Nicaragua: Nada es lo que parece
Estaba en Nicaragua cuando los sandinistas perdieron las elecciones de 1990. Acababa de salir del frente de Morazán y sólo unos meses antes había pasado por el fracaso militar de la ofensiva de 1989, el rápido colapso del entonces llamado "campo socialista", la masacre de la plaza Tiananmen y la grotesca farsa, que acabó con el fusilamiento en Cuba del general Arnaldo Ochoa, Tony Laguardia y otros altos militares y funcionarios cubanos.
Parecía que todo el entramado socialista construido por revoluciones en donde murieron millones de seres humanos, gran parte de ellos idealistas sinceros que soñaban con un mundo mejor, se desplomaba hecha pedazos como la estatua del sueño de Nabucodonosor. Vi las caras desencajadas de los comandantes y altos cuadros sandinistas, cuando a la mañana siguiente de las elecciones, el 26 de febrero de 1990, reconocieron la derrota y felicitaban a la Unión Nacional Opositora y su candidata ganadora doña Violeta Barrios de Chamorro.
Esa mañana Daniel Ortega pronunció un discurso admirable, dijo cosas como "los sandinistas llegamos sin nada al poder y sin nada nos vamos". Sus partidarios le gritaban que no entregara el poder por culpa de unos traidores y él respondió: "los pueblos no son traidores. Los pueblos se equivocan pero no son traidores". Y habló de democracia y de hacer una oposición constructiva. A su lado Sergio Ramírez, el vicepresidente, y Edmundo Jarquín, entre otros pocos lo escoltaban. Todos allí tenían cara de velorio.
En ningún momento Daniel Ortega insinuó que no cumpliría con los compromisos adquiridos antes de los resultados electorales. Jamás los sandinistas, tras diez años de estar en el poder, el cual conquistaron a balazos con el apoyo de un pueblo que se insurreccionó contra Somoza, creyeron que perderían esas elecciones. Lo controlaban todo: El Ejército, la Policia, los medios de comunicación, los sindicatos, los programas de estudio, los comités de defensa (lo que en realidad era una inmensa red de orejas), los órganos del Estado. Todo.
Habían hecho una campaña millonaria, alegre, creativa, apoyada por artistas del extranjero muy conocidos como la Sonora Dinamita y Daniela Romo. En la campaña aparecía un Daniel Ortega de unos 39 años, corriendo atlético en una playa, mientras de fondo sonaba un jingle que le llamaba "El gallo ennavajado". En ese momento el sandinismo era sólido, fuerte, único.
Los pocos anuncios de la oposición mostraban a una señora un poco mayor, vestida de blanco, que hablaba con un tono de voz de ama de casa y que para colmo andaba en una silla de ruedas porque en una caída se había fracturado un pie. Todas las encuestas decían que el sandinismo ganaría y por muchos votos de diferencia. Pero no. El 25 de febrero los sandinistas, que tenían todo el poder, fueron derrotados.
Ciertamente la mañana después de las elecciones Ortega habló como un demócrata. Pero algo pasó inmediatamente después, porque al día siguiente de esa conducta elogiada por el expresidente Carter y toda la prensa extranjera, Ortega cambió. Dijo que "gobernaría desde abajo". Y el sandinismo dejó de ser para siempre lo que era. Poco antes de entregar el gobierno se produjo la famosa "piñata", quizá uno de los actos de corrupción más grande en la historia de Latinoamérica.
En los primeros meses de oposición pasaron cosas. La bancada sandinista se dividió. Varios de los máximos comandantes se pelearon entre ellos. Humberto Ortega, quien había sido miembro de la Dirección Nacional y uno de los más admirados comandantes de la revolución, pactó con el gobierno de doña Violeta, ejercido más bien por su yerno Antonio Lacayo y se quedó como jefe del ejército durante mucho tiempo. Humberto, el antiimperialista, el duro marxista condecoró por esos días a un alto militar estadounidense, funcionario de la embajada en Managua. Mientras tanto el sandinismo parecía deshacerse desde las bases mismas.
Los derrotados hablaban y escribían con el hígado. Había separaciones, recriminaciones, expulsiones. El pegamento del poder y los privilegios que de ello se desprende había desaparecido. Nadie daba un devaluado córdoba por el futuro del Frente Sandinista. Como telón de fondo el comunismo parecía enterrado para siempre en la historia. La derecha, en Nicarargua y el resto del mundo hizo sonar las campanas de una victoria total y definitiva sobre la izquierda.
Pero "nada es lo que parece". El sandinismo no sólo no murió, sino que, tras un reacomodo de fuerzas increíble (sólo hay que ver la conducta del Cardenal Obando), regresó al poder, reapareció el socialismo, ahora del Siglo XXI. Hay tanto paralelismo con lo que nos está pasando aquí y ahora. Cambian los actores pero las conductas son muy similares. Nada es lo que parece.
El autor es columnista de El Diario de Hoy.
- 12 de julio, 2025
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- 15 de diciembre, 2010
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