Uruguay: La verdad de lo que está en juego
El País, Montevideo
George Orwell en su terrible sátira "1984", describió las características de una sociedad hipertotalitaria involucrada en conflictos y guerras interminables regida por un control del pensamiento y de la expresión que se reflejaría en el "doble discurso" y en el "nuevo pensar".
Y aunque lo anunciado no se ha cumplido exactamente, nuestra sociedad política emite señales que afectan seriamente la calidad institucional y el funcionamiento del sistema democrático.
El doble o múltiple discurso comienza a ser electoralmente más atractivo que la expresión coherente del pensamiento político. Cuando se acude a la frase "como te digo una cosa te digo la otra", se ingresa en la administración de los temas cotidianos a través de una manipulación de la opinión pública.
Lo cierto es que el ciudadano no tiene una preocupación permanente por todos los temas que se relacionan con su interés; de modo tal que, al identificar los problemas en su orden de prioridad, tiende a sintonizar con aquellas propuestas que con más fuerza se relacionan con su vida cotidiana.
A partir de allí, al reclamar soluciones puntuales acepta inconscientemente el doble discurso o el mensaje mediático transmitidos como mensaje electoral.
De esta manera se debilita la exigencia de identificar un proyecto de país en condiciones de superar los distintos intereses sectoriales.
La representatividad como eje del sistema democrático y la coherencia de pensamiento como su piedra angular, se van diluyendo de la mano de un estilo de hacer política que compromete los valores que sustentan nuestro ordenamiento constitucional, el respeto a la ley, y el sagrado compromiso con el Estado de Derecho.
En su lugar las etiquetas mentales se suman y siguen estando a la orden del día: conservadores y progresistas, izquierda y derecha, neoliberales y socialistas, son los trazos gruesos que disimulan los verdaderos tonos grises de una sociedad política y que imposibilitan recorrer caminos de coincidencia, antes y después de cada acto eleccionario.
Las trincheras se van cavando más hondo y el agravio gana espacio entre los distintos actores, no sólo a nivel partidario sino también en los diferentes estratos sociales.
La situación se torna más peligrosa cuando las señales son contradictorias desde el propio gobierno.
En este sentido sobran ejemplos que muestran al Presidente de la República sacando el pie del acelerador de muchas leyes aprobadas sin la mínima discusión parlamentaria y apoyadas por una mayoría regimentada.
En otras palabras, nos enfrentamos a una imposición legal, arrogante y hasta intolerante, que solo admite un dique de contención en el propio Presidente de la República, que ha decidido en muchas oportunidades separarse del pensamiento de su fuerza política para confundir a la comunidad y proyectar un doble discurso propio de una campaña electoral.
Lo que es más grave porque proviene del Presidente de todos los uruguayos.
De esta manera se explica el avance del "nuevo pensar" al que refería Orwell, cuando se percibe que el Poder Ejecutivo se sustrae de sus claras obligaciones constitucionales y desciende a la arena política utilizando indebidamente la publicidad oficial y todo el aparato del Estado para hacer campaña a favor de su partido y de sus candidatos.
Surge con claridad que se avanza en la idea de que "el fin justifica los medios" y que lo más importante es ganar la elección para mantener el poder por todos los medios.
En otras palabras, se superan los límites éticos que tratan de desterrar la idea de que en materia política "todo da igual".
La destrucción del sistema y su descrédito comienza a preocupar, entre otras cosas, porque el nuevo populismo solo atiende determinadas necesidades y responde exclusivamente a las demandas de algunos sectores de la sociedad que configuran un nuevo esquema de clientelismo político.
Todos estos intereses corporativos, que afectan la visión nacional, son parte de un círculo vicioso que alienta el doble discurso y el pensamiento hegemónico como expresión de poder.
En suma, el escenario electoral que se nos presenta asume la fragmentación como estilo de relacionamiento y el mensaje populista como instrumento y forma de ejercer el doble discurso y desvirtuar el concepto de representatividad.
En esta situación, muchos quieren refundar en América Latina una democracia basada en un discurso político de "izquierda" sin contenido y sin propuesta, destinado a consolidar un aparato de poder al que se aspira como si fuera un botín de guerra.
Para alcanzarlo, optan por dejar por el camino derechos básicos del sistema republicano y de la democracia pluralista en función de un doble o múltiple discurso administrado bajo el peso de un nuevo pensamiento hegemónico.
La intolerancia adquiere una nueva dimensión a través de la conducta cívica, con la misma fuerza y soberbia que se manifestara desde antes de 1973 cuando se quiso imponer por las armas la utópica ilusión del "hombre nuevo".
Lo que está en juego no es poca cosa y no pasa exclusivamente por las preferencias personales respecto de los candidatos, sino por la forma de encarar un sistema de relacionamiento en el que el respeto y la rotación de poder sean derivados naturales de los valores que la sociedad asume como esenciales.
El 25 de octubre decidiremos qué es lo que vale la pena preservar y qué estamos dispuestos a dejar por el camino.
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