadanos propone la modificación de la Constitución Política, y el “referéndum”, en el que la ciudadanía se pronuncia sobre modificaciones constitucionales o legales.
La Confederación Suiza traduce a la realidad un concepto sui generis del Estado. Ella ha establecido una tenue relación con la Unión Europea, cuyos logros en el campo de la armonización económica sufren, actualmente, tropiezos tan serios como los que encuentra en sus aspiraciones de consolidación política. Viene al caso considerar la solución federal, que en otro contexto propugnara Victor Hugo: “La Suisse, dans l’histoire, aura le dernier mot”.
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